miércoles, 3 de agosto de 2011

Prólogo para una historia en la montaña

Esto lo publico como una promesa. La grabación ya está hecha y ya comencé a transcribir. Se trata del prólogo a un cuento que soñé. Y no le voy a hacer más prólogo a un prólogo.


Es evidente que en este cuento, basado en un sueño tenido el 3 de agosto de 2011 en algún lapso entre las dos y las cinco de la mañana, hay influencia de muchas historias que he seguido recientemente. Específicamente he logrado identificar: El Señor de las moscas de William Golding; el tercer capítulo de Lie to Me; el cuento La isla de Proteo de Stanley G. Weinbaum; el famoso retrato de Ernest Hemingway; los white walkers y otros escenarios de la serie Game of Thrones; los adelantos del capítulo de CSI New York que se estrena la semana correspondiente a la fecha referida arriba; la película El club de la pelea; escenas de la película La loba de las S.S.; la reciente afición de mi hermano Manuel por la serie de películas Saw; la película Wanted y sobre todo lo leído a su respecto; varios sueños anteriores, todos de hace bastante tiempo pero releídos o vueltos a escuchar en grabación hace poco, o similares a los leídos y escuchados: aquel en el que de repente los seres humanos podemos, todos, volar (transcrito en otro documento); el de la mujer blanca que se salva de morir en la guerra porque hace pasar a un niño negro por su hijo y luego lo cría en las montañas (transcrito en otro documento); aquel de ciudades pequeñas en una montaña, una de las cuales es sagrada y habitada y custodiada por amerindios del norte; varios más que se desarrollan volando o corriendo o buceando o cayendo entre valles y montañas y ríos (hermosos y emocionantes todos). Estas y otras referencias han contribuido a construir tanto la trama, tan perfectamente entretejida, como los escenarios, tan hermosos.
También destaco el hecho de que el sueño fue lo suficientemente lúcido para permitirme la consciencia de que se trataba de un sueño y lo suficientemente opaco para permitirme intervenir únicamente con el esfuerzo de voluntad para que concluyera por sí solo. En cuanto desperté, cerca de las cinco, lamenté que Ligia, mi grabadora de voz, tuviera las baterías descargadas, y no tardé en pedirle a mi mamá que me prestara la suya con actitud afanosa y emocionada.
A pesar de que el sueño, cuando sucedió, parecía tener todas las piezas encajadas, me he visto en la necesidad de cambiar unas cuantas relaciones entre personajes, y añadir unos cuantos sucesos (pequeños y explicativos, como el reporte del sobrino de Horacio o la función del diamante) y unos diálogos que explican por medio de los culpables del misterio que envuelve la historia lo que en el sueño entendí atando cabos.
Horacio Escarte es un nombre que le puse después al personaje que lo lleva; en la versión del sueño llevaba un nombre en inglés que fui incapaz de recordar. Lo sucedido en casa de Horacio con respecto a la televisión no es relevante para el cuento; es más, no estoy seguro siquiera de si sucedió en ese momento o en un sueño inmediatamente anterior. Lo incluyo, en todo caso, para ponerle un poco más de morbo al relato. También la aparición del nombre de Cristóbal Colón es irrelevante, pero me pareció una curiosidad mencionable, y quería conservar todo lo posible y consecuente del sueño original.
El cuento está dividido en cinco secciones y podría bien terminar en cuanto termina la cuarta; hecho así, el final es más escueto, abrupto, misterioso, incluso abierto. Sin embargo, en el sueño, aunque sentí que ahí sucedía el desenlace crucial, hubo escenas adicionales; la quinta sección las contiene en una especie de final alternativo (que no es tanto alternativo como definitivo, porque sucede cronológicamente después de la cuarta sección y concluye más cosas) que trae una abrupción de otra naturaleza y unas breves tramas de más. El lector, si así lo desea, puede llegar hasta la cuarta sección y jamás leer lo que sigue, o leerlo tiempo después. En rigor, el lector, si así lo desea, puede no leer más a partir de ahora. Yo lo invito a seguir.