lunes, 25 de octubre de 2010

Vox Dei


Comentario previo
Tengo varios textos en preparación, como uno sobre educación, otro sobre lo mal que escriben los bachilleres o el que da razón del nombre de este espacio. Pero hoy mismo, veinticinco de octubre de 2010 según el calendario gregoriano, tengo un trabajo por presentar sobre teoría de cuerdas. Quise aprovechar la ocasión para publicar algo aquí, y de paso darle un estilo distensionado a un tema tan técnico que, al fin y al cabo, conozco únicamente por medio de textos y videos de divulgación científica, sin ecuaciones ni exceso de términos especializados, y en cambio sí llenos de ejemplos cotidianos, a pesar de lo alejado de la cotidianidad que resulta lo obtenido por los físicos actuales. Esta vez estoy seguro de la utilidad de una versión en audio; en cuanto resuelva un detalle estará disponible. Cumplo, entonces, con KREVERK (y sus eventuales lectores), y con mis labores académicas (y sus inevitables revisores). Eso garantiza que al menos alguien me lea.
Hay tan pocas excepciones a la siguiente afirmación que no me siento grosero enunciándola en términos universales. Todo ser humano que actualmente se encuentre vivo ha visto caricaturas. En particular, todo latinoamericano vivo ha visto caricaturas, y ha escuchado a: Bugs Bunny, el Pato Lucas, Pedro Picapiedra, Maxwell Smart, el Pájaro Loco, el Gato Félix, Popeye, Mr. Magoo, Michael Corleone, Beto… Cualquiera con infancia recordará lo distintas que son las voces de todos estos personajes. Y, si no lo sabe ya, se sorprenderá al enterarse de que una sola persona, el mexicano Jorge Arvizu, está tras el micrófono de todas ellas, y de muchas otras; ese señor es capaz de hacer vibrar sus cuerdas vocales de muy, muy distintas maneras. Sin embargo, es ésta una sorpresa pequeña comparada con las vibraciones de cuerdas que son el objeto de este artículo.

Archivo-Jorge-arvizuQue el terreno de las caricaturas sea conocido por todos facilitará la comprensión de este mundillo: Imaginemos un universo que consiste únicamente en las voces de los personajes de “El Tata” Arvizu, y en sus diálogos, de manera que todo lo que existe se puede expresar en función de esas voces. Podemos reducir este universo a un solo componente: las cuerdas vocales de “El Tata”, que, para abreviar, llamaremos tatacuerdas. Sus distintas formas de vibrar determinarán si estamos con la partícula Bugs Bunny o con su contraparte Pato Lucas, o si se trata de un Yosemite Sam refunfuñando. ¿Qué permite a las tatacuerdas vibrar de tan distintas maneras? Una gama bien entrenada de variaciones, que podríamos llamar dimensiones de la voz: volumen, nasalidad, profundidad, galludez, galantería, carrasposidad, engolamiento, chillido. Vamos siete; lo ideal sería completar diez u once, pero así está bien; se entiende el concepto (y está también la versión en audio, con un par de ejemplos de combinaciones entre estas variantes).

El universo de las tatacuerdas lo construyo como una analogía para explicar algo mucho más abstracto; una teoría muy reciente que surgió, como toda teoría, de la necesidad de resolver un problema en el que las anteriores se atascaban. Con “las anteriores” me refiero, en particular, a la mecánica cuántica, que describe la fuerza electromagnética y las fuerzas nucleares, y a la relatividad general, que describe la fuerza gravitatoria. No es que haya un problema que ninguna pueda resolver; el problema de cada una es la otra. Ni la mecánica cuántica puede expresarse en términos relativísticos, ni la relatividad en términos cuánticos; sin embargo, ambas son tan precisas en sus respectivos campos que ninguna de las dos puede estar equivocada. El asunto parece solucionado: no importa; usemos cada una donde corresponda, y listo. Nunca tendrán que entrar en conflicto, pues una habla de lo muy chiquito y la otra de lo muy grande; y nada es muy chiquito y muy grande a la vez.

Pero sí hay algo que, a la vez, es diminuto y enorme: los hoyos negros. Si hay mucha materia en un lugar pequeño, la fuerza gravitatoria la hará contraerse hacia su propio centro de masas; atraerá más materia, se hará más masiva y se contraerá más. Mucho contenido en muy poco espacio. ¿Qué se aplica? ¿La física de los pequeños tamaños, o la física de las grandes masas? Se podría decir que cualquiera de ellas, porque ambas son correctas; pero son, por ponerlo en términos epistemológicos, inconmensurables; ninguna de las dos, al estorbar la otra, da resultados satisfactorios. Hay entonces tres opciones: reformar alguna de ellas para que se ajuste a la otra, reformarlas ambas hasta que queden ajustadas, o construir una nueva teoría que abarque las dos, y, si el paquete sale premiado, hasta más.

Los físicos han optado por el tercer modo de obrar (¡y vaya que ha salido premiado el paquete!). Veamos: La física cuántica debe su nombre a la búsqueda de unidades mínimas; intenta hallar aquella componente de las cosas —entiéndase por cosa: energía, materia, movimiento— que ya no puede ser más dividida: de hacer las mediciones en términos de cuántos de esos puntos indivisibles hay en el ente medido. Intenta, en principio, eliminar la continuidad de las emisiones de luz (por poner un caso), tan familiares y naturales para la física de Newton. Y lo logra. La luz se convierte en hordas de fotones; la energía, en hordas de electrones; la materia, en diálogos entre quarks, electrones, fotones y gluones. Lo logra tanto, las partículas resultan tan irreducibles, que, lo mismo en las ecuaciones que en la aplicación de la teoría, tales partículas son puntos matemáticos; de esos de los que Euclides dice que no tienen medida. Esto último, digo yo, desvirtúa su naturaleza minimizadora. La teoría de cuerdas la rescata.

El movimiento del electrón estuvo cuantizado (según la noción de minimización del párrafo anterior) por una distancia mínima, tan pequeña frente al átomo como un árbol ante el sistema solar, llamada constante de Planck. Esta minimalidad se perdió cuando entró la física probabilística, pero con eso no nos enredemos. Es esta distancia, aunque en otros términos, la que resulta rescatada por la nueva teoría.

Regresemos a las tatacuerdas. Añadamos que las cuerdas de Arvizu sean, además, del tamaño de la constante de Planck; que vibren en once dimensiones; que todas sean idénticas; que no se puedan destruir, ni siquiera entender como formadas por partes más pequeñas; ellas son lo más pequeño que puede existir; el único material del universo Arvizu. Por último, vamos a cambiar nombres: ya no serán tatacuerdas, sino súpercuerdas, o cuerdas a secas. Los contoneos de estas culebritas en once dimensiones conservarán su nombre, pero las dimensiones mismas no; tendremos las tres dimensiones espaciales de siempre, la dimensión temporal, y siete dimensiones espaciales adicionales enroscadas a niveles diminutos. Los distintos resultados de esas vibraciones, a los que hemos dado nombres como Huckleberry Hound o Maguila Gorila, serán las partículas elementales descubiertas por la física cuántica: neutrinos, quarks up, quarks charm, bosones, tauones, muones, positrones… Los diálogos serán, de distintas naturalezas, las interrelaciones que se dan entre esas partículas y que son descritas, también, por la física cuántica. Y, por último, ese imaginario universo Arvizu será ¡nuestro universo!… por ahora.

Una nota sobre las dimensiones enrolladas. Percibimos cuatro: izquierda-derecha, atrás-adelante, arriba-abajo, antes-después. Ahora, por ejemplo, consideremos un nuevo universo imaginario: el universo manguera. Consistirá en la superficie de una manguera de grosor constante y largura infinita; sobre este universo podemos hacer dos clases de desplazamientos, más sus combinaciones: adelante y atrás, derecha e izquierda; si nos desplazamos lo suficiente hacia la derecha, y sólo hacia la derecha, llegaremos eventualmente al punto de inicio. La dimensión lateral está “enrollada”. En una superficie esférica tendremos dos dimensiones enrolladas y ninguna “extensa”. En un anillo sin grosor tendremos una sola dimensión enrollada. Si, regresando al universo manguera, hacemos el grosor muy, muy pequeño, tan pequeño como la constante de Planck, tendremos una idea de un universo bidimensional con una dimensión enrollada tal como en nuestro universo endecadimensional se retuercen siete dimensiones.

Hay una partícula postulada por la física cuántica que no se ha encontrado jamás: el gravitón, responsable de la fuerza gravitacional que tan bien describe la otra esquina, la relatividad. La teoría de cuerdas, entre esas ecuaciones que revelan la necesidad de tantas dimensiones como mandamientos, descubre una forma de vibración particular (un personaje de caricatura), que satisface todo aquello de lo que se quejan las otras dos teorías respecto de la gravedad, a saber, que no aparece la partícula correspondiente, y que es muy, muy débil comparada con las otras fuerzas existentes. Las cuerdas vocales de Jorge Arvizu están pegadas por los extremos a las paredes de su garganta, lo que les permite vibrar pero no desplazarse libremente. Ahora supongamos (sin dificultad, dada la legendaria versatilidad de esa voz) que una de las tatacuerdas tiene forma de bucle, es su propio comienzo y su propio fin; esta cuerda podrá desplazarse a gusto por dentro y por fuera del cuerpo de “El Tata” permitiendo resonancias en otras dimensiones (ah, por eso sólo me daban siete). Si metemos esa cuerdilla en la caja de resonancia de una guitarra, o en un baúl antiguo, o en el estómago del locutor, escucharemos voces que tal vez nunca habríamos imaginado siquiera. Y si la tatacuerda libre está en la garganta, será tan normal como siempre (si la voz de Arvizu es normal para alguien). Otra visita a la notaría le asigna a la tatacuerda libre el nombre de gravitón. Sus extremos no están atados a nuestro universo, así que puede viajar, a lo largo de las siete dimensiones que le quedan, a, sí, ¡otros universos!

Falta responder la pregunta que dio origen a la teoría de cuerdas. ¿Por qué esta locura hace las paces entre la relatividad y la física cuántica? La respuesta es casi trivial: El caos probabilístico.del mundo cuántico se debe a que estamos muy cerca de las vibraciones; en el mundo cósmico, en cambio, las cuerdas son de un tamaño tan insignificante que sus vibraciones, si bien lo generan todo, no alteran la paz, la quietud, la sensatez del modelo. De nuevo: ¿y los agujeros negros? Supongo, porque no he encontrado respuesta para esto, que resultan ser túneles que conducen a esos universos paralelos por los que viaja libremente el gravitón. No conozco ni textos redactados en lenguaje de divulgación científica, ni textos especializados con ecuaciones que aún no puedo entender, que describan los hoyos negros en términos de la teoría de cuerdas. Me extraña eso. En algún lado debe de estar la respuesta. Luego busco con más empeño.

La teoría de cuerdas, por desgracia, escapa aún de todo intento de comprobación experimental, debido a la pequeña dimensión de sus fundamentos —las cuerdas— y, tal vez, al montón de dimensiones de sus movimientos. Por ahora, de todos modos, parece ser ese dedo del pie que tanto buscaba Einstein. Su tal Theory Of Everything (TOE).

Me disculpo: La falta de nombres, el hecho de que no se haga mención de los desarrolladores de estas teorías, se debe al convencimiento de que esa información pulula por la red, y, sobre todo, al afán entusiasta del autor por presentar las ideas claves sin detenerse a hacer comentarios anecdóticos que desvíen el discurso de su curso lógico. Aquí abajo, en la bibliografía, hay dos nombres útiles para conseguir los otros: el de González de Alba, que no es físico y escribe muy bien, y el de Brian Greene, que todavía no sé cómo escribe, pero sí es físico y se viste muy bien.

Bibliografía
  • GONZÁLEZ de Alba, Luis. El burro de Sancho y el gato de Schrödinger. Paidós. México D. F. 2001.
  • GREENE, Brian. El universo elegante (serie de tres videos). Nova. 2000 (?).
  • Doblaje wiki. Artículo Jorge Arvizu.

sábado, 24 de julio de 2010

Idioma paz

En coincidencia con las fechas de elecciones presidenciales del año 2010 en Colombia, y recordando lo que logró la Séptima papeleta en el año de mi luz, un nuevo proyecto de nivel nacional se está esparciendo. Se le llama Mandato por la Paz; lo conozco debido a mi trabajo con la Personería de Bogotá, y he tenido ganas de participar en él; aún las tengo. Este artículo sin cháchara introductoria y con pocos chistes de ocasión lo escribo para presentar seriamente las razones por las que no lo he hecho, la propuesta de cambio que tengo y el comprometedor trabajo que en ella desempeñaría.

Espero no ser la única persona que quedó aguardando más discurso cuando se le presentó el proyecto. Me hablaron de él, y hubo dos cosas que no encajaron bien en lo que yo categorizaría como proyecto político o social de amplitud nacional. La primera que menciono es la segunda que surgió y es la menos relevante de las dos, pero más tarde servirá como desvío hacia mi propuesta; se trata del exceso de parsimonia y ritualidad en que consiste la propagación directa del Mandato, y se complementa con la mención de que incluso la firma con la que cada quien se compromete a divulgar el proyecto es simbólica casi en absoluto, cosa que fue efectivamente dicha por las cabezas organizativas; la incompleta pertinencia de esto será tratada más adelante. La segunda objeción es la que fundamenta la presente réplica; es, principalmente, que los objetivos específicos están incompletos, y el hueco es grande, pero para explicarla bien me extenderé un par de párrafos.

Cuando se me mencionó Mandato por la Paz comencé a sentir que flotaba por encima de las nubes y a esbozarme un paraíso; cuando se habló de recolectar firmas y repartir volantes, y cuando unos amigos me comentaron que hicieron tal cosa bajo la lluvia, descendí un poco y entendí que para subir a ese paraíso necesitaba primero estar debajo de las nubes. Seguía, sin embargo, muy arriba. De allí no bajé más, y nunca descendí suficiente: me quedé esperando a que me pusieran en un punto que no incite al vértigo. Quiero con esto decir que la propuesta está muy abstracta en este sentido:

Su objetivo es claro: comprometer al presidente electo con el artículo constitucional que reza: «22. La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.», que por demás forma parte del capítulo De los derechos fundamentales. El hecho de que el presidente represente al pueblo no significa, por supuesto, que de su concepto de paz dependa nuestra armonía futura. Significa, por el contrario, que de nuestro concepto de paz dependen sus acciones en ese sentido, sin importar si sus ideas al respecto coinciden. ¿Pero cuál es el concepto de paz de los colombianos como pueblo? Eso no existe, por una razón de naturaleza semántica y moral: En una conferencia dada por Timothy Reagan el año pasado titulada The Construction of Language, se cita la siguiente aseveración del historiador Carl Lotus Becker:
Cuando me topo con una palabra que no me es familiar en absoluto, me parece una buena idea buscarla en el diccionario y encontrar qué piensa alguien más que significa. Pero cuando tengo que usar con frecuencia palabras que son perfectamente familiares a todo hombre, palabras como causa, libertad, progreso y gobierno; cuando tengo que usar palabras de esta clase, que todo el mundo conoce perfectamente bien, lo más sabio que puedo hacer es tomarme una semana y pensar en ellas. “Idioma” es un caso maravilloso, a mi modo de ver, de palabra para tomarse una semana. Es uno de esos términos que usamos todo el tiempo y asumimos que sabemos lo que queremos decir con ellos. [No sé cuál es la publicación de origen. La traducción del inglés es mía.]
Para el caso, imaginad que la palabra “idioma” es sustituida por “paz”. He ahí el problema del término. La tesis de la conferencia es “no existe cosa alguna llamada inglés” (there is not such a thing as English), como idioma, y esto lo generaliza para cualquier lengua. Su sustento principal es la cita anterior, que evidencia la indefinición del concepto mismo de “idioma”. (Hay un problema de traducción que resuelvo en este paréntesis: en inglés existe la feliz coincidencia, feliz para este caso, triste para otros, de que “language” significa tanto “idioma” como “lenguaje”. Me pareció, dada la tesis, que el primer término resultaba mejor aquí.) Y así como no existe algo llamado español, una lengua de igual naturaleza conceptual en más de un individuo, tampoco existe el idioma “paz”. Sin embargo, todos tenemos una idea de lo que es; cada quien, luego de su semana libre, le ha dado un significado. De allí, y de que la Constitución lo exige, que sea necesario construir un concepto de paz para Colombia. Si hemos llegado a acuerdos de tanta aceptación como la Declaración Universal de los Derechos Humanos o, aquí adentro, la misma Constitución de 1991, creo que se puede establecer una idea general y generalizadamente aceptada de lo que entendemos por paz. Que resulte una larga lista de ideas sueltas, un discurso argumentativo o una síntesis de tres palabras depende ya del método y de los participantes.

Insisto en que quiero trabajar con el proyecto. Los amigos que han estado activos me comentan que son llamados a horas novelescas para asistir a jornadas de repartición de volantes y recolección de firmas; y a pesar de que considero esto importante, pues un proyecto nacional sin firmas ni respaldo es una rana coja (o peor, una cana roja), no es el tipo de trabajo para el que me haría miembro activísimo del equipo; lo haría, claro, pero durante los ratos libres del horario de oficina que me impondría la siguiente propuesta. Me preguntaba yo, mientras lavaba la loza (porque qué mas se hace en esos momentos), cómo trabajaría en el proyecto, y me imaginaba leyendo informes, y redactando síntesis, y enviando cartas, oficios y memorandos desde las cumbres de un escritorio atiborrado; un trabajo organizativo. Recordemos que el resultado depende del método. Fue entonces cuando, completando el tercer párrafo, caí al suelo amortiguado por voces ávidas y resmas y resmas de papel; mi imagen significante de Mandato por la Paz dejó de ser una pluma flotante del ave más aburrida que exista y se convirtió rápidamente en algo duro, bonito, diverso y teleológico, como un anillo de topacio y corindón.

Recordé la conformación altamente participativa del Plan Nacional Decenal de Educación, que recogió ideas de todas partes y por muchos medios, generó representatividades y consolidó un documento de construcción democrática; yo estuve ahí. Pero ¿por qué generar nuevas representaciones si ya existen unas seleccionadas por votación popular, o sea, al menos en principio, aceptadas? Se usen ésas o se generen otras, el trabajo de recolección de firmas tendría una nueva tarea, una concreta: preguntar a cada transeúnte abordado: «¿Qué piensa usted que es la paz?»; por ése y otros medios se terminaría construyendo un documento final. Yo me ofrezco como recolector y organizador. Así el proceso es menos simbólico; yo mismo, como estudiante de matemáticas y estudioso de la lingüística, la semántica y la semiótica, sé que los símbolos son una cosa muy importante; pero fuera de sus propios campos de estudio, en los procesos reales, deben subordinarse a las entidades y, sobre todo, a las acciones que representan. Mi posición al respecto esta expresada en el artículo Caminando con los dedos.

¿Para qué el documento final, y por qué declaro con tanta seguridad que no es algo simbólico sino una acción concreta? En primer lugar, para que el presidente electo Juan Manuel Santos, cuando reciba el Mandato este 7 de agosto de 2010, no nos haga depender de lo que él entiende por paz, sino que haya ante qué reclamarle legalmente en caso de que no atienda la idea del pueblo. No pretendo, desde luego, que en las dos semanas que quedan se tenga consolidado el trabajo; pero en cuanto esté listo se le lleva al presidente y se le dice: «Mire, usted se comprometió con esto.» En segundo lugar, porque si existe un concepto definido de paz, todo mandatario, y todo ciudadano, va a tener obligación de cumplirlo, porque la constitución lo dice y se va a saber a qué se refiere exactamente cuando lo dice. Así, incluso —y disculparán los gestores—, el Mandato resultará un objeto protocolario dispensable.

Propongo ese cambio de enfoque, y lo dirijo a Pablo Rueda & children, cabezas iniciales del Mandato, si no me equivoco; ofrezco mi tiempo, mi paciencia burocrática y las habilidades discursivas que se me quieran admitir. Me presto para discutir este orden: Bien sea apelando a ediles, alcaldes, concejos, gobernaciones y senado, o inventando un complicado sistema cuya financiación requeriría mucho tiempo y varios proyectos adicionales, la misión del Mandato por la Paz sería impulsar una actividad masiva y democrática de manera que en adelante se dedique a hacer veeduría y codear por el costado a las entidades que laboren en la construcción de un papel oficial que diga: «Esto es la paz para los colombianos, dos puntos…» Punto.

martes, 29 de junio de 2010

De hominum decreta


Presentación
A veces afirmo, queriendo creerlo verdadero y no sólo un ideal de mi mente, que cada ser humano es como decide ser. Sin embargo, me consta y a todos nos consta que existen personas cuya vida y cuyo comportamiento son decididos por otros. Borregos, diríase. Pero no es mi intención primordial el dar ímpetu a estas personas para que corrijan su mirada, ni exponer la manera que considero correcta para hacerlo; quiero, en cambio, presentar una breve caracterización de su clase, y criticar a aquellas instituciones que se constituyen por medio de la influencia sobre este tipo de gentes. Deseo contar, a partir de mi experiencia y mis reflexiones, cuál es mi posición respecto de estos grupos, y cómo la justifico. Exponer tan ordenadamente como me sea posible los argumentos mediante los cuales me atrevo a sostener, con la fuerza de mis propias decisiones, que es más respetable el asesino que decidió ser asesino, que el bonachón que no conoce sus razones.

Estilo retórico
Si me he decidido por utilizar este estilo clásico de la filosofía no es porque me atribuya un conocimiento amplio en ese campo, ni porque me haya sometido a extensas jornadas de lectura que me dejasen con el pensamiento organizado de esta forma, sino por dos razones mucho más simples y poco profundas. La primera es que, aunque no haya leído gran cantidad de textos filosóficos, sí he leído unos pocos, y el estilo que en este texto intento imitar me ha cautivado en ellos como amante que soy de la retórica.[1] La segunda razón es que el tema que quiero tratar tiene un tanto de carácter filosófico, sobre todo en lo referente a la moral. Y he de agregar también una tercera razón, que es la que lleva a todo hombre a tomar decisiones arbitrarias de esta clase: un capricho.

Título
Siguiendo los preceptos de este estilo, tendré que parecer más modesto, o modesto en medida alguna, pues todo lo que de esta forma se diga ha de estar explicado tan a fondo como sea posible, acudiendo a mencionar los límites del saber de quien escribe para que luego no se piense que pudo ir más allá sin haber podido. Así, que el título de este artículo esté en latín tampoco es pedantería, y os aseguro que lo único que sé de latín es suficiente teoría de la más básica para poder componer frases como aquella utilizando un diccionario.  Sólo una fracción de las nociones primeras del saber de la lengua latina me es conocida, y es ésta la que corresponde a los nombres y usos de los casos del nombre y a la lectura de una parte de la tabla flexiva de los verbos. Con algo de estos escasos saberes he logrado componer la frase “de hominum decreta”, que vertido en palabras españolas traduce “acerca de las decisiones de los hombres”. Con ello, y desde el principio, habrán notado los empapados en títulos y autores de renombre en el campo filosófico mi intento por darle a toda esta obra un aire tan clásico que atraiga a los que gozan de la prosa arcaizada, si es que logro pasar por buen replicador de sus figuras.

Elogio de la curiosidad
Hay dos cualidades que yo aprecio por encima de todas las demás en los hombres que las poseen; incluso afirmo que sólo los hombres que poseen una de estas dos cualidades, o ambas, pues es fácil concebir la estrechez que hay entre ellas, me pueden ser caros en alguna medida; y aquellos que no las poseen son personas que de ninguna forma pueden representarme interés, bien sea intelectual o de otra índole. La primera es el deseo imperante de aprender, esa necesidad de conocimiento de la que el maestro Aristóteles habla en su Metafísica, y que él asume como natural en los hombres. Y he de admitir que acierta, en cuanto a que todo hombre busca algún conocimiento. Pero la cualidad a la que yo me refiero es la de buscar todo conocimiento; la de no resistirse a buscar información sobre lo que en algún grado llama nuestra atención. Son de poca estima para mí aquellas personas que se dedican a una sola cosa durante toda su vida, aunque se trate de algo de tanta complejidad como la matemática o la economía. Y así hay unos que administran las más grandes empresas, y jamás se han inquietado por saber quién fue Alejandro o qué hizo Bonaparte, u otros que recitan de memoria todas las leyes de su nación, y las usan para sus labores, pero nunca conocieron la poesía. También hay aquellos que de rimas saben mucho, pero ante un poema sobre la química se contentarían con estudiar su composición literaria, abandonando sin intentos la comprensión de su mensaje. Y como todo se relaciona con todo, y viceversa, es preciso saber de todo un poco; pero también, como hay que ser alguien, identificarse con algo y tener prioridades, es preciso saber de algo mucho. A esta primera cualidad la llamaremos, simplemente, curiosidad. Y habrá la réplica: «La curiosidad mató al gato.», y la respuesta: «Pero lo hizo sabio mientras no cometió el grave error de acercarse demasiado.»[2]

Elogio del capricho
La segunda de estas cualidades que venero es la capacidad de tomar decisiones sin fundamento. Es la cualidad prescrita por el capricho. Y no me refiero, desde luego, a que toda decisión que se considere buena deba estar fundada en un capricho, y tampoco a que toda decisión proveniente de un capricho es buena. Hablo de que la gente caprichosa suele hacer lo que realmente quiere y no aquello que otros le deseen imponer. Así, por ejemplo, a pesar de que muchos de ellos no saben más que de su materia, a los matemáticos los tengo en alta estima, pues, con la excepción de alguna insana imposición patriarcal, no veo otra razón para dedicarse a este estudio que no sea el puro capricho sin accidentes. Y me siento complacido cuando inesperadamente y sin razón visible quienquiera que me acompañe menciona sus deseos inmediatos, o los revela realizándolos. En mi niñez yo solía ser en exceso caprichoso, y no he de sentirme orgulloso de ello, pues era al fin y al cabo la forma descontrolada de tal virtud; pero sí me siento orgulloso de haber conservado en una medida que a mi criterio es justa esa insistencia y ese impulso de no pensar demasiado en todo lo que se me presenta y hacer aquello a lo que mis deseos inmediatos me invitan. Porque, ¿qué gracia tiene una persona que analiza con demasía sus posibilidades antes de actuar? ¿En qué radica su concepto de diversión si no se arriesga a sentir el vacío de no conocer las consecuencias? ¿Cómo es que mantiene una vida en permanente alerta frente a cualquier sorpresa, evitando incluso aquellas que vienen de su propia naturaleza animal? Digo, entonces, que el capricho con mesura es la fuente del regocijo.

Propios e impropios
Afirmo ahora que los curiosos y caprichosos están, con un puesto honorífico, entre los hombres que deciden su propia vida. De esta manera divido a los seres humanos en dos clases: aquellos cuya vida es de su propia decisión, a los que llamaré personas propias, y aquellos cuya vida es decidida por otros; de estos segundos diré que son personas impropias, o, con un poco más de tenacidad y juicio, personas débiles. Se replicará, y con toda razón, que hay quienes toman sus propias decisiones respecto de algunas materias, y las dejan en manos ajenas respecto de otras; más aún, se dirá que así somos todos. Lo concedo. Y es por eso que he de hacer un refinamiento en mis definiciones; he de pulir mi clasificación para evitar al máximo las posibles ambigüedades, que no es mi intención causar confusión con malentendidos ni indirectas, como sí lo hacen aquellos a quienes critico en este escrito. Diremos, entonces, que las personas propias son aquellas que tienen por costumbre inquietarse acerca de su propio comportamiento, dudar de la legitimidad del origen de sus costumbres, y elegir cómo serán en adelante tras una reflexión individual. Las otras, las impropias, serán aquellas que no tienen esta costumbre y cuyas reflexiones sólo suceden, o casi sólo, cuando alguien más las hace percatarse explícitamente de que deben pensar sobre su vida, y dado que se trata de algo que no suelen hacer, se hacen guiar en estas reflexiones por otras personas, en vez de indagar ellas solas al respecto.

Las instituciones que desdeño
En cuanto a las instituciones que he descrito en el primer párrafo como constituidas —nunca construidas— por gentes débiles, éstas también las considero de dos clases, y las demás que pueda haber se compararán con estas dos por simple analogía. Pero, a diferencia de la clasificación que he hecho de los hombres, en la que quien pertenezca a uno de los grupos queda inmediatamente excluido del otro, la clasificación de instituciones sí permite una desagradable intersección. No habrá la necesidad de términos técnicos para definirlas, pues se trata de cosas tan conocidas como las comunidades religiosas y los grupos de formación humana, cuyas actividades, según mi juicio, y creo que el de cualquier persona propia, en las primeras se basan intencionalmente en adquirir adeptos por medio de la influencia sobre sus decisiones no tomadas, y en los segundos igualmente, sólo que tal base no es necesariamente intencional. Las dictaduras y regímenes totalitarios son también unas de estas instituciones, pero no serán tratadas en este artículo; se mencionan para que no se crea que hubo descuido a su respecto, y porque es evidente la tensión con que se encuentran ligadas a aquellas otras dos.

Rescate de los mitos
Y como bien se sabe que sólo luego de haber tenido experiencias se adquieren el criterio y la potestad para juzgar las cosas, manifiesto no sin vergüenza que en varias ocasiones he participado de este tipo de actividades, con lo que, en vez de sentirme emocionalmente afectado, que es el cometido de ellas, he más bien reforzado con más ímpetu mis conclusiones y rechazado más las participaciones de esta clase. Sin embargo, antes de criticarlas severamente he de distinguir unas cuantas que no merecen mi completo rechazo, y en cambio podrían llegar a ser acogidas por mi interés, y son aquellas que tienen por objetivo afianzar las posiciones respecto a las cosas comúnmente aceptadas como verdaderos fundamentos de la sociedad. Por ejemplo, es una verdad comúnmente aceptada en la actualidad el que los derechos humanos son el fundamento de la política occidental —y de algunas partes de oriente—; son lo que se llama un mito: una verdad aceptada por la comunidad que sirve como base a su organización. Yo mismo dudé por un tiempo de la legitimidad de los derechos humanos como fundamento de la política, arguyendo que éstos debían adquirir un carácter más imperativo, pasando casi todos a ser deberes para asegurar la organización del pueblo. Más tarde me di cuenta de que se trataba de una pataleta de joven soñador. Sin embargo aún conservo la postura de que el lema de Colombia se encuentra invertido, y debería más bien rezar “Orden y libertad”, pues ésta sólo se consigue satisfactoriamente a partir de aquél. Sea como fuere, menciono esto para prestar ligera defensa a los talleres que de alguna forma hacen percatarse de ciertas cuestiones útiles, necesarias y socialmente verdaderas, como el trabajo en equipo, la distribución del trabajo o el respeto por los clientes, siempre que se los promueva en su forma más pura, sin juicios que no sean aquellos dados por cualquiera con buen sentido y tras poca reflexión.

La curiosidad como salvación
Recordemos que los curiosos y caprichosos deciden su propia vida. Aquellos que se dejan influir por las mencionadas actividades son los que de caprichosos y curiosos tienen nada o sólo muy poco; porque la curiosidad provoca cuestionamientos sobre el propio comportamiento, y, una vez hechas las reflexiones del caso, el capricho da la fuerza para tomar una decisión lo suficientemente poderosa para no parecer una persona débil e indecisa, y no tan fuerte como para que la radicalidad impida cambiarla cuando el curso de los sucesos así lo implique. Así, una persona sin deseos de conocer, ¿qué va a cuestionarse de su propia existencia, y qué va a afirmar de su propio comportamiento si no que así nació, que así lo criaron, o que así llegó a ser por culpa de algún conjunto de designios ajenos a su intervención? Tal persona no sólo no tendrá bases para juzgarse a sí misma al ignorar tanto sobre los demás, sino que jamás se inquietará siquiera sobre ello. Y si algún aprovechado llegare a sugerirle tales cuestionamientos, entonces tomará uno de dos caminos: el primero será desdeñar la sugerencia porque su escasa curiosidad no alcanza para comprenderla; el segundo será hacer caso, pero al no tener práctica en la búsqueda autónoma de la resolución de sus dudas, no tendrá otra opción que aceptar la guía de aquél que le sugirió tomar alguna, quedando entonces su vida decidida por tal estafador. Si el sugerente es una persona honrada, entonces se rehusará a servir de guía y dejará que el sugerido, por medio de su propia experiencia y ya con la inquietud activa, se conduzca en sus costumbres por sí solo. Pero estos sugerentes honrados jamás se hallarán entre los grupos que desdeño.

Repudio a las falsas experiencias
Por el contrario, el sugerente que no es honrado aceptará guiar a ese que por primera vez se inquietó, y lo someterá a experiencias ficticias, haciéndole llevar una vida imaginada ante la cual tendrá que tomar decisiones igualmente irreales, que extrapolará a su vida real como si todo hubiese sido verdadero. Pero lo peor no está allí, en la persona sola que se deja guiar, pues es al fin y al cabo un solo manipulado; esto que llaman terapia de choque y educación experiencial (el corrector automático me ha subrayado en rojo la palabreja) es aplicado a grupos; esas vidas falsas son “vividas” por compañeros, que al padecer juntos sus sufrimientos irreales anudan sus relaciones de compañerismo y se convierten, psicológicamente, en “hermanos”; unos hermanos que no sólo se aprecian y se ayudan, que hasta ahí estaría bien; hermanos que, además, coinciden en exceso respecto de sus formas de pensar; como en las dictaduras. No puedo negar que yo mismo tengo ahora, y he tenido siempre, vidas imaginarias y me comporto como si fueran reales; pero éstas son vidas que invento, que yo invento, para tener en efecto experiencias falsas, que me permiten pensar en asuntos que no he vivido pero que podría llegar a vivir, y así estar preparado, y sobre todo me divierten, me quitan las posibles monotonías: ése es su principal cometido, y supongo que es algo que hacemos todos, imaginando nuestros sueños cumplidos y efectuados nuestros caprichos más irracionales.

El capricho como salvación
Otros caprichos más mundanos nos indican cuál de las tantas conclusiones que hemos obtenido al reflexionar sobre nuestras costumbres y nuestro entorno hemos de tomar como principio mientras alguna alteración no nos obligue a cambiar también nosotros; tales caprichos habrán de llegar en algún momento, bien sea apenas comenzando nuestras inquisiciones o luego de haberlas desarrollado con paciencia. Aquel que, a pesar de tener la sed de conocimiento característica de personas propias, no conlleva aquella capacidad de decisión repentina, se quedará siempre en duda sobre si alguna reflexión más profunda le traerá una conclusión más adoptable; de esta forma se verá, y con razón, como una persona en extremo indecisa. Así, el capricho con mesura ya no es sólo la fuente del regocijo, sino también de una vida propia, regida por decretos de asaz fuerza y a la vez susceptibles a los cambios que se hagan necesarios.[3]

La reacción del propio
Divididas las personas en dos clases referentes a sus costumbres y a sus determinaciones, resultarán también divididas en cuanto a sus reacciones. Ya he mencionado los dos posibles caminos que tomará una persona impropia luego de ser sometida a una actividad de experiencias falsas y abruptas. Una persona propia, en cambio, sólo pensará que intentan hacerla inquietarse respecto de algo frente a lo que ya ha tomado una decisión por medio de experiencias verdaderas, propias; y tanto montaje se le figurará ridículo y hasta despreciable. Es por ello que, por regla general, todos aquellos que poseen algún aire de intelectuales, es decir, que tienen un buen grado de curiosidad y capricho, tarde o temprano se retiran de estas comunidades, bien sea porque cada vez les han parecido más ridículas o porque alguna idea similar los hace sentir incomodidad en medio de esas vidas inventadas por otros. Y bien es sabido que estas experiencias falsas intentan precisamente perturbar las mentes de quienes en ellas son incluidos, pero una mente ocupada es muy difícil de perturbar, porque ya se ha encargado de ello el proceso que la ha llevado a ocuparse; en tanto que una mente con pocas decisiones, encontrada de repente ante la necesidad de reflexión, sufrirá con sus mentes hermanas las mentiras que para ella han sido inventadas. Pondré a disposición uno o dos ejemplos para no abandonar mi discurso en el dominio de lo abstruso.

Ejemplos
No os voy a pedir que comparéis vuestra vida con el navegar de un barco, pero sí que imaginéis a alguien que lo hace. Y bien pueda hacerlo si a ello lo ha conducido su propia razón y le ha parecido la analogía adecuada; pero ahora imaginad que no es una sola persona, sino quince o dieciséis, todas con el cometido de hacer tal comparación porque les fue solicitado hacerlo. ¿Qué sucede si alguno de los presentes es absolutamente ignorante respecto a asuntos de marina, como es bastante común y respetable en estos tiempos? ¿Si no sabe diferenciar una fragata de una corbeta, o una nao de un galeón? ¿Si cree que la quilla es un plato argentino o la verga el miembro viril? Esto pasa y se le explica. ¿Y si alguien tiene una vida para la que tal analogía resulta inadecuada o pobre? Incluso hay quienes no tienen por costumbre establecer proporciones entre su vida y el transcurrir de algo más, y esto está también fuera de crítica. Un segundo ejemplo: Existe para la preparación de los actores de teatro un ejercicio que recibe el nombre de campo minado: sobre un espacio delimitado, de un tamaño tal que podría allí edificarse una habitación personal, pequeña o grande, se ubican objetos de manera que resulte posible, pero no sencillo, atravesar el espacio sin tocarlos. Los actores han de organizarse por parejas e inventar, cada una, un sistema de comandos sonoros distinto al tradicional para dirigir sus movimientos en el espacio, en lo que concierne a las direcciones cardinales, o a los movimientos posibles de la torre del ajedrez, más la longitud de los pasos y otros giros que se consideren necesarios. Cada uno de los actores se cubre a su vez la vista y se deja guiar por el otro a través del campo minado recibiendo las indicaciones convenidas. En tanto esta actividad desarrolle habilidades corporales, comunicativas e histriónicas es tan válida como el juego de las escondidas o la improvisación teatral; pero orientarla para que el guía de turno sienta la plena responsabilidad de la vida de su compañero es condenar a un sufrimiento inútil a los participantes, que para el caso ya no serán actores en formación sino corderos en altar de un sacrificio inventado para retar el alcance de su sistema nervioso. Dada la dificultad del ejercicio, no será difícil encontrar llanto y aullido en quienes se convencen de haber llevado a sus compañeros a la muerte. Yo lo considero un acto muy cruel; en especial cuando, seguidamente, el director del ejercicio trae una reflexión personal que conduce al lamento y a la uniformidad. Y no es que tales reflexiones sean innecesarias; por el contrario, se precisan para vivir. Pero la persona propia las planteará por sí misma, sin tener que uniformarse con aquellos a quienes la falta de curiosidad y capricho ha hecho seguidores de un guión ya preparado.

Las decisiones de tipo continuo
Así como existen decisiones inmediatas, como la de comprar un helado o lanzarse de un trampolín, y entre las cuales doy prelación a los caprichos inocentes, existen otras decisiones que son de carácter continuo, en tanto que se toman como principios personales y, por lo tanto, como aquellas pautas según las cuales se tomarán, más adelante, otras decisiones. Considero buena una decisión de tipo continuo en tanto permita liberar ulteriores decisiones de la mayor cantidad posible de condicionamientos; así, el agnosticismo prima sobre el teísmo, pues las decisiones tomadas bajo el supuesto del primero están exentas de un condicionamiento referente a la posible intervención de un ser superior que observe nuestras acciones, mientras que en el segundo caso tal observación y juicio privarán a quien decide de tomar los caminos que lo conduzcan al "castigo divino". Y a pesar de ser yo ateo, declaro que me encuentro en este sentido en la misma posición que el agnóstico, pues actúo sin importarme la existencia de un creador o un juez supremo. Bajo este mismo criterio de buena decisión, resulta evidente que decidir por sí mismo es menos condicionante que dejar a otro —enfatizo aquí el singular del sujeto— orientar cual si fuere libro sagrado en la asunción de los principios personales, que han de ser tan individuales como la cantidad de vecinos permita; es decir, estos principios deben estar orientados por las experiencias sociales, por la influencia de todos aquellos con quienes se comparte la vida, y no por la de uno solo o unos pocos que han decidido imponentemente tomarse ese trabajo. Además, cuando digo "unos pocos" no me refiero a un grupo diverso en forma de pensar, pues esto podría llegar a ser favorable, sino a una comunión de pocas personas que, orientadas en principio por una sola, han llegado a pensar de manera tan similar como si formaran un cerebro y nada más que uno. O también podría darse, cosa todavía más terrible, que ese solo cerebro sea compartido por muchas personas; como en una dictadura.

Frente a las réplicas
Como digo, éstas son mis opiniones y a nadie obligo ni impelo a seguirlas al pie de la letra, ni en parte, pues estaría, precisamente, traicionando mi crítica. Abandonaré ahora la modestia, regresando así al estado que en este sentido es natural en mí, para advertir de la única clase de réplica que aceptaré contra los argumentos que he expuesto, a saber, aquella que esté fundada tras la lectura de todo el texto, y que lo iguale o supere en calidad de redacción (sin la necesidad de llevar el mismo estilo, naturalmente). Cualquier réplica que no cumpla con estos dos parámetros será considerada como hecha por alguien incapaz de organizar sus pensamientos clara y completamente, y por lo tanto pasará por vana y sin respuesta. Y antes responderé algunas acusaciones de las que posiblemente llegaren a surgir.

Réplicas: individualismo y tradiciones
Podría criticarse que mi posición es, además de individual, individualista, en tanto que propende por que cada quien actúe como lo decide por sí solo. Ante esto respondo que aunque es cierto que propendo por ello, no lo es que de allí se extraiga una sociedad individualista, pues estas conclusiones a las que cada quien debe llegar no tienen otra opción que estar fundadas en la experiencia personal, que se vive en comunidad, y por lo tanto estarán sujetas al entorno social. Es decir, tendrán, necesariamente, que armonizar en buena medida con la forma de vivir de los demás. Y en tanto más experiencias reales se tengan, más cerca estarán estas decisiones de tal armonía. Otra objeción que preveo es que mi posición está en contra de la preservación de las tradiciones, pues concedo a cada quien la libertad de abandonarlas a su criterio. Tal vez sea cierto, en parte. Defiendo la preservación de las tradiciones, pero sólo mientras esté en manos de aquellos que realmente desean hacerlo, y no de sujetos que las han heredado y han sido forzados a aceptarlas aun en contra de su voluntad. De la misma forma en que un turista holandés puede llegar a sentirse atraído por la vida de alguna comunidad indígena al grado de decidir quedarse allí y considerarse parte de ella, así un indígena puede optar por la vida en la ciudad, o un nómada por establecerse permanentemente en algún sitio. Y considero de esclavizadores y racistas el pensamiento de que los nacidos en ciertos pueblos indígenas y comunidades nómadas, o en cualquiera de aquellos grupos que se conservan por la imposición hereditaria de sus costumbres, estén obligados por algún insensato designio moral a ser por siempre aquello que nacieron siendo, sin importar que sus sueños no puedan hacerse reales más que alejándose de lo que, con negligencia, les hacen llamar “su pueblo” o “su tierra”.

Réplicas: psicología y propuesta
También podría parecer, por rechazar yo la guía de vida por parte de una sola persona, que repudio el oficio de los psicólogos. Esto es falso. Por un lado, existen los psicólogos teóricos, quienes en lugar de atender pacientes particulares se ocupan de realizar investigaciones y formular teorías sobre el funcionamiento de lo que podríamos entender con el desusado término mente. Por otro lado, confío en que existen psicólogos que no inventan experiencias para sus pacientes, sino que, muy conscientes de que los problemas individuales son individuales, brindan su ayuda utilizando fórmulas genéricas, o ingenios intelectuales, para que sea a partir de las propias experiencias del yaciente como se resuelvan estos trastornos. Vislumbro asimismo la pregunta de cuál es entonces mi recomendación para quienes tengan pocas posibilidades de vivir experiencias. Primero, declaro que tales personas no existen y que las experiencias hay que buscarlas, sobre todo para evitar la monotonía. Además, si se me permite traicionarme sólo un poco y aventurar una sugerencia, leer relatos, ver películas, escuchar historias, jugar con juguetes son actividades sencillas que alimentan de experiencias ajenas y, lo más importante, de diversa fuente a aquel que desea una vida propia.

El asesino propio y el bonachón impropio
Finalmente, requiero aclarar que lo enunciado en el primer párrafo no significa que defienda o admire yo a los asesinos. Imagino la situación en la que me son presentados un asesino y un bonachón como los descritos, y se me pide decidir quién de los dos debe sobrevivir. Elegiría la supervivencia del bonachón, pero lo escarmentaría de inmediato diciendo: «La vida de ese hombre que acaba de morir era muchísimo más valiosa que la suya, porque era propia; pero era peligrosa. Usted, que no representa mayor peligro en tanto no continúe impartiendo lo que le han implantado como cierto, puede seguir viviendo, pues poco importará su existencia. Pero si comienza a esparcir como verdaderas las razones que, fuera de su comprensión, lo han convertido en el pelele que es, entonces será usted un peligro mayor que el que hubiese representado el muerto.» En un acto de culminación con diversidad de medios, presento un inocente video sin intenciones comerciales y el afiche de una fuerte película que os recomiendo como ejemplo negativo, y sobre la cual, eventualmente, emitiré algún comentario. Presérvese la diversidad.




 Notas bibliográficas
1. A saber:
  • BACON, Francis. Novum Organum. Editorial Porrúa. México, 1975. Traducción del latín de Cristóbal Litran.
  • DESCARTES, René. Discurso del método. Editorial Norma. Bogotá, 1992. Traducción del francés por Jorge Aurelio Díaz.

        • Meditaciones metafísicas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1967. Traducción del francés por Ezequiel de Olaso y Tomás Zwanck.

  • HUME, David. Investigación sobre el entendimiento humano. Editorial Norma. Bogotá, 1995. Traducción del inglés por Magdalena Holguín.
2.  Este pequeño diálogo lo inventé como parte de una colección de relatos que estoy escribiendo. Crímenes, se llama.

3. En un artículo anterior he escrito algo al respecto de la necesidad de estos cambios.

4. Los últimos textos de Jiddu Krishnamurti apoyan mi posición de negar la asunción de una persona modelo. En la versión francesa de la página se puede ver un texto muy corto de él al respecto.

martes, 4 de mayo de 2010

Petición de principio



Cada mañana, de lunes a viernes, frente a cada una de las dos entradas principales de la Universidad Nacional de Colombia —y en muchos otros puntos concurridos de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla— se reparte gratuitamente un periódico llamado ADN. Yo no acostumbro recogerlo, por dos razones principales: la primera es que, como vivo a cinco cuadras de la universidad, siempre voy tarde para clase y siento que pasar a tomar un ejemplar me quita tiempo; la segunda es que este semestre, de martes a viernes, tengo clase con unos compañeros que sí suelen recogerlo, y como el lema del diario es “Léelo y pásalo”, lo obtengo, resuelvo el crucigrama, a veces el sudoku, leo un “pocu”, y lo dejo por ahí. Tengo cierta fama entre estos compañeros por siempre dejar los crucigramas, si no llenos, con uno o dos cuadros en blanco nomás. Pero esto no se debe a alguna especie de amplia cultura que posea yo de forma natural, sino a que los crucigramas de ese periódico son diseñados por Alejandro Rivas.

Alejandro Rivas diseñaba los crucigramas del periódico HOY, que en un tiempo fue bueno y luego se volvió tan amarillista como Extra, y a veces tanto como El Espacio —incluso puede que los siga diseñando él, pero me he alejado prudentemente de ese tiraje—. Tal periódico llegaba a diario a mi casa, por inscripción, y el crucigrama estaba completamente reservado para mí. Eso hace varios años. Por un tiempo, incluso, lo llevé al colegio. Al principio, yo hacía mis intentos y luego el juego pasaba a mi padre, quien lo completaba rápidamente; y así era la rutina. Necesité como año y medio o dos años para terminar mi primer crucigrama de Rivas, y de entonces en adelante los terminaba con frecuencia, y luego los terminaba prácticamente todos. Entonces, el hecho de que resuelva con sorprendente habilidad los crucigramas de Alejandro Rivas no se debe a la sabiduría sino a la experiencia: más de siete años enfrentándome a sus preguntas me han acostumbrado a sus trucos, a sus formas recurrentes y a escribir con la mano izquierda.

A partir de cierto momento, y antes de convertirse en un desastre, el periódico HOY sacaba los fines de semana, también de mano de Alejandro Rivas, una sarta grande de juegos como sopas de letras, sudokus, adivinanzas, diferencias, y siempre, siempre un crucigrama de medio pliego. Una vez salió entre esos pasatiempos una sopa de letras en la que se solicitaba buscar nombres de idiomas del mundo. Mi pasión por los idiomas me facilitó la tarea, y también gracias a la lista de versiones multilingües que aparece a la izquierda en Wikipedia logré identificar cosas como urdu, zulú, yoruba o esperanto. Sólo al último me había asomado alguna vez, por mirar y porque en algún lado había creído escuchar que se trataba de un intento de lengua universal (tal vez lo leí ahí mismo en Wikipedia). Me dio entonces por asomarme un poco más, y puedo asegurar que cuatro días después lo hablaba con una fluidez bastante respetable. Un mes después lo hablaba muy bien. Dos o tres meses más tarde lo hablaba ya de maravilla.

Comencé a buscar textos, radio, videos, comunidades, gente. Lo más inmediato era, desde luego, un grupo en Facebook llamado Esperanto. Hay allí varios temas de discusión, unos pocos enlaces a páginas interesantes y, mayoritariamente, mensajes de neófitos que, emocionados por el descubrimiento, escriben su primera frase: «Mi estas komencanto.» [Soy principiante.]; o mensajes de pre-neófitos que, casi emocionados por el próximo descubrimiento, escriben sus primeras peticiones de principio: «How can I learn Esperanto? Could someone teach me or suggest me a page?»; se sigue, por lo general, un único comentario, hecho por cualquiera: «Try lernu.net.» (casi todo hablante de esperanto habla inglés). Personalmente ésa no es mi página preferida para el aprendizaje del esperanto, pero es la que más se usa.

Luego vinieron un par de grupos más en Facebook: Spreading Esperanto to the World, una página de la que me hice administrador (la he dejado descuidada del todo), y cuyo nombre cambié por el nombre en esperanto que debe corresponderle: Diskonigante Esperanton tra la mondo. Hay un grupo realmente bueno al que recurriré eventualmente para escribir sobre literatura en esperanto, que buena, abundante y bonita sí hay, llamado, precisamente, Literaturo en Esperanto; y es que considero que si se va a hablar de algo respecto del esperanto, no debería ser del esperanto mismo; el esperanto es un metalenguaje: es inmediato, tras búsqueda de un minuto, darse cuenta de que el tema de mayor cobertura en esperanto es el idioma mismo. O sea, hay un esbozo de petición de principio (esta vez en el sentido tradicional del término). Pero, por esta vez, estoy cumpliendo con otra petición de principio (en términos coloquiales):

Hay un grupo más en el que estoy, llamado Esperanto Kolombio, el de los hablantes de esperanto en Colombia. Gracias al Congreso Colombiano de Esperanto del año pasado, adquirí cierta fama en el medio, y se me pidió en el grupo contar sobre cómo aprendí, por qué me interesó y toda la cosa. Lo hago en español, para no traicionar mi crítica. La cosa comenzó como lo indican los primeros párrafos y continuó como lo indican los que siguen.

Yo no encierro las palabras de las sopas de letras en óvalos, ni en rectángulos; yo les paso una raya por encima, porque a veces el diseñador del juego usa las letras sobrantes para escribir una frase (en el caso de la sopa mencionada, un fragmento de una canción), y si tacho lo que estorba es más fácil leerla. Así, en cuanto taché la palabra “esperanto” me dirigí inmediatamente al computador (uno o dos pasos a la derecha) y abrí el artículo de la Wikipedia en español relativo a mi hallazgo. Leí una parte, me interesó, y entonces fui hasta el fondo de la página y pulsé “Wikilibros alberga un libro o manual sobre Esperanto”; no recuerdo si fue eso o si fui a la página principal de Wikilibros y busqué por categorías. El caso es que llegué a este manual. Las dos primeras tardes leí toda la parte formal de gramática (unas diez páginas, en suma), y los primeros Ejercicios de Zamenhof; Ludwik Zamenhof es el creador del idioma; sus Ejercicios son tan buenos que afirmo que cosas similares deberían existir en otros idiomas; o si existen, deberían alcanzar bastante fama. Las siguientes dos tardes las dediqué a los siguientes Ejercicios, en los que se presentan muy cómodamente los afijos básicos y bastante vocabulario. Terminando ese estudio, estaba yo sorprendido de la cantidad de afijos básicos, y de su amplia utilidad; por ejemplo, reboté estupefacto cuando vi el sufijo para “objeto en el que se inserta temporalmente un <variable>”, que es mucho más útil de lo que parece; explicito: se le aplica a “kandelo” [vela] y queda “kandelingo” [candelabro]; de “glavo” [espada] se obtiene “glavingo” , que suena mucho más elegante que “vaina”.

Luego la vaina era practicar. Busqué lecturas, poesía, música, radio —hay harto y bueno—. Y ése fue el principio pedido. Me he desactivado y reactivado en el ámbito, como hago con todo para no aburrirme ni abandonar mis conocimientos. Llevaba un tiempo desactivado, pero ahora mismo, gracias a este texto, me he reactivado y recordé lo bonito que es este idioma. También gracias a este texto me he reactivado en el blog, pero no es cosa de descuido. En realidad este artículo iba a ser publicado después de otro, pero ese otro no lo he logrado terminar. Cada vez creí que lo acababa, y salió otra cosa, o me trabé en un pedazo… y así voy todavía, y todavía creo que ya casi lo tengo. Sólo que esta vez sí desistí de conservar el orden planeado, y como no hay continuidad necesaria en los textos que aquí podéis ver, preferí refrescar mi espacio con este pedido. Sí, es un artículo corto y poco multimedia, pero cumple y revive; y ya revivido, escucharé un episodio más de Radio Verda luego de colgar el resumen de Facebook y antes de acostarme a dormir, que hay clase de topología a las nueve y esa materia está bellísima.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Toca

[La introducción quedó bastante larga y no quiero acortarla; si algún aburrido quiere ir al punto, comience a leer desde el sexto párrafo.]

A mi abuela materna, que vive ahora en Fusagasugá, le agradezco sobre todo tres cosas: haberme enseñado a leer desde los tres años, haberme enseñado a apreciar la caligrafía, y haberme inculcado el gusto por memorizar poemas. Mi inventario de poemas memorizados no es muy grande, han de ser un poco menos de treinta que últimamente por la poca práctica he estado olvidando de a pedazos; ya, por ejemplo, no recuerdo completo Latinogreiffería, del libro Nova et vetera de León de Greiff; es cuestión de tomar el libro y refrescarme. En clase, mientras no esté tomando apuntes o emotivamente concentrado en la explicación del profesor (o del estudiante que un buen profesor ha de hacer pasar al tablero), generalmente me pongo a practicar caligrafía; y también casi siempre que tengo tinta y papel a la mano. Y bueno, leer es cosa de todos los días para una persona decente… Se llama Ofelia, la mamá de mi mamá.

Ahora es cristiana y reniega de las iglesias –dice que son «la religión del diablo»–; anda con su Biblia, envía dinero a las comunidades religiosas y considera bueno un programa de televisión sólo si es transmitido por Enlace TBN. Antes fue católica; trabajó como profesora de escuela primaria durante mucho tiempo, enseñando, precisamente, a leer, y a otras cuestiones básicas de la educación de los niños, como las operaciones numéricas, la poesía, la buena conducta y, bueno, los principios católicos, que ella, por desgracia, consideraba incluidos entre lo importante. Pero quedémonos con lo que en serio pesa: la alfabetización. Ella enseñaba a leer y a escribir, y lo hacía de una manera muy eficaz y muy entretenida. Usaba loterías. Tomaba una imagen de alguna revista, la pegaba a una cartulina y la cortaba, escribiendo, con su bella caligrafía, una palabra en la parte de atrás de cada pieza; otra cartulina del mismo tamaño era dividida con trazos tal como lo fue la anterior, y en cada cuadro iba un dibujo, representación de una de las palabras escritas. Si el niño ubicaba correspondientemente las fichas, se veía la imagen de revista. Y esto se complementaba con el aprendizaje de poemas de memoria, que dotaba a la lectura de los caracteres, aprendida con el primer método, de esa expresividad que de no existir aburre al auditorio.

Gracias a personas como mi abuela Colombia es un país con alto grado de alfabetización. Gracias a gente como ella hay muchas personas que desde la niñez aprenden a leer. Y por eso ahora es más difícil encontrar a un adulto que no sea capaz de entender lo escrito. Pero en esa época eso era muy frecuente. Había muchísimos adultos que no tenían idea del significado, o de la equivalencia fonética, de las figuritas esas que tan bonitas le quedan a mi abuela. Y pensando en eso, en los colegios se impuso una actividad llamada «alfabetización»: a todo estudiante de educación media, para poderse graduar, le toca completar ochenta horas de trabajo en yo no sé qué clase de lugar en el que varias personas adultas se reunían a aprender a leer. Y así se disminuyó aún más la tasa de analfabetismo.

Ahora casi todos los colombianos sabemos leer y escribir (o eso dicen las estadísticas), pero el proyecto de alfabetización, bajo un nuevo nombre, sigue existiendo. Se llama «servicio social» –algunos profesores “de vieja escuela” le dicen todavía por su antiguo nombre–, y exige de los estudiantes trabajar ochenta horas en alguna labor comunitaria. Ejemplos: cuidar niños, cuidar ancianos, trabajar en bibliotecas, trabajar con organizaciones promotoras de paz, enseñar a leer, trabajar con discapacitados. Cursando yo mis primeros días de décimo grado (primero de educación media), la coordinadora de bienestar del colegio llegó al salón y enunció las opciones para el servicio social. Antes de que hubiera terminado, en cuanto mencionó cierta opción, yo me decidí inmediatamente por ella. Fui a hacer la “alfabetización”, y efectivamente aprendí a leer.

En la Universidad Nacional existe un lugar especialmente equipado para personas que no pueden ver, o que ven muy poco. Algunos les llaman “discapacitados visuales”; otros les llaman “invidentes”; yo, enemigo de los eufemismos, les digo con todo el respeto “ciegos”. El lugar es la sala de invidentes, que entonces estaba en el costado occidental del primer piso de la Biblioteca Central. Hay allí computadores con software para ciegos, libros en braille, grabadoras de voz y personas. Allí presté yo el servicio social. Siempre me ha parecido que los ciegos son personas con presencia, con «poder espiritual» por decirlo de alguna forma. Mi trabajo consistía en ayudarles a encontrar libros en la biblioteca, leerles en voz alta, realizar búsquedas en la red y grabar textos (así, por ejemplo, conocí a Arturo Pérez-Reverte, de quien grabé gran parte de La reina del sur); nunca hice la cuenta de la cantidad de horas que llevaba, y creo que alcancé a superar las ciento veinte; tanto me agradaba ese trabajo. En los ratos libres aprendí a leer braille, y disponía de material para practicar.

Seis puntosNo dispongo de un método como el de mi abuela para enseñar a leer braille por acá, pero haré la cosa más didáctica para quien me lo pida; por ahora, va una cosa un poco formal para mostrar el libro que se toca. El antiguo sistema de lectura para ciegos era ridículo: hacían los mismos caracteres del alfabeto pero en relieve y enormes, para asegurar que se pudieran reconocer. Entonces un muchacho francés ciego, Louis Braille, decidió diseñar un sistema más cómodo y le fue dado su nombre a un alfabeto basado en la configuración de seis puntos en relieve. Los puntos se llaman 1, 2, 3, 4, 5 y 6, y permiten sesenta y cuatro combinaciones. El sistema que Braille inventó es sencillo. Yo lo resumo como: “aprender a leer braille es aprender a contar hasta diez tres veces”; esto partiendo de que la persona se sepa sólo el orden alfabético. Casi todos los símbolos del alfabeto Braille parten de diez símbolos básicos, que se corresponden con las diez primeras letras del abecedario. Estos diez símbolos utilizan sólo los puntos 1, 2, 4 y 5; observando la imagen al margen se pueden construir mentalmente con facilidad, y así resultan más fáciles de recordar. Y aquí va el primer conteo: a = 1; b = 12; c = 14; d = 145; e = 15; f = 124; g = 1245; h = 125; i = 24; j = 245. De ahí en adelante es usar el mismo orden y agregar el punto 3; cuando esos se acaben, se agrega, además, el punto 6. Hay una excepción: w = 2456; como prácticamente no se usa en francés, no fue tenida en cuenta por Braille en la lista anterior, y su código fue asignado cuando un chico inglés le preguntó por ella. El pobre inventor se quedó pensando en que debía reformar varios caracteres para incluir esa letrilla, hasta que un inteligente amigo le dijo que no fuera bruto, que bastaba con asignar una de las combinaciones que aún no había usado. Y así nació la w.

Otra rara es ñ = 12456, que en francés es el símbolo de la ï. Eso en español no existe, sólo lo escribe quien escribe sobre braille para decir que no se escribe. Y, claro, las vocales tildadas y la ü también tienen símbolos especiales; helos en imagen, para mejor visualización (los puntos blancos son los que van en relieve):
Vocales acentuadas

Segundo conteo: Una vez aprendido el orden de esos símbolos, aprenderse los números es muy fácil: son iguales a las diez primeras letras –siendo la j el 0–, sólo que anteponiendo el “signo generador de número”, 3456. Y las mayúsculas son igualmente fáciles: la misma letra con el “signo generador de mayúscula”, 46, antes de ella. Para los títulos suele usarse 46 dos veces seguidas, indicando que todo el renglón va en mayúsculas.

En principio debería existir aquí un tercer conteo, correspondiente al orden de los signos de puntuación; hecho eso, cada signo se corresponde según su posición con una de las diez primeras letras, sólo que el símbolo se ubica en los cuatro puntos de abajo. Sin embargo, en español, aunque se han conservado varios de estos signos, se han adoptado otros, expuestos en la imagen que sigue:
Puntos
Es de entenderse que siendo esto de origen francés, sólo haya un símbolo para la admiración y uno para la interrogación; en español, entonces, abrimos y cerramos con el mismo.

Esta vaina es se parece a LaTeX™, un programa de computador que gracias a mi profesor de topología he aprendido a usar en buena medida y lo voy disfrutando. Es como un lenguaje de escritura que permite la inserción de muchas notaciones. Como decía, se parece: hay un conjunto de signos para cada función. El que acabo de mostrar es el de la escritura literaria, pero existen, por ejemplo, notaciones para la música y para la matemática; no sé si haya una para la fonética, la de LaTeX™ es muy buena. También hay un buen juego de símbolos dobles para representar signos extraños, como © = 5.14, £ = 45.123 o § = 5.1234. Los símbolos dobles se hacen entendibles porque el primero de sus miembros es como el Alt del computador, no tiene significado si se presiona solito.

Yo aprendí a leer esto porque me gusta todo lo que tenga que ver con lenguajes –ya sabéis, idiomas, alfabetos, lingüística, locución, escritura,…–, y también porque mis ojos no funcionan del todo bien (de hecho bastante mal) y resulta cómodo dejar de usarlos de a ratos. ¿Dónde consigo libros? En la sala de invidentes de la universidad, donde me conocen y me aprecian, y donde aceptan a cualquiera que quiera ayudarles con sus cosas. Pero, también lo aprendo porque me es útil como esa persona que soy que no es capaz de aprender algo sin llegar a enseñarlo. Incluso he intentado ser tacaño con algo: la caligrafía; me dije que a nadie le enseñaría a escribir bonito, pero no soy capaz de callar si me piden ayuda al respecto, y en cambio busco la mejor forma de hacerme entender (lo que evidentemente no he implantado del todo en esta ocasión). Este artículo desde luego no le sirve a alguien que no vea, pero le sirve al que tal vez no verá (no me toméis por pesimista), y le sirve al que ve para enseñarle al que no. Tú ves. El ciego toca. Tú puedes tocar. Al ciego le toca. Como despedida, os dejo con la canción Hit the Road, Jack, compuesta por Percy Mayfield e interpretada por Ray Charles, un ciego que toca:

    
Hit the Road, Jack

domingo, 10 de enero de 2010

Acto segundo: Primera parte

Dramatis personæ

Adrián Martínez París – El autor de este blog. 
Kímaro – Mi acompañante imaginario (ya tendrá entrada propia).
Muchacho – Un tipo que aparece en el video.

(Luces apagadas. Una tenue luz gris se enciende lentamente desde la izquierda. Adrián en el centro del escenario, sentado; pantalón gris, correa negra, zapatos negros –calcetines grises, desde luego–, polo gris, bufanda negra y la chaqueta de la promoción 2007 del IPARM, talla L.)

Adrián. – No os distraiga el título de esta pieza. No significa que sea ésta la primera parte de una entrada doble. “Primera parte” es el título del acto segundo (es decir, la segunda parte) de una entrada múltiple, aún no sé qué tanto. La primera parte (es decir, el acto primero), es la llamada y remitida Rol: Red.

Ahora os presento a Kímaro… No, no podéis verle. De hecho, yo mismo no le veo muy a menudo. Pero hablo con él a diario… tal vez demasiado. Se mantiene dentro de mi mente y no en el mundo exterior. Os lo describiré luego. Y ahora me disculparéis, pero voy a hablar con él y me voy a dirigir a él. Podréis escuchar su voz, desde luego. Una voz ronca y elegante, no muy gruesa.

(A Kímaro.) Verás. Cualquier cosa que veas, que sientas, que percibas con tus sentidos… Ah, no tienes sentidos… Bueno, con mis sentidos, en algún momento no existía. También, y con mayor razón, todo aquello que concibes con tu pensamiento estuvo ausente alguna vez. Y, eventualmente, llegó a existir. Tuvo un comienzo. Tú, por ejemplo, comenzaste a existir cuando decidí competir contra mí mismo. Mejorar ciertas habilidades. Has de recordarlo, ¿no? Claro, tu memoria es la misma mía; a veces es incluso mejor. Además sabes que soy alguien comparable con Leonardo da Vinci como «hombre de principios»: casi todo lo dejo comenzado. Últimamente he estado mejorando en ese aspecto. Logré terminar, en tiempo récord, La Isla de Teorema, por poner un caso (bueno, sin contar que quedó sin ilustraciones y sin el apéndice que me había propuesto). Tal vez sea porque ahora emprendo menos acciones que antes, pero creo que no es eso lo que pasa. Creo que lo que pasa es que ahora me tomo más en serio mis responsabilidades. Al menos las de afuera de la universidad.

Kímaro. – ¿Como qué? ¿Este blog y la constante lectura?

Adrián. – Tal vez. Pero ésas son cosas de siempre. No resisto sin leer y sin hablar solo. Al fin y al cabo tener un blog es otra forma de hablar solo en público; como si no lo hiciera de todos modos. Me refiero sobre todo a enfocar mis lecturas y mis estudios en general hacia cosas más concretas, y sin embargo variadas. Como vivir en idioma italiano estas vacaciones o escribir artículos de temas concisos como el inmediatamente anterior a éste; artículos que exijan estudio.

Kímaro. – Y vaya que quedó largo el artículo anterior. Pero éste no exige estudio.

Adrián. – No. Ya iba para eso. Otra de las responsabilidades que me he estado tomando en serio es la de trabajar con la Personería. Para escribir sobre eso no necesito estudiar ahora, pero sí haber trabajado.

Kímaro. – Y la perorata sobre “el comienzo” es porque…

Adrián. – Exactamente. (Pone voz de narrador de cuento infantil.) Relataré la historia de cómo comenzó todo en aquel lugar. (Pone voz de narrador de documental. Al público. El tono de voz se va normalizando al compás de lo que se dice.) En ese tiempo el personero de Bogotá no era el señor Francisco Rojas Birry, que tiene hoja de vida pública e imagen de estampilla, sino un tal Herman Arias Gaviria, un desconocido al que nunca vi ni escuché y cuya imagen ni por la red he podido encontrar.  Sé quién era porque los permisos para el colegio llegaban con su nombre y su firma. En ese tiempo el proyecto de personeros estudiantiles no estaba adscrito a la Personería Delegada para Educación, Deporte y Cultura, donde encaja muy bien y donde el personero delegado, Luis Federico Duarte Beltrán, se deja ver e intervenir, sino a la Personería Delegada para los Derechos Humanos, donde tampoco queda mal y donde no conocí a la personera delegada, ni recuerdo su nombre. De la misma manera, en ese tiempo el proyecto no lo dirigía Yolanda Zapata, que estuvo este año y cuya reciente reasignación a otro lugar lamentamos, sino Juan Carlos Méndez, un hombre soez y autoritario –más bien mandón– que con ello impelía eficacia.

En ese tiempo tampoco era yo el personero de mi colegio, y nunca lo fui. La personera era una amiga mía. Resultó elegida en la localidad de Teusaquillo, junto con otros personajes que ya han sido presentados aquí –Andrés Suárez y Laura Jiménez– (una imagen de cada uno es proyectada por un momento) y otros que no –David Atehortúa y Laura Duarte–, para trabajar en la Mesa Distrital de Personeros Estudiantiles (todo el cuento de cómo se organiza esto está en el primer acto). Y yo me colé sin autorización a la primera reunión y de entonces en adelante a casi todas, ya autorizado. La Red de ese año se dividió en cinco Ejes Temáticos, a saber, Convivencia familiar, Escenarios para la paz y la convivencia, Política Pública de Juventud, Plan Decenal de Educación y Derecho a la diferencia. Yo, con una hermosa carrera de docencia como sueño, opté por supuesto por el Plan Decenal de Educación, y la localidad entera quedó allí incluida en compañía de Mártires, Candelaria y Bosa (y a la vez casi sola porque la única persona de fuera de Teusaquillo que trabajó activamente fue una chica de Mártires, María Fernanda López).

Kímaro. – ¿En serio piensas que trabajó tanto como vosotros?

Adrián.(A Kímaro.) No fue eso lo que dije. Además, ella por lo menos asistió a la Asamblea Nacional. Pero eso va más tarde, déjame ir en orden. (Al público.) Yo no sé a qué nos dedicamos durante todo el año. Nos reuníamos más o menos cada dos semanas y nos separábamos por ejes temáticos para trabajar. No sé qué hacían los demás pero mi grupo se dedicaba a explicar a los nuevos qué es el Plan Decenal de Educación; todas las veces, o casi. Al final cada grupo pasaba y decía lo que había hecho. Nosotros por lo general pasábamos a explicar el Plan decenal de Educación. Veamos, ¿quién de los presentes sabe lo que es el Plan Decenal de Educación?

Kímaro. (Emocionado.) ¡Yo, yo sé, yo sé!

Adrián.(A Kímaro.) Tú no cuentas. Pero como sólo oigo esa vocecilla interior que replica emotivamente «¡Yo, yo!», supongo que tendré que hacerle caso. Yo sé lo que es. Pero voy a dejar que tú lo expliques. Adelante.

Kímaro. – Primero, hago una aclaración: si él lo sabe, yo lo sé. Es la ley natural de los acompañantes imaginarios. (Pone voz de presentador de El boletín del consumidor. Le es fácil careciendo de cuerdas vocales reales.) El Gobierno Nacional, en concordancia con el artículo 72 de la Ley General de Educación (Ley 115) está obligado a concurrir cada diez años en la realización colectiva de un plan de mejoramiento educativo en la que todo ciudadano tiene derecho a participar, y además debe incentivar la participación ciudadana. El documento que surge como producto de esta construcción es llamado Plan Decenal de Educación. En una encuesta realizada por personeros estudiantiles en el año 2007, aunque la mayoría de los abordados coincidieron en no saber de qué se trataba, un joven estudiante logró definirlo en palabras sencillas:

Muchacho.(Voz en off. Su fotografía aparece en el fondo del escenario.) El plan es algo que se hace cada diez años para estudiar cómo se está educando a los jóvenes en Colombia y mejorarlo.

Kímaro. – En esta ocasión el Plan fue dividido en diez ejes principales, listados en un artículo anterior (hacia el final, en letra cursiva). Tenemos con nosotros al autor de ese escrito, quien nos hablará sobre lo que en él se menciona acerca del Plan Decenal. Señor Martínez, adelante.

Adrián. – Gracias, Kímaro. (Al público.) Pues la verdad lo que se dice allí del Plan es muy poco; lo que menciono es el hecho de que alguna vez hicimos un video al respecto, como trabajo de la Red, para mostrar en el IX Congreso Distrital de Personeros Estudiantiles. Incluso podemos mostrarlo, que para eso acabo de cargarlo a YouTube, pero quiero antes hacer unas anotaciones. Ahí dice que yo era personero estudiantil, pero ahora sabéis que no es cierto. También quiero disculparme por la gripa de mis intervenciones en off. Y por el exceso de barba y el pelo partido a la mitad; son dos cosas que ahora no soporto. (Se apagan las luces. Baja un manto blanco y liso sobre el que se proyecta el video que viene a continuación.)

        
En una oficina bien decorada y bien organizada de Chapinero, un tipo muy buena gente, contratado por la Personería y que había estado viajando con todos los grupos para hacer los cinco videos (luego cargo el resto), estuvo con nosotros toda una noche realizando la edición de éste; grabamos las voces en off, organizamos las escenas, metimos la música, comimos empanada, vimos revistas (sobre todo la edición de SoHo en la que aparece Liliana González), charlamos, no dormimos, y nos distrajimos más bien poco del objetivo. Terminamos a eso de la una de la mañana del día en que el resultado de mi admisión a la Universidad Nacional de Colombia sería develado. Llamé a mi casa a informar de mi situación y mi mamá aceptó muy acomedidamente pasar a recogerme; me extrañó que accediera a hacerlo a esa hora: y es que yo había sido admitido a la Universidad, y ellos se enteraron antes; claro, no me contaron y esperaron a que yo mismo revisara.

Como dice Laura en el video, participamos en la Asamblea Distrital y en la Asamblea Nacional por la educación. A la Asamblea Distrital llegué tarde y apenas pude escuchar unas pocas intervenciones y encontrarme casualmente con la entonces directora de mi colegio. Luego, Andrés consiguió cuatro cupos para nosotros en la Asamblea Nacional para el Plan Decenal de Educación. La Asamblea duró cuatro días; nos dividíamos en mesas de trabajo según los diez ejes del Plan. Yo quedé en la mesa 41, que trataba el eje número once. Es decir, llenando el hueco que faltaba en cuanto a la presentación del Plan: misión, visión y propósitos. Mi participación fue mediana, algo baja, pero logré hacer un par de contribuciones al texto. Las cito subrayadas para sentirme importante.
  1. «Visión […] La educación es un proceso de formación integral, pertinente y articulado con los contextos local, regional, nacional e internacional que desde la cultura, los saberes, la investigación, la ciencia, la tecnología y la producción, contribuye al justo desarrollo humano, sostenible y solidario,…» Insistí para que esta palabra fuera incluida; desde luego, no me refiero sólo a la producción como entidad capitalista, sino también, y sobre todo, a la producción artística, a la producción intelectual, y a todo lo que pueda entenderse por “producción” en el sentido de mejoramiento de un país.

  2. «Propósitos […] 2. La educación en su función social, reconoce a los estudiantes como seres humanos y sujetos activos de derechos y atiende a las particularidades de los contextos local, regional, nacional e internacional, debe contribuir a la transformación de la realidad social, política y económica del país,…» Alguien había dicho que se descartara aquello de “internacional” pero un poco de insistencia logró que quedara. Digo, Colombia es un solo país, por diverso en fauna y terreno que sea, y hay más de doscientos países. No podemos suponernos Corea del Norte. Y bueno, soy partidario del anacionalismo: ¿qué sentido tiene tener que pedir permiso para ir a otra parte del mismo planeta? I’m a damned prisoner of my own country!
El texto completo está en esta cartilla. Y sí, el estilo de redacción de todo el plan es ése: enlistar categorías, para que nadie se sienta excluido. Por ejemplo, el décimo propósito dice: «10. El sistema educativo debe garantizar a niñas, niños, jóvenes y adultos, el respeto a la diversidad de su etnia, género, opción sexual, discapacidad, excepcionalidad, edad, credo, desplazamiento, reclusión, reinserción o desvinculación social y generar condiciones de atención especial a las poblaciones que lo requieran.» Digo yo que podrían poner esto: «10. El sistema educativo debe garantizar a todos el respeto a la diversidad de cualquier clase y generar condiciones de atención especial a las poblaciones que lo requieran.» Así, de verdad, nadie queda excluido. Pero, claro, eso no se podía pelear en la asamblea, y además se perdería la posibilidad de dar énfasis en ciertas cosas. Así que, siguiendo con la lista de categorías, pensaba yo en aquel entonces, estando de moda el vegetarianismo, que habría que incluir “diversidad de régimen alimenticio”, porque en serio me fastidiaba cuando alguien decía en un refrigerio entre reuniones, al recibir un buen pastel de pollo, «No, gracias, soy vegetariana.» –y pasaba con frecuencia, sobre todo entre niñas. Habiéndose menguado esa moda con el tiempo, ya nada allí me fastidia, así que me quedé con el trabajo de la Red. Y todavía sigo, pasándola bueno.

Kímaro. – ¡Yo también!

(El manto blanco y liso baja de nuevo, y sobre él aparece la palabra “Comienzo”.)

Fin