domingo, 20 de diciembre de 2009

De gota en gota y no agota

En mi colegio hay una publicación semestral hecha por los docentes llamada Pedagogía en Escena, que trata los temas que enuncia su título. También existió –y se supone que aún existe, pero no he visto reportes– un concurso de literatura llamado Atrapaletras que saca, con los textos ganadores por cada categoría, una revista del mismo nombre. Los dos proyectos han sido impulsados principalmente por una profesora de español, Yolima Páez, que llegó al colegio creo que en el año 2005 o 2004. Cuando llegó, comenzó a implantar en los cursos décimo y undécimo una metodología basada en la elaboración de proyectos de investigación, que debían hacerse siguiendo unos formatos guías; la idea me gustó. Anuncio esto para rescatar a Yolima de lo que la voy a acusar enseguida. Las guías tercera y cuarta eran dos partes de un mismo formato que contenía literales hasta el I. Bibliografía. Me tomó un poco más de dos páginas responderlos. Pero me sentí obligado a agregar un literal J. Apéndice de errores en el texto guía. Ése me tomó cinco páginas. Cuando cuento esto me preguntan «¿Y qué dijo la profesora?» La cosa es que las guías me las aplicó otra profesora, Paola Rodríguez, ella sí buena escritora, que decidió seguir el método de Yolima. A ella entregué ese documento con el siguiente epílogo:
Y habiendo encontrado aproximadamente ciento treinta errores (¡en nueve páginas!), incluyendo todas las veces que aparece la palabra “problémica” y contando los de ambos encabezados y ambas introducciones por separado (que no fueron corregidos al reutilizar), termino con una respuesta que tengo que dar. Protestará la profesora: «Pero esto no lo hice yo, lo hizo Yolima.» Y responderé yo: «Tanto peor. Cuando se usa algo de alguien más se revisa para encontrar posibles errores, y este trabajo no fue revisado, ¿o sí? Personalmente, por tu reputación como investigadora y como lingüista, espero que no.»
El trabajo pedía una limitación grandísima del tema, para facilitar. Es decir, si se quería investigar sobre, pongamos por caso, maltrato infantil, había que llegar a algo como “el maltrato que sufren por parte de sus padres los niños de siete y ocho años en el barrio Cazuca de la localidad de Ciudad Bolívar (Bogotá)”. Casi que piden los nombres de los implicados. El primer tema de investigación que tomamos con Sergio fue “análisis de la obra El túnel de Ernesto Sábato”, pero en eso no hicimos mayor cosa y después, trabajando solo, elegí el tema que procederé a exponer después de los usuales párrafos de introducción (que aún no acaban).

La imagen que viene a continuación es una réplica hecha en computador de una obra de arte del pintor minimalista Ad Reinhart titulada Abstract Painting. En una época en la que me dio por escribir en MSN con letra amarilla “diseñé” este fondo para compartir de manera que mis mensajes instantáneos resultasen legibles; así, no se trata de una infracción a los derechos de autor de este talentoso señor estadounidense. Es sólo que un fondo negro tiene tantas utilidades que a cualquiera se le puede ocurrir emplearlo para algo distinto de cobrar por ponerlo en una sala de exposición (!). Es más, para ahorrar espacio aprovecho que da lo mismo ponerlo grande que ponerlo chiquito. Esta obra se encuadra en la corriente del minimalismo pictórico.

FondoDícese del minimalismo pictórico que busca disminuir al máximo la cantidad de objetos en la imagen, logrando que el conjunto de lo poco que quede produzca una armonía. En este caso, sin embargo, queda demasiado poco. Para ser estrictos, nada. Es una especie de sinfonía del silencio. También me recuerda la mención de un libro titulado La vida sexual de Kant. ¿Qué puede traer una cosa así? Imaginémoslo: portada; página de encabezamiento; página de derechos de autor con título original, nombre de la editorial, año de cesión del copyright y un aviso prohibiendo su reproducción total o parcial; contenido: «No tuvo.» –y eso fue una reproducción total–. Y para terminar, como por poner algo más, llevará un completísimo colofón. Sí, creo que es un libro más complejo que este cuadro. Al menos lleva el santo del día de impresión. Pero no pretendo difamar del minimalismo pictórico, que sí tiene cosas muy buenas, como éstas, pintadas por Frank Stella y Ellsworth Kelly respectivamente:

P-minimalismo 1 P-minimalismo 2
(Asomaos también a este enlace, con una tripla bastante armoniosa y algo reveladora de cuadros minimalistas; no es que muestre algo que nadie sepa, pero está muy bien lograda.) En realidad, mi intención no es, en absoluto, difamar (salvo por el cuadrado negro) de cosa alguna. Mi intención, de hecho, no es hablar de pintura minimalista, ni de escultura minimalista ni de arquitectura minimalista (¡pero buscad al respecto, que vale la pena!). El tema de investigación que elegí, así con toda la delimitación solicitada, fue “la música minimalista de Steve Reich”.

Por esa época yo andaba emocionado con la exploración de lo que un amigo de mi padre, amante de estas músicas extrañas, llama con sorna “ruiditos”. Él divide estas músicas en varios niveles, según qué tan difícil resulte al oído acostumbrarse a escucharlas, y, todavía más, llegar a disfrutarlas. Yo estoy ya en el nivel “ruiditos 4”, pero la música minimalista cae, diría yo, en “ruiditos 2”. Es como para comenzar con algo más suave. “Ruiditos 0” es la música clásica típica, impresionista, renacentista, barroca y clasicista. De “ruiditos 1” vienen siendo cosas como Pink Floyd o Keith Jarret, que tienen su trabajo musical profundo y a veces difícil de apreciar para quien no los ha escuchado. Sobre “ruiditos 3” (Daniel Godfrey o Witold Lutosławski) y “ruiditos 4” (Iannis Xenakis o Mario Davidovsky) hablaremos luego. No sé la verdad si habrá otro nivel después, así que, por ahora, me encuentro en la cumbre.

El siguiente texto entre comillas tipográficas es una explicación profunda del minimalismo:

«Minimalismo.»

Eso en cuanto al arte plástico, y definitivamente en cuanto a lo literario. Pero Steve Reich, en una entrevista que le hace William Duckworth y que es publicada en el libro Talking Music responde acerca de la definición de esta palabra en música lo que sigue (página 293, fragmento traducido del inglés por Adrián Martínez París):
“Minimalismo” no es una palabra que yo haya inventado. Creo que el primero en usarla fue Michael Nyman alrededor de 1971. Términos como “impresionismo” –un buen ejemplo, ya que fue tomado de la pintura para aplicarse en la música– son útiles porque denotan un grupo de compositores. Si dices “minimalismo”, sé que estás hablando de mí, de Phil Glass, de Terry Riley, de La Monte Young, y tal vez de John Adams. Pero como término descriptivo yo diría que se vuelve más bien peyorativo alrededor de 1973 con Music for Mallet Instruments, Voices and Organ. A medida que mis composiciones adquieren orquestación y armonía, el término se hace menos descriptivo, hasta que te encuentras con que obras como Tehillim o The Desert Music son llamadas minimalistas sólo porque yo las escribí. [1]
Gracias a obras como Music for 18 Musicians Reich obtuvo el título de “minimalista”. La obra original dura casi una hora. De mano de mi padre está la información siguiente sobre ella:
Rítmicamente, dos clases de tiempos diferentes se presentan simultáneamente en Music for 18 Musicians. El primero está constituido por una pulsación regular en los pianos e instrumentos para martillos que se mantiene durante toda la obra. el segundo está constituido por el ritmo del aliento humano en las voces y por los instrumentos de viento. Las medidas de tiempo están determinadas por la duración de la respiración de los ejecutantes.

La estructura de la obra se basa en un ciclo de once acordes tocados al comienzo y repetidos al final. El acorde siguiente se introduce gradualmente hasta completar los once para retornar al primero.

En cada sección intervienen los mismos elementos pero con diferente armonía e instrumentación. Por ejemplo, el rol de los pianos y de las marimbas en las secciones 1 y 2 pasa a las marimba y los xilófonos en la sección 3A y luego a los xilófonos y las maracas en las secciones 6 y 7. El piano de la sección 3A reaparece en la sección 6 acompañando diferente melodía interpretada por diferentes instrumentos. El proceso de construcción canónica entre dos xilófonos y dos pianos aparece inicialmente en la sección 2 y luego en la sección 9, pero construyendo otro patrón total en un contexto armónico diferente. La relación entre las diferentes secciones puede ser mejor comprendida si la asemejamos a la existente entre los miembros de una familia donde se dan ciertas propiedades comunes y otras absolutamente individuales. [3]
Y de YouTube he logrado conseguir el siguiente extracto inicial (en Tequia está completa, transcrita de elepé, para los interesados).
      


Reich exploró también con música de laboratorio: sonidos organizados electrónicamente en una cinta. E hizo mezclas entre música de laboratorio y música instrumental, como Violin Phase. Entrego una lista de más obras de Steve Reich por YouTube, y su ficha en epdlp.

Music for Pieces of Wood (excelente para aprender a escuchar) 
Tehillim (bellísima) 
Music for Mallet Instruments, Voices and Organ (trae reseña del autor) 
Violin Phase (ya mencionada)
Drumming (minimalismo puro)

Si bien el proyecto del colegio trataba explícitamente la música minimalista de Steve Reich, existe gente como la mencionada por él en la intervención que cité hace un rato que tiene importante repertorio de música minimalista. Y yo, aprovechando que ahora no tengo por qué limitarme y que estoy en la redacción del primero de mis artículos para cuya extensión no tengo en cuenta la fatiga del lector, me extenderé un poco hablando de ellos y de la música minimalista en general, que harta bibliografía al respecto sí hay en Tequia.

Cuenta mi padre que alrededor de sus veinticuatro años (hacia 1960) comenzó a preguntarse por la existencia de compositores modernos de música clásica; es decir, venían Wagner, Dvořák, Strauss, ¿y luego qué? Si algo sonaría Ígor Stravinski con sus primerísimos trabajos. Buscando, se topó con el compositor húngaro Béla Bartók y una obra suya con el extraño título Concierto para orquesta. Y es que se sabe de conciertos para piano, para violín, para clarinete, hasta para instrumentos de viento o para cuerdas, pero “para orquesta” es una frase perturbadora. Dice que intentó escucharlo varias veces y no fue capaz de superar los diez minutos. Y que un día, afectado por algún impulso circunstancial, se decidió a escucharla completa y lo logró con amplio gozo. A partir de entonces le emocionó el estudio de estas músicas y comenzó a estudiar, a comprar libros, a conseguir discos de acetato… ¡y vaya que logró buena colección! Resultó tan estudioso del tema que consiguió un espacio semanal que mantuvo durante quince años en la difunta emisora Musicar FM. Entre los libros de Tequia hay uno en el que están recopilados los primeros cincuenta programas (también se encuentran algunos programas en casete), y el décimo (3 de diciembre de 1981) y el cuadragésimo segundo (5 de agosto de 1982) están dedicados a Steve Reich; de allí extraje la información sobre Music for 18 Musicians. Gracias a esta recopilación y a la afición de mi padre, que yo en parte he heredado, seguiré publicando sobre música moderna.

Entre estos primeros cincuenta programas no hay más dedicados la música minimalista. Vale la pena, de cualquier forma, mencionar a Phillip Glass, con muy buen inventario también en epdlp, y a Terry Riley, que ligo a su obra más importante, In C, pieza maestra del minimalismo (no dormí antenoche, en parte, por escucharla toda) e influencia de Reich. La estructura en general de la música minimalista es como la descrita en la cita que desglosa la construcción de Music for 18 Musicians, más arriba. También encontré una frase que dice una verdad muy concisa sobre el minimalismo musical: «… la simplificación del material al punto de conservar únicamente los esquemas elementales de tonalidad y modalidad» [2] (página 70, fragmento traducido del francés por Adrián Martínez París). De allí mismo: «… la sola noción de repetición se ha convertido en sistema de composición» (página 155, traduzco).

Habed disfrutado de esto, y si no, ya os acostumbraréis. Al fin y al cabo pretendo seguir hablando de estas cosas. El catálogo se mantendrá aquí disponible para quien no haya oído todo y quiera conocer más después, o para quien no lo haya disfrutado y quiera intentarlo luego. Así hemos llegado al final de nuestro programa, que no ha sido, precisamente, minimalista. Estuvieron con vosotros Adrián Martínez París en los comentarios y en la selección, y como dadores de información estuvieron principalmente los autores cuyas obras se refieren a continuación en la bibliografía, más aquellas personas que administran o modifican las páginas virtuales de donde han sido tomadas las piezas. Hasta pronto.


Bibliografía (todo en Tequia)
  1. DUCKWORTH, William. Talking Music. Schrimer Books. Nueva York, 1995. Original en inglés.

  2. BOSSEUR, Dominique y Jean-Yves. Révolutions Musicales. Le Sycomore. París, 1979. Original en francés.

  3. MARTÍNEZ GARCÍA, Héctor. Música del siglo XX. Programa radial de Musicar FM (emisora colombiana desaparecida). Programa número 10. Original en español.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Entrada parcial

[El paro de la universidad terminó pronto. Y era de esperarse, no tenía cara de durar. Se lograron un par de acuerdos sumamente parciales consistentes en dineros que llegan a través del ICETEX y de Colciencias. No hubo más asambleas, ya estamos en clase normal y el semestre se alargó hasta el dieciocho de diciembre; a cantar villancicos en clase otra vez. Sin embargo, revisando el correo electrónico de la universidad me topo con que se han propuesto al respecto unas reuniones en el FEM (edificios 404 y 405, Departamentos de Física, Estadística y Matemáticas) para todos los lunes de once a trece (es rara una clase un lunes en el FEM). Ya frente al bajo presupuesto contra el que se peleaba hace unas semanas poco o nada se puede hacer, pero sí se pueden ir armando planes, desde ahora mismo para octubre del próximo año, cuando se aprobará el nuevo presupuesto, entre los estudiantes y profesores. Es decir, la tarea a la que me comprometí en la entrada anterior será ligeramente modificada y tendrá un plazo más largo. Y esto fue el epílogo de Caminando con los dedos. Seguimos con la entrada oficial.]
Los primeros siete a diez días después de una publicación aquí normalmente estoy tranquilo, no me preocupo por publicar de nuevo y sólo en el undécimo o duodécimo día me percato de que ya es hora de publicar y me dispongo a la escritura. Eso si no tengo más trabajo. Y esta vez, cosa extraña para mí, estuve toda una semana ocupado con asuntos de la universidad. Más exactamente, con un asunto en especial, gracias al cual he roto una marca personal. Doce cuentos en cinco días. Es decir, el hecho de que lleve más de un mes sin publicar no significa un abandono de la escritura, sino por el contrario una dedicación apasionada a ella. Además, estoy en las últimas dos semanas de estudio, sólo tengo una materia más por terminar y por ello estoy dedicado fervientemente a los anillos algebraicos. Y bueno, me distraje inevitablemente viendo Death Note. Mientras termino semestre y para no dejar más tiempo esto solo, expongo una pequeña entrada, que no por su título ha de estar incompleta.
En mi registro civil, y en todos mis documentos oficiales, aparece mi nombre completo. Tengo un segundo nombre que, a pesar de ser un nombre normal y decente, no me gusta. Por eso, y por el capricho de generar un misterio inocente a mi alrededor, no lo publico. (Cualquier comentario que lo revele será inmediatamente eliminado, por bonito, laudatorio y cariñoso que me resulte.) Es decir, en lo informal no hay lío, no hay riesgo de confusión (mi segundo apellido ayuda en ello bastante), no hay ilegalidad y no hay falta de presentación estética. Una vez en una clase de cálculo integral el profesor nos pidió a los estudiantes mostrar que conocíamos cierta ecuación muy común, solicitándola dicha en voz alta; ya no recuerdo cuál era, pero supongamos, para completar el ejemplo, que era la ecuación de la cardioide: r = a(1 + cosθ). Yo fui quien se ofreció a decirla, y comencé «A factor de uno más…» «No.» No era correcto, la ecuación estaba incompleta. El profesor me preguntó mi nombre.
–Adrián.
–¿Y qué tal si yo le digo “án”?
El ejemplo me pareció poco creativo y hasta feo, pero muy preciso. Me disculpé y enuncié lo correcto: «Erre igual a a factor de uno más coseno de zeta.» (“zeta” según la RAE, lo juro). El semestre siguiente, el profesor de análisis matemático regañó a un estudiante que habló de “los interiores de A”. Existen los conceptos de punto interior de A y de interior de A, y seguramente él se refería a lo primero, pero “los interiores de A” resultan ser, en su mejor interpretación semántica, unos calzoncillos.
Y el semestre anterior el profesor de geometría euclidiana mostraba lo que yo voy a enfatizar a continuación. Volviendo al lenguaje informal y la charla cotidiana, en la que me puedo permitir ocultar mi segundo nombre, llega a ser aceptable que un joven universitario le diga a un compañero que está «estudiando para un parcial». Incluso, con dolor, me permitiría dejar de corregir a un profesor que incite a los estudiantes a «prepararse para el parcial del miércoles». Pero sea imperdonable un encabezado como éste:
Parcial
Me habría dolido tener que escribirlo. Por fortuna sólo tuve que escanearlo de un verdadero examen de teoría de grupos. Por desgracia apareció en un verdadero examen de teoría de grupos. Ahora un ejemplo más revelador, más doloroso.
Final
¡Esa cosa no tiene presencia! Se ve horrible (aun sin contar el doble espacio atravesado). Los puntos del examen eran preciosos, eso sí, como la petición de demostrar que la clausura de un conjunto convexo es un conjunto convexo. Ambas imágenes están alteradas electrónicamente, lo que significa que pasé borrador sobre los rayones que hice en la hoja y que alcanzaban a verse, entre los que se incluye una posición manuscrita de la palabra “Examen” en su lugar adecuado. Generalmente, por decencia, doy créditos a las imágenes que pongo, pero esta vez resulta más decente no hacerlo.
Estas hojas por lo general son más o menos informales –las he recibido incluso manuscritas– pero son documentos oficiales, han de servir como prueba en caso de necesitarse para ello. Y si en un alegato se habla de “un parcial”, existe el enorme hueco legal de que “parcial” es un adjetivo que no está calificando cosa alguna. Así, si hay una demanda por un “parcial” mal formulado, el profesor puede decir: «Pero es que no se trata de un examen parcial sino de un ensayo parcial del examen, falta terminar de diseñarlo.» Y tendrá tanta razón como quien se queja. Claro, es un caso exagerado y hasta ridículo. La cosa es que, sea como sea, un documento oficial no es una charla coloquial en la que “parcial” equivale a “examen, prueba, evaluación”. En un comunicado de rectoría, pongamos por caso, se vería terrible que fuese escrito algo como: «Debido a las quejas que han surgido por el video de los parciales…» Viene siendo lo mismo. Un “primer parcial” puede ser un examen como puede ser un árbitro de fútbol.
Suficiente. Un regalo para hispanohablantes y terminamos. Yo tengo muchos caprichos lingüísticos, como decir “emparedado, armario, casillero, conjunto unitario” para evitar los anglicismos “sándwich, clóset, lóquer, síngleton”; evitar el uso del pronombre “uno” porque me parece que suena feo y el uso de las dobles negaciones conservando la naturalidad; decir “lentes” porque me parece que “gafas” suena horrible; llamarle “teléfono” a cualquier teléfono, incluso a los teléfonos celulares, por ser “celular” un adjetivo suelto (como “parcial”); utilizar el pronombre “vosotros” en los textos, a pesar de vivir en Colombia; aplicar obstinadamente la ultracorrección consistente en pronunciar labiodental la letra <v>, sobre todo para facilitar el cambio de idioma porque los demás idiomas de escritura latina sí hacen diferencia fonética allí… Tengo más, pero en este momento no los recuerdo o quiero dejarlos para entradas en las que competan armoniosamente. También es cierto que en programas de mensajería instantánea, y en general trátese de lo que se trate, escribo todo en correcto español; pero eso no es un capricho, es lo que considero natural.
Un último capricho por ahora, que me ha traído una enseñanza sorprendente: no antepongo “que” en los imperativos; es decir, no digo «Que tengas un buen día.» sino «Ten un buen día.», o en vez de «Que te parta un rayo.» digo «Pártate un rayo.» Suena mucho mejor, ¿verdad? Una vez, escribiéndole un mensaje de cumpleaños a una amiga, no tuvo sentido decir «Pasa un bonito día.», porque el día ya estaba por terminar. En cambio, quedaba mejor algo como «Que hayas tenido un bonito día.», pero no es mi estilo. Así que busqué en los dos libritos de Tequia dedicados a la conjugación de los verbos en español la forma imperativa en segunda persona singular de “haber”, y resultó ser, casi no lo creo, “he”. «He tenido un bonito día.» fue lo que escribí, con la aclaración necesaria de que se trataba de un deseo emotivo conjugado en imperativo y no de un alarde mío, que ya ni recuerdo lo que hice ese cinco de julio. He disfrutado el regalo, querido lector, y aprovéchalo… (Suena muy raro…)