jueves, 11 de junio de 2009

Bienvenidos a Tequia

Cuando a mi padre, a sus ocho años, el cura de Pacho (su pueblo de nacimiento, en Cundinamarca), le hizo la extraña pregunta «¿Y cuándo grande, qué es lo que más te gustaría tener?», él respondió de inmediato, como acto reflejo: «Una biblioteca.»

Esto hay que verlo teniendo en cuenta que su madre era analfabeta y su padre un barbero tosco que apenas si leía un poco del periódico. Tampoco quiero pintar el cuadro del conmovedor niño pobre, que ya bastante gastado está y feo se ve. La cuestión es que este hombre decidió desde muy pequeño, y con gran convicción, que cuando grande tendría una biblioteca. Y vaya que lo logró. Si en español hubiera gerundivo, se lo aplicaría a “loar” con esta colección como sujeto. Esta colección que me rodea: un poco más de cinco mil volúmenes repartidos ordenadamente en los muros de este apartamento. Por ejemplo, a mi izquierda está una estantería, del piso al techo, dedicada a la ciencia y a la filosofía de la ciencia, y un poco más hacia atrás la estantería de filosofía política y filosofía a secas. Otro poco más atrás, lógica y libros generales de filosofía. Y enfrente de ello, esta belleza:

Colecciones

El estante de colecciones, acompañado de un equipo de sonido; hay ahí también diccionarios, libros de arte y otros libros grandes que no quedan bien en otra parte. Por ejemplo, está el DRIC (Diccionario de Rarezas, Inverosimilitudes y Curiosidades), al que al fin le he dedicado una entrada completa —es ese cafecito justo a la derecha de las mecedoras—. O está, como puede verse, la Historia Universal del Arte; ese grupito de libros blancos con imágenes coloridas y bandas doradas en los lomos. Opuesto a la colección blanca, ese libro negro con letras brillantes es una Biblia: la Biblia que ha de tener una casa de ateos. La colección roja de la derecha, la que va con dorado, es una colección de literatura universal distribuida por países. Y arriba, a diestra y siniestra, esos libros azules son la colección editada por Orbis de los premios Nobel de Literatura, que no cabe toda ahí y se termina en otro rincón.

También existe un apacible rincón, perfecto para balancearse durante horas, rodeado de literatura originalmente escrita en: griego, latín, y lenguas romances: italiano, francés, español, portugués y rumano (y en mi cuarto hay una buena cantidad de libros en rumano, que aún no puedo leer, pero lo lograré pronto), todo organizado según el apellido del autor. Además de la vista. Os muestro:

Columpio

A la izquierda, al pie de la lámpara, hay dos ediciones de Rojo y negro; lo terminé de leer hace unas pocas semanas. Sobre la mesita hay: unos prismáticos (la cajita roja) con los que jamás he podido encontrar a la vecina sexy desvistiéndose, un tablero de ajedrez, los Cuentos completos de Germán Espinosa y ese arrume de recortes de periódicos, que es una colección de caricaturas de Quino. La fotografía es obra de mi hermana Laurita. Ahora, ahí detrás del sofá, junto al columpio, hay una hamaca.

Ya en el pasillo de las habitaciones, aparecen cuatro estanterías del piso al techo dedicadas a:

La primera, otro bloque de ciencia, éste con cosas más específicas, que el anterior es sobre cuestiones más filosóficas o históricas (verbigracia Los elementos de Euclides o los Principia Mathematica); en esta misma estantería sigue un bloque de psicología y psicoanálisis, después educación, y luego antropología (entre la que hay otras cuatro Biblias, en español, inglés, francés e italiano, además de El Corán, El libro de los muertos y similares), para terminar con unos pocos libros (creo que todos de este mismo grupo) que falta organizar.

La segunda, economía, política, sociología, libros sobre Colombia, historia (organizada cronológicamente), lingüística, y al final un bloque dedicado a novelas policíacas y de ciencia ficción (que, como sabemos, debería ser “ficción científica”).

La tercera, literatura originalmente escrita en lengua inglesa, en orden alfabético, que ocupa casi todo, más unos cuantos libros de música y unas cuantas biografías.

La cuarta, finalmente, literatura originalmente escrita en alemán y lenguas eslavas: checo, serbio, polaco y ruso. Aquí mismo, antes de la literatura en lenguas orientales, hay unos cuantos libros que son antologías de diferentes autores de diferentes partes del mundo y algunos libros originalmente escritos en otras lenguas occidentales, como las urálicas (finés, noruego,…). Y después de la literatura en lenguas orientales –chino, árabe, bengalí, japonés, y otros, creo– se completa lo de música y se completan las biografías (ordenadas según protagonista).

En la mayoría de los bloques de “escrito originalmente en lengua x” hay también, comenzando o cerrando, algunos libros “sobre la lengua x”, generalmente cursillos.

Hay un estante de libros infantiles, que yo considero que deberían ser puestos en su lugar según autor y lengua de origen, como lo están, por ejemplo, Los mejores cuentos de Michael Ende, a los cuales les dedicaré también una entrada exclusiva. Hay además paquetes de revistas y otras cosillas por ahí. No puedo decir todo lo que hay porque yo mismo no lo conozco y hasta me he levantado varias veces a mirar en qué orden debía escribir lo que he enlistado ahora. A veces voy simplemente caminando por ahí, algún título que nunca había visto me llama la atención, ¡y a leer!

Al parecer ninguno de los libros aquí presentes es de mala calidad en cuanto al contenido, salvo, debo confesarlo, un Maktub de Paulo Coelho que salió en pareja con El alquimista (que me pareció algo aceptable) cuando lo compramos porque yo lo necesitaba para el colegio. Y prácticamente todos los ejemplares llevan la firma de mi padre. Cuando alguno no la lleva, yo rubrico.

Además de libros, hay una buena colección de música organizada en un bonito mueble producto del bricolaje comercial, un mueble dedicado a óperas, hay buenas películas, y, teneos fuerte, dos carriles de casi metro y medio con discos de acetato, un total de setecientos sesenta y siete elepés. Para reproducirlos, hay ahora en la sala un equipo de sonido con tocadiscos... al que le falta la aguja.

Bienvenidos, cómo no, a Tequia, que es el nombre que le doy a esta colección de colecciones, por deducibles razones helénicas. Muchos ya sabéis donde se encuentra, y los que no (por cuestiones de seguridad), preguntad a quien creáis que sepa, que muy seguramente lo sabrá. Aquí os espero. No hay catálogo, no hay plazo límite para préstamos, ni hay multas. Pero cuidado con incitarme a comenzar a tomar esas medidas. Y, desde luego, hay libros que no deben salir de este lugar: la biblioteca es completamente pública mientras los libros se mantengan adentro; si salen, pasan a ser propiedad privada y han de ser devueltos a la brevedad de su lectura.

Hay otro libro fuera del puesto: Banderas y escudos del mundo; se encuentra frente a mí, listo para continuar conmigo la entrada anterior, que quedó a medias. Tendréis lo que sigue para la próxima ocasión. Y de nuevo, aquí os espero, con todas las ganas de leer que podáis traer.

martes, 9 de junio de 2009

Me escudo en mi inutilidad

¿Para qué sirve saberse todas las capitales del mundo? La respuesta me la dio Milan Kundera en La lentitud. Para no quedar en ridículo. Parte de la historia se desarrolla en medio de una convención de entomólogos, y en un momento dado uno de los asistentes comenta la ponencia de un científico checo con lo siguiente (recorté un poco el texto para mostrar sólo lo que enuncio; traducción del francés por Beatriz de Moura):

—Me ha conmovido mucho su… testimonio. Tendemos a olvidar demasiado de prisa. Me afectó mucho lo que ocurría en su país. Usted es el orgullo de Europa.

El científico checo hace un vago gesto de protesta para dar cuenta de su modestia.

—No, no proteste —siguió Berck—, insisto en decírselo. Además –añade para dar a sus palabras un toque de familiaridad–, Budapest es una magnífica ciudad, viva y, permítame recalcarlo, del todo europea.

—Querrá usted decir Praga –dice tímidamente el científico checo…

¿Para qué sirve saberse los nombres de todas las estrellas que se ven desde la Tierra? Para conquistar en una noche con frases cursis como: «Mira, ésa es Regulus, la estrella alfa de Leo… Y esa otra es Rubkat, la estrella alfa de Sagitario. Tú eres Leo, yo Sagitario, y ambas estrellas comienzan con r, como el color rojo del corazón, como tu nombre, Raimunda, y como el mío...» He de hacer unas salvedades:

1. Soy libra, y no existe otra estrella alfa de constelación del zodiaco que comience por z.

2. Ojalá no se den las condiciones del ejemplo: haciendo repaso de nombres femeninos comenzados por r encontré cosas como Rubiela, Remedios, Rebeca,… Lo único bonito que encontré fue Rosa y Rocío. Pero me pareció más jocoso usar el abrupto Raimunda.

Bueno, y al fin y al cabo, esas dos cosas sirven para acumular dinero en programas de concurso. En cambio, ¿para qué carajo sirve saber de armería? No tengo idea, pero me fascina, y voy a mostraros un poco para que compartáis mi inutilidad. Con “armería” me refiero al conjunto de elementos que componen un escudo de armas, como los que usa cada país, o los que usaban los nobles, y que aún usan las familias que se creen de importancia; eso, y sus significados. Sólo que a mí poco me importa la parte de los significados, a mí me basta con los nombres y tendrá que bastaros eso también pues es todo lo que mostraré; el interesado en superficialidades semióticas (y viva la semiótica, pero en esto queda mal) puede bien averiguar por su cuenta. Utilicé la palabra “armería” porque puede resultar más familiar, pero es más común utilizar las palabras “heráldica” o “blasón” para referirse a esta… a esta sarta de nombres y figuras que algunos llaman disciplina y otros osan nominar arte.

Creo que ya me he llevado bastante en la introducción, así que presentaré unos cuantos datos iniciales y la promesa de la continuación de esta entrada, pero no creo que sea enseguida, que me gusta variar. Para comenzar, he de anunciar que estos conocimientos los tengo gracias a un librillo que descubrí en mi casa hace ya varios años llamado Banderas y escudos del mundo, editado por Editorial América S. A. en 1986 (sí, ya es viejito, aparecen Yugoslavia, dos Alemanias, y hasta la Unión Soviética). Es un librillo pequeño, organizado por países, y con la terminología correcta para estas cosas, por lo que existe, desde luego, un buen apartado inicial sobre este asunto. La autoría está distribuida entre dos Consejos, Editorial y Ejecutivo, de los cuales sólo presentaré las principales figuras por cuestiones de pereza: directora del Consejo Editorial: Doctora María Eloísa Álvarez del Real; presidente del Consejo Ejecutivo: Armando de Armas (padres bélicos).

Y ahora, las partes del escudo, que quedarán mejor ilustradas con una imagen y algunos comentarios puestos sobre ella:

Escudo

Timbre es el conjunto de adornos que brindan “grados de nobleza” al escudo.
La diferencia entre soportes y tenantes ha de quedar clara: éstos son seres humanos o humanoides (sirenas, ángeles, sátiros,…) y aquéllos son generalmente animales, o cualquier otra cosa que no caiga dentro de la categoría anterior.
La cinta de Colombia tiene un lema al revés, según mi opinión personal: debería decir “Orden y Libertad”, y no al contrario.
Esa cosita que casi no se distingue, el burelete, es una especie de corona como la de espinas de Jesús pero tiene pinta de estar hecha de tela fina, y suele llevar líneas diagonales que separan dos o más colores.
En muchos casos, los lambrequines consisten en plantas que se despliegan hacia los lados del escudo. Un recurso muy bonito, me parece a mí.
Ahora me pregunto por qué me gustaba tanto el escudo completo de Bélgica, con ese manto tan ostentoso; eso sí, tiene una frase sencilla y bonita en la cinta: “L’union fait la force”, que comparte con la cinta del escudo de Haití, bastante bello. Y con la de Bulgaria, pero en este libro no alcanza a aparecer ese escudo.

Para terminar por ahora, el campo del escudo (también llamado “escudo” a secas), tiene distintas formas, que son estas bellezas, sacadas de Wikipedia porque esta información desafortunadamente no está en el librillo:

Campos

1. Francés antiguo. 2. Francés moderno. 3. De damas. 4. De damiselas. 5. Estandarte. 6. Italiano. 7. Suizo. 8. Inglés. 9. Alemán. 10. Polaco. 11. Español.

El español también es el de Portugal y el de los flamencos. Personalmente prefiero el modelo suizo (y no porque sea el del escudo de Colombia que yo de nacionalista tengo lo que el campo alemán de simétrico: ni la punta, si os fijáis bien).

Salgo con tres promesas:

1. Este artículo será continuado.

2. Lo será con información exclusivamente extraída del libro Banderas y escudos del mundo, para que no suceda que publico en la red cosas tan públicas como lo conseguible en Wikipedia. (Os contaré por ejemplo qué pasaría si los presidentes se pusieran al revés sus bandas presidenciales.)

3. No será en la siguiente entrada, que estará dedicada a presentar el lugar en el que vivo. Cuando dije “un librillo que descubrí en mi casa”, no es porque haya rincones recónditos con libros curiosos (aunque sí que los hay), sino porque sucede con no escasa frecuencia que, caminando tranquilo verbigracia hacia el baño, me topo con un libro que jamás había visto, y que sin embargo siempre ha estado en su puesto.

viernes, 5 de junio de 2009

Sal yodada: mea culpa

Cuenta la leyenda que existían hace no mucho tiempo –y aún quedan algunos pocos– hombres y mujeres con cuellos prominentes que en algunos casos parecían ausentes y los más drásticos tenían mayor diámetro que la cabeza. Se le llama a estos individuos los "cotudos". Su aspecto se debía a una enfermedad hereditaria relativa a un órgano ubicado en el cuello que se inflamaba, y que además de crecer en sí mismo traía otra serie de problemas: fatiga constante y rápida; problemas de crecimiento que se daban en áreas selectas, cualesquiera, del cuerpo, o en todo; falta de apetito... La enfermedad consistía en que tal órgano, que era una glándula, segregaba menos sustancia de la que debería (era de otros el caso de que segregaba más). Mucho tiempo vivió la enfermedad sin ser caracterizada –sea la superstición divina el culpable–, hasta que, en el siglo decimonoveno, alguien la determinó y fue hallada su cura. El yodo. Se le aplicó esta sustancia al condimento más común, la sal, para prevenir el llamado "hipotiroidismo". Sin embargo, esto sólo previene en parte su desarrollo, mas no su obtención hereditaria. Entonces desarrollaron unas pastillas que deben ser tomadas todos los días en ayunas y debe hacerse un control periódico mediante exámenes de sangre para determinar el estado del proceso. Cierto día, uno de estos exámenes, aplicado a mi sangre, finalmente reveló normalidad.

Esto —en su versión más primitiva— lo escribí, precisamente, en la hoja que mostraba la normalidad como resultado de mi examen. Y hoy, precisamente, recibí los resultados del último examen, realizado con sangre del miércoles pasado, y que fue doble, para tiroides y glicemia; lo peor de que me hayan chuzado ambos brazos no fue el dolor, que es poco y ya estoy acostumbrado, sino, primero, que me pusieron sobre cada punzada una horrible curita de Shrek; y segundo, que cuando le pedí amablemente a la experta en perforaciones dérmicas que pusiera las respectivas virgulillas sobre mi nombre, me miró feo, tapó el bolígrafo enfáticamente y guardó el papel invitándome con la mirada a retirarme. García de la Concha y compañía le preparen una emboscada que incluya extracciones de sangre por goteo. En cuanto a los resultados: bien de glicemia, medida en miligramos por mililitro; bien de T4, medida en nanogramos por mililitro, y TSH sólo cero, veintitrés (0.23, según mi capricho de notación textual) unidades elevado. Las unidades de TSH son una cosa abreviada como mIU/mL, que significa claramente “unidades de algo por mililitro”. No tengo idea de qué es ese algo pero sé para qué sirve la hormona.

TSH es una sigla proveniente del inglés Thyroid-Stimulating Hormone, y se le conoce en español como “hormona estimulante de la tiroides” o “tirotropina”. Y resulta que yo produzco más de esa cosa de lo que debería. Pero no es muy grave, los niveles normales son entre cero, veintisiete y cuatro, veinte (con cifras significativas) unidades de esas, y lo tengo en cuatro, cuarenta y tres, sin contar que el examen anterior mostró tres, treinta y seis o algo así, y teniendo en cuenta que alguna vez, hace ya varios años, me salió uno con más de treinta y seis. A mi padre los primeros le salían por más de cien; eso sí es preocupante.

La cuestión es que esta hormona ayuda a que las tiroides funcione bien. Y la tiroides es a su vez una glándula ubicada justo tras la tráquea que segrega dos hormonas: tiroxina o tetrayodotironina (T4, la de mi problema) y triyodotironina (T3), ilustradas respectivamente a continuación:

TiroxinaTriyodotironina 

(Si alguien sabe qué significa el enlace ondulado en la representación de la T3, le agradecería que me contara, que yo no he podido determinarlo.) ¿Por qué, podrían preguntar los lectores, si produce más TSH, se le llama hipotiroidismo a la enfermedad? Porque este alto nivel de producción de TSH es consecuencia de la baja producción de T4. La TSH actúa como un arriero (uno respetuoso, que puya por el cuello) que impele el funcionamiento de la glándula tiroides. Y si la glándula tiroides funciona poco, el arriero ha de puyar más fuerte. Y eso siempre trae consecuencias no siempre agradables, como las siguientes:

1. La glándula se inflama, lo que conlleva a tener un cuello prominente y caer dentro de la categoría de los cotudos (a la que por fortuna no pertenezco).

2. Como la T4 es una hormona estimulante del crecimiento, y la TSH se encarga de la regularidad de este crecimiento, sus irregularidades generan deformaciones. (La única que me conozco es una leve torcedura de nariz hacia la izquierda que muy seguramente se debe a alguna otra clase de accidente; probablemente haya más, y yo he querido mantenerme ciego. Además poseo la envidiable cualidad de que por mucho que coma no engordo.)

3. La T4 también estimula la producción de energía, y una persona con hipotiroidismo se cansa rápido y suda bastante (y de esto sí soy desafortunada víctima, pero sólo mientras no consuma mi medicamento).

4. No puedo comer mucha sal, aunque no veo esto como una desventaja. Resulta que el medicamento me brinda todo el yodo necesario para la regulación de mi problema y si consumo mucho más puedo irme para el otro lado. Ya no hay sal no-yodada, y sí, es cierto, la sal tiene yodo gracias a gente enferma como yo, y por nada más.

El mencionado medicamento debo tomarlo en ayunas y debo esperar más o menos media hora para comer algo, lo primero debido a que el cuerpo debe estar en un estado de relajación máximo, y lo segundo debido a razones que desconozco pero que infiero. Por eso, si me levanto tarde, estoy condenado a llegar tarde a donde tenga que llegar; no me gusta salir sin desayunar, aunque me ha tocado hacerlo, claro. Sólo que hacer eso siendo estudiante de matemáticas es someterse al no entendimiento durante el tiempo que se pase sin comer. Respecto a la consecuencia número tres, alguna vez estuve sin medicamento un par de semanas por pereza de reclamar más, y no pasaba de las dos de la tarde sin estar quejándome de fatiga y apoyándome en cuanto poste consiguiera si estaba en la calle. Desde entonces soy más juicioso con esta cuestión.

No es cosa contagiosa, así que podéis acercaros a mí todo lo que el concepto de espacio personal permita. Y os dejo con la promesa de una entrada sobre escudos de armas que al parecer será dividida en dos porque ya comencé y me he llevado media página en la sola introducción.

martes, 2 de junio de 2009

Variedades

Prometo que la próxima entrada será sobre el hipotiroidismo. Es la razón por la cual, si me levanto tarde, no puedo permitirme alistarme en diez minutos y llegar a clase a tiempo. Sí, llegué tarde esta mañana. Media hora tarde. Pero por ahora el juego que había dicho.

La entrada de esta ocasión (no digo “de hoy” por cuestiones de posible falta de constancia en un futuro cercano) está dedicada a un juego que inventamos mis hermanos y yo hace ya varios años, y que logramos popularizar en el conjunto residencial que habitamos. Tiene el estilo de cogidas, escondidas, policías y ladrones,… ese tipo de juegos “de patio” que quien no haya jugado merece la deshonra. Sólo que este nuestro es un poco más complejo; y aclaro que “complejo” jamás significa “difícil”; complejo es algo que tiene varias partes. En este caso las “partes” son las reglas. No son demasiadas, pero son más que las usadas en los otros juegos mencionados. Pongámosle un poco de seriedad a esto, que no es que la requiera pero resulta más organizado y me divierto un poco.

Reseña Histórica

Todo comenzó hace muchos años (como nueve o diez) un día en que mis dos hermanos menores y yo nos encontrábamos en el apartamento y queríamos divertirnos de alguna manera como cualquier niño menor de once años. De algún lado salió la propuesta de que Manuel (mi hermano) y Adrián (yo) le dijéramos a Laurita (mi hermana, que se llama Laura, pero me acostumbré al diminutivo), cada uno, un animal. Ella elegía a alguno arbitrariamente y el correspondiente hermano perseguía a los otros dos a través de un recorrido que debía ser completado a salvo (entiéndase, sin ser cogido), y quien lo completara primero era el siguiente en decidir quién perseguía. Elemental. El juego recibía entonces el nombre “Animales”. Después la cosa se puso más interesante: el animal era dicho en secreto, lo que, inicialmente, con sólo tres jugadores, resultaba estúpido, pero con más gente genera la incertidumbre de no saber desde el principio quién persigue. Fuimos desarrollándolo hasta salir de los animales y abarcar cualquier categoría. Fue entonces, tal vez un poco más tarde, cuando el juego pasó a llamarse “Variedades”. Las reglas “modernas” son las que siguen.

Desarrollo

Una persona llamada juez, elegida por cualquier medio al estilo “piedra, papel o tijera” o el que sea, se sienta en un lugar denominado silla. El juez elige una categoría (plantas, ciudades, compositores,…) y un criterio de selección acorde con la categoría (la más duradera, la más lejana a París, el que más obras haya compuesto,…), y enuncia a los demás jugadores en voz alta únicamente la categoría. Cada jugador le dice en secreto un elemento de la categoría, y una vez todos los jugadores lo hayan hecho, el juez se levanta, todos se preparan para correr, y el juez enuncia el criterio de selección y el elemento elegido según éste. La persona que haya mencionado tal elemento debe intentar atrapar a todos los demás. Los otros deben completar un recorrido previamente determinado sin ser atrapados, y el primero que se siente por completo en la silla es el siguiente juez. Una persona que haya completado el recorrido y no se siente en la silla directamente (bien porque ya estaba ocupada, bien porque lo olvidó, bien porque la maniobra de evasión contra el perseguidor le obligó a hacerlo) ya no puede ser atrapada, pero no será el siguiente juez. Si nadie se sienta en la silla una vez todos hayan ora completado el recorrido, ora sido atrapados, el siguiente juez es quien perseguía. Y se repite la dinámica, como en cualquier “juego de patio”.

Observaciones

El juego es evidentemente más divertido en tanto más personas lo jueguen, en especial por las reglas respecto a la posible repetición de elementos. Si los jugadores son pocos (digamos menos de diez) y alguno dice al juez un elemento que ya haya sido dicho, el juez deberá pedirle que lo cambie hasta que diga uno nuevo. Si son bastantes, se puede permitir en cierta medida la repetición (eso será ya criterio de los jugadores) y saldrán a coger todos los que tengan que hacerlo. Obviamente, si se da el caso de que quien perseguía es el siguiente juez, algo hay que hacer para decidir quién queda.
Existe la figura del asisonto (alguien le puso ese nombre, creo que David Polanco, y así se quedó). Es una persona que se sienta detrás del juez y a quien éste le dice el criterio de selección que ha decidido usar. El asistonto tiene ciertas ventajas: no participa para coger, desde luego, y garantiza un poco más la imparcialidad del juez. La utilización de esta figura es opcional y su elección puede darse de cualquier forma.

Medallas

Alguna vez Daniel Páez (que jugaba bastante, y bastante bien) propuso algo llamado medallas, que aceptamos de entonces en adelante. Hay tres tipos de medallas, obviamente oro, plata y bronce. La medalla de bronce se consigue siendo juez tres veces seguidas. La medalla de plata se obtiene siendo juez cinco veces seguidas. Y la medalla de oro se adquiere… adivinad cómo… no, no son diez veces, eso es dos medallas de plata; se adquiere por la proeza de lograr ser juez por haber atrapado a todos los perseguidos.

Recomendaciones

Jugarlo, para comenzar. Alguna vez logramos reunir a unas cuarenta o más personas y jugamos entre todos. El juego tuvo bastante acogida en esa ocasión. Además, aprovechando que sois vosotros quienes os enteráis más directamente, os doy unos consejos más o menos obvios que sirven como estrategias de juego: elegid elementos promedio dentro de las categorías si queréis evitar salir a coger; o pedíos al asistonto, que no es puesto denigrante y también se evita quedar persiguiendo. Pueden hacerse juegos entre especialistas; por ejemplo, entre médicos pueden tomar la categoría “huesillos de la mano” o “glándulas”; entre biólogos “partes de la planta” u “órganos de los lepidópteros”; entre matemáticos yo propondría algo como “teoremas famosos” bajo el criterio “el de demostración más larga” o “contribuyentes al desarrollo del análisis” bajo el criterio “el más desocupado”. Cosas así. Divertíos mucho con esto, que yo ya lo he hecho harto y aún tengo ganas de más.

Para la próxima, enfermedades: «Lo elegí por la que recuerdo todas las mañanas, y sale a coger… ¡hipotiroidismo!»

lunes, 1 de junio de 2009

Y entonces aconteció que…

También se encuentra publicado, casi igual, en el anuario del colegio IPARM correspondiente a mi año de graduación: 2007. En tal edición la letra es bastante pequeña y el fondo es un cuadro de Carlos Jacanamijoy (Jardín de noche, con sus respectivos créditos de pie de foto), lo que hace que resulte más cómodo aprovecharse de lo que ahora procedo a hacer. Esta vez no será necesario proemio alguno, pues tendréis enfrente, precisamente, el proemio de todo. Escrito por mí para los comienzos del mudo, os presento los primeros párrafos del Jen Aküan. El primer capítulo lleva por título El Mundo, primer sitio del Sistema.

Por evolución nacerían una a una todas las criaturas, y entre todas las criaturas la más perfecta sería el hombre.

La mitad del mundo estaba entonces cubierta de nubes blancas, grandes nubes blancas, y estas nubes se separaban y producían grietas, y estas grietas dejaban pasar delgados haces de luz hacia la tierra, y los haces lo iluminaban todo. Pero la otra mitad del mundo estaba cubierta de nubes grises, densas nubes grises, y estas nubes lanzaban rayos, y estos rayos producían intensas llamas sobre la tierra, y las llamas lo iluminaban todo. Era todo esto un espectáculo hermoso, pero en ese tiempo no había criaturas que así pudiesen considerarlo, pues los seres que sabían lo que veían y podían juzgarlo aún no existían; sólo existían los que no veían, y los que veían sólo para sobrevivir.

Entonces apareció el hombre. Pocos hombres en la mitad blanca, pocos hombres en la mitad gris, y entre estos hombres estaban los futuros creadores del Sistema. Y los hombres vieron esto y concibieron la belleza. Entonces los hombres descubrieron que podían comunicarse, y comenzaron a hacerlo, primero a través de su pensamiento; cada uno creaba una idea para cada cosa, y cada cosa se identificaría con una idea, que para todos sería igual. Pero no solo podían transmitir ideas, podían también cambiar las cosas, cambiar los pensamientos, cambiar las formas, crear nuevas cosas, eliminar las ya existentes, mover las cosas, todo esto, y más, con solo pensar, y muchos quisieron aprovecharse de ello. Muchos murieron, porque no sabían usar sus poderes, y modificaban sus cuerpos sin poder volver a ser como eran, porque nadie se conoce por completo, y menos aún su cuerpo. Pero había dos hombres que querían aprender a utilizar estos poderes, dos hombres que comenzaron a descubrir que nadie se interesaba por ellos, que nadie los veía como un don dado a esta especie única, que nadie se percataba de que había otras criaturas, y de que esas criaturas no poseían esos dones. Entonces cada uno se apartó por su lado, entrenó sus habilidades, y llegaron a tener mucho poder. También quisieron ser nombrados, y cada uno se hizo llamar de una forma distinta: el que provenía de la mitad blanca tomó el nombre de Déidos, y el que provenía de la mitad gris se nombró Démono.

Y con el tiempo, los dos climas iniciales del mundo chocaron, y el mundo rotó sobre su eje descubriendo otras partes a la luz, y sucedieron grandes alteraciones en los terrenos, y se generaron muy diversos paisajes, muchos temibles, muchos hermosos, pero todos juzgables de aspecto, porque el hombre poseía la facultad del juicio.

Recorrieron el mundo, y entonces se encontraron y se sensaron, y descubrieron que ambos tenían los mismos propósitos. Entonces se juntaron, y uno de ellos, el que provenía de la mitad blanca del mundo, dijo: “Debemos hacer que todo hombre pierda sus poderes, y que sólo aquellos que realmente lo merezcan, como nosotros, lo obtengan como premio. Para ello debemos recorrer el mundo, eliminando poco a poco los poderes, creando seres que hagan el trabajo por nosotros, pues nosotros somos los únicos con la habilidad para hacerlo. Pero debemos también cuidar de que nuestros cuerpos continúen existentes y sanos por mucho tiempo, ya has visto cómo quienes no cambian de cuerpo son afectados por enfermedades; salvemos, pues, nuestros cuerpos y diseñemos también diminutas criaturas cuyo oficio sea el de limpiarlos y evitar así que los males del cuerpo terminen con nuestra existencia. Ahora emprendamos la marcha, y que todos los hombres queden despojados de la hechicería.” Pero el pensamiento de aquel de la mitad gris, aunque en gran parte acorde con el de Déidos, abarcaba una idea más: el equilibrio, y de la siguiente forma se expresó: “Acepto tu propuesta, Déidos, compañero de pensamiento, pues me ha parecido sensata tu idea; mas tengo yo un pensamiento que hará que los hombres tengan más posibilidad de obtener poder. Durante mi aislamiento de los hombres, en el que dediqué mucho tiempo a pensar en el uso de la hechicería, también pensé en aquello que me había permitido razonar sobre esto, y me di cuenta de que era el equilibrio, la bondad y la maldad que albergaba entre mi conocimiento y pensamiento, el daño que propongo hacer a los hombres cuando quiero, y al mismo tiempo el bienestar que les quiero producir. Tanto en uno como en otro concepto pensé también, y al descubrir que los poseía ambos, en medidas similares, respondí mi propia pregunta, y así supe que el equilibrio es lo que permite a los hombres reflexionar sobre las cosas que poseen y que no, y sobre las cosas que les rodean. Quiero, Déidos, que produzcamos ese equilibrio en los hombres, en todos los hombres. Quiero que cada vez que sensemos en algún hombre mucha intención de hacer daño a los demás, o a sí mismo, afectemos su vida para que reconsidere y se aprecie, y aprecie a sus semejantes. Y que cada vez que sensemos en algún hombre mucha intención de hacer bien a los demás, o a sí mismo, hagamos que piense y recoja en su mente algo de maldad. Quiero que todos los hombres estén equilibrados. Y para ello debemos recorrer el mundo, tú ya lo has propuesto.”

Y comenzaron. Implantaron en sus cuerpos criaturillas minúsculas, y así quedaron protegidos contra los males del cuerpo. Se repartieron el mundo para cumplir con su acuerdo. Como ayudantes para eliminar la hechicería crearon a los trasgos, unas criaturas con el único poder de quitar poderes, y a quienes dieron una mínima inteligencia; los trasgos fueron creados a partir de hombres, deteriorando sus cuerpos y sus cerebros hasta finalmente poderlos controlar. Pero la creación de los trasgos estaba acabando con más hombres, así que se decidieron a observar cómo hacían las demás criaturas para reproducirse, ya que no poseían la capacidad de crear nuevas criaturas. Además, las criaturas que los hombres creaban nacían en extremo imperfectas, pues no sabían hacer cuerpos. Descubrieron el sexo, y enseñaron a los pocos hombres con cuerpo a reproducirse. Les despojaron de todos los poderes, para dejarlos únicamente con aquello que la naturaleza daba a todas las demás criaturas: un cuerpo, y con aquello único de su especie que les permitía entender y en un futuro lograr el pensamiento necesario para recuperar su naturaleza: la razón.

Entonces los hombres se vieron obligados a comunicarse de otra forma, porque ahora no tenían la comunicación mental, de la que la mayoría de las demás criaturas carecen. Pero poseían una lengua, y la capacidad de articular sonidos, entonces Déidos y Démono inventaron para ellos un lenguaje con el cual nombrar las cosas y los pensamientos. Y todos los hombres, ya despojados de la hechicería, pudieron sobrevivir y procrearse, hasta que la hechicería fue olvidada casi por completo…

Habrase notado el intento por imitar el estilo bíblico, también utilizado en El Silmarillion, y en otros tantos libros de creación. Hago de una vez anuncio de la próxima entrada: no será un texto, sino un juego. Un viejo juego que inventamos con mis hermanos y que terminó gustándome mucho. Ahora mismo quisiera jugarlo, pero necesito por lo menos unas cuatro personas más para ponerlo interesante. Además es tarde, y tengo clase de análisis matemático a las siete de la mañana.