martes, 29 de junio de 2010

De hominum decreta


Presentación
A veces afirmo, queriendo creerlo verdadero y no sólo un ideal de mi mente, que cada ser humano es como decide ser. Sin embargo, me consta y a todos nos consta que existen personas cuya vida y cuyo comportamiento son decididos por otros. Borregos, diríase. Pero no es mi intención primordial el dar ímpetu a estas personas para que corrijan su mirada, ni exponer la manera que considero correcta para hacerlo; quiero, en cambio, presentar una breve caracterización de su clase, y criticar a aquellas instituciones que se constituyen por medio de la influencia sobre este tipo de gentes. Deseo contar, a partir de mi experiencia y mis reflexiones, cuál es mi posición respecto de estos grupos, y cómo la justifico. Exponer tan ordenadamente como me sea posible los argumentos mediante los cuales me atrevo a sostener, con la fuerza de mis propias decisiones, que es más respetable el asesino que decidió ser asesino, que el bonachón que no conoce sus razones.

Estilo retórico
Si me he decidido por utilizar este estilo clásico de la filosofía no es porque me atribuya un conocimiento amplio en ese campo, ni porque me haya sometido a extensas jornadas de lectura que me dejasen con el pensamiento organizado de esta forma, sino por dos razones mucho más simples y poco profundas. La primera es que, aunque no haya leído gran cantidad de textos filosóficos, sí he leído unos pocos, y el estilo que en este texto intento imitar me ha cautivado en ellos como amante que soy de la retórica.[1] La segunda razón es que el tema que quiero tratar tiene un tanto de carácter filosófico, sobre todo en lo referente a la moral. Y he de agregar también una tercera razón, que es la que lleva a todo hombre a tomar decisiones arbitrarias de esta clase: un capricho.

Título
Siguiendo los preceptos de este estilo, tendré que parecer más modesto, o modesto en medida alguna, pues todo lo que de esta forma se diga ha de estar explicado tan a fondo como sea posible, acudiendo a mencionar los límites del saber de quien escribe para que luego no se piense que pudo ir más allá sin haber podido. Así, que el título de este artículo esté en latín tampoco es pedantería, y os aseguro que lo único que sé de latín es suficiente teoría de la más básica para poder componer frases como aquella utilizando un diccionario.  Sólo una fracción de las nociones primeras del saber de la lengua latina me es conocida, y es ésta la que corresponde a los nombres y usos de los casos del nombre y a la lectura de una parte de la tabla flexiva de los verbos. Con algo de estos escasos saberes he logrado componer la frase “de hominum decreta”, que vertido en palabras españolas traduce “acerca de las decisiones de los hombres”. Con ello, y desde el principio, habrán notado los empapados en títulos y autores de renombre en el campo filosófico mi intento por darle a toda esta obra un aire tan clásico que atraiga a los que gozan de la prosa arcaizada, si es que logro pasar por buen replicador de sus figuras.

Elogio de la curiosidad
Hay dos cualidades que yo aprecio por encima de todas las demás en los hombres que las poseen; incluso afirmo que sólo los hombres que poseen una de estas dos cualidades, o ambas, pues es fácil concebir la estrechez que hay entre ellas, me pueden ser caros en alguna medida; y aquellos que no las poseen son personas que de ninguna forma pueden representarme interés, bien sea intelectual o de otra índole. La primera es el deseo imperante de aprender, esa necesidad de conocimiento de la que el maestro Aristóteles habla en su Metafísica, y que él asume como natural en los hombres. Y he de admitir que acierta, en cuanto a que todo hombre busca algún conocimiento. Pero la cualidad a la que yo me refiero es la de buscar todo conocimiento; la de no resistirse a buscar información sobre lo que en algún grado llama nuestra atención. Son de poca estima para mí aquellas personas que se dedican a una sola cosa durante toda su vida, aunque se trate de algo de tanta complejidad como la matemática o la economía. Y así hay unos que administran las más grandes empresas, y jamás se han inquietado por saber quién fue Alejandro o qué hizo Bonaparte, u otros que recitan de memoria todas las leyes de su nación, y las usan para sus labores, pero nunca conocieron la poesía. También hay aquellos que de rimas saben mucho, pero ante un poema sobre la química se contentarían con estudiar su composición literaria, abandonando sin intentos la comprensión de su mensaje. Y como todo se relaciona con todo, y viceversa, es preciso saber de todo un poco; pero también, como hay que ser alguien, identificarse con algo y tener prioridades, es preciso saber de algo mucho. A esta primera cualidad la llamaremos, simplemente, curiosidad. Y habrá la réplica: «La curiosidad mató al gato.», y la respuesta: «Pero lo hizo sabio mientras no cometió el grave error de acercarse demasiado.»[2]

Elogio del capricho
La segunda de estas cualidades que venero es la capacidad de tomar decisiones sin fundamento. Es la cualidad prescrita por el capricho. Y no me refiero, desde luego, a que toda decisión que se considere buena deba estar fundada en un capricho, y tampoco a que toda decisión proveniente de un capricho es buena. Hablo de que la gente caprichosa suele hacer lo que realmente quiere y no aquello que otros le deseen imponer. Así, por ejemplo, a pesar de que muchos de ellos no saben más que de su materia, a los matemáticos los tengo en alta estima, pues, con la excepción de alguna insana imposición patriarcal, no veo otra razón para dedicarse a este estudio que no sea el puro capricho sin accidentes. Y me siento complacido cuando inesperadamente y sin razón visible quienquiera que me acompañe menciona sus deseos inmediatos, o los revela realizándolos. En mi niñez yo solía ser en exceso caprichoso, y no he de sentirme orgulloso de ello, pues era al fin y al cabo la forma descontrolada de tal virtud; pero sí me siento orgulloso de haber conservado en una medida que a mi criterio es justa esa insistencia y ese impulso de no pensar demasiado en todo lo que se me presenta y hacer aquello a lo que mis deseos inmediatos me invitan. Porque, ¿qué gracia tiene una persona que analiza con demasía sus posibilidades antes de actuar? ¿En qué radica su concepto de diversión si no se arriesga a sentir el vacío de no conocer las consecuencias? ¿Cómo es que mantiene una vida en permanente alerta frente a cualquier sorpresa, evitando incluso aquellas que vienen de su propia naturaleza animal? Digo, entonces, que el capricho con mesura es la fuente del regocijo.

Propios e impropios
Afirmo ahora que los curiosos y caprichosos están, con un puesto honorífico, entre los hombres que deciden su propia vida. De esta manera divido a los seres humanos en dos clases: aquellos cuya vida es de su propia decisión, a los que llamaré personas propias, y aquellos cuya vida es decidida por otros; de estos segundos diré que son personas impropias, o, con un poco más de tenacidad y juicio, personas débiles. Se replicará, y con toda razón, que hay quienes toman sus propias decisiones respecto de algunas materias, y las dejan en manos ajenas respecto de otras; más aún, se dirá que así somos todos. Lo concedo. Y es por eso que he de hacer un refinamiento en mis definiciones; he de pulir mi clasificación para evitar al máximo las posibles ambigüedades, que no es mi intención causar confusión con malentendidos ni indirectas, como sí lo hacen aquellos a quienes critico en este escrito. Diremos, entonces, que las personas propias son aquellas que tienen por costumbre inquietarse acerca de su propio comportamiento, dudar de la legitimidad del origen de sus costumbres, y elegir cómo serán en adelante tras una reflexión individual. Las otras, las impropias, serán aquellas que no tienen esta costumbre y cuyas reflexiones sólo suceden, o casi sólo, cuando alguien más las hace percatarse explícitamente de que deben pensar sobre su vida, y dado que se trata de algo que no suelen hacer, se hacen guiar en estas reflexiones por otras personas, en vez de indagar ellas solas al respecto.

Las instituciones que desdeño
En cuanto a las instituciones que he descrito en el primer párrafo como constituidas —nunca construidas— por gentes débiles, éstas también las considero de dos clases, y las demás que pueda haber se compararán con estas dos por simple analogía. Pero, a diferencia de la clasificación que he hecho de los hombres, en la que quien pertenezca a uno de los grupos queda inmediatamente excluido del otro, la clasificación de instituciones sí permite una desagradable intersección. No habrá la necesidad de términos técnicos para definirlas, pues se trata de cosas tan conocidas como las comunidades religiosas y los grupos de formación humana, cuyas actividades, según mi juicio, y creo que el de cualquier persona propia, en las primeras se basan intencionalmente en adquirir adeptos por medio de la influencia sobre sus decisiones no tomadas, y en los segundos igualmente, sólo que tal base no es necesariamente intencional. Las dictaduras y regímenes totalitarios son también unas de estas instituciones, pero no serán tratadas en este artículo; se mencionan para que no se crea que hubo descuido a su respecto, y porque es evidente la tensión con que se encuentran ligadas a aquellas otras dos.

Rescate de los mitos
Y como bien se sabe que sólo luego de haber tenido experiencias se adquieren el criterio y la potestad para juzgar las cosas, manifiesto no sin vergüenza que en varias ocasiones he participado de este tipo de actividades, con lo que, en vez de sentirme emocionalmente afectado, que es el cometido de ellas, he más bien reforzado con más ímpetu mis conclusiones y rechazado más las participaciones de esta clase. Sin embargo, antes de criticarlas severamente he de distinguir unas cuantas que no merecen mi completo rechazo, y en cambio podrían llegar a ser acogidas por mi interés, y son aquellas que tienen por objetivo afianzar las posiciones respecto a las cosas comúnmente aceptadas como verdaderos fundamentos de la sociedad. Por ejemplo, es una verdad comúnmente aceptada en la actualidad el que los derechos humanos son el fundamento de la política occidental —y de algunas partes de oriente—; son lo que se llama un mito: una verdad aceptada por la comunidad que sirve como base a su organización. Yo mismo dudé por un tiempo de la legitimidad de los derechos humanos como fundamento de la política, arguyendo que éstos debían adquirir un carácter más imperativo, pasando casi todos a ser deberes para asegurar la organización del pueblo. Más tarde me di cuenta de que se trataba de una pataleta de joven soñador. Sin embargo aún conservo la postura de que el lema de Colombia se encuentra invertido, y debería más bien rezar “Orden y libertad”, pues ésta sólo se consigue satisfactoriamente a partir de aquél. Sea como fuere, menciono esto para prestar ligera defensa a los talleres que de alguna forma hacen percatarse de ciertas cuestiones útiles, necesarias y socialmente verdaderas, como el trabajo en equipo, la distribución del trabajo o el respeto por los clientes, siempre que se los promueva en su forma más pura, sin juicios que no sean aquellos dados por cualquiera con buen sentido y tras poca reflexión.

La curiosidad como salvación
Recordemos que los curiosos y caprichosos deciden su propia vida. Aquellos que se dejan influir por las mencionadas actividades son los que de caprichosos y curiosos tienen nada o sólo muy poco; porque la curiosidad provoca cuestionamientos sobre el propio comportamiento, y, una vez hechas las reflexiones del caso, el capricho da la fuerza para tomar una decisión lo suficientemente poderosa para no parecer una persona débil e indecisa, y no tan fuerte como para que la radicalidad impida cambiarla cuando el curso de los sucesos así lo implique. Así, una persona sin deseos de conocer, ¿qué va a cuestionarse de su propia existencia, y qué va a afirmar de su propio comportamiento si no que así nació, que así lo criaron, o que así llegó a ser por culpa de algún conjunto de designios ajenos a su intervención? Tal persona no sólo no tendrá bases para juzgarse a sí misma al ignorar tanto sobre los demás, sino que jamás se inquietará siquiera sobre ello. Y si algún aprovechado llegare a sugerirle tales cuestionamientos, entonces tomará uno de dos caminos: el primero será desdeñar la sugerencia porque su escasa curiosidad no alcanza para comprenderla; el segundo será hacer caso, pero al no tener práctica en la búsqueda autónoma de la resolución de sus dudas, no tendrá otra opción que aceptar la guía de aquél que le sugirió tomar alguna, quedando entonces su vida decidida por tal estafador. Si el sugerente es una persona honrada, entonces se rehusará a servir de guía y dejará que el sugerido, por medio de su propia experiencia y ya con la inquietud activa, se conduzca en sus costumbres por sí solo. Pero estos sugerentes honrados jamás se hallarán entre los grupos que desdeño.

Repudio a las falsas experiencias
Por el contrario, el sugerente que no es honrado aceptará guiar a ese que por primera vez se inquietó, y lo someterá a experiencias ficticias, haciéndole llevar una vida imaginada ante la cual tendrá que tomar decisiones igualmente irreales, que extrapolará a su vida real como si todo hubiese sido verdadero. Pero lo peor no está allí, en la persona sola que se deja guiar, pues es al fin y al cabo un solo manipulado; esto que llaman terapia de choque y educación experiencial (el corrector automático me ha subrayado en rojo la palabreja) es aplicado a grupos; esas vidas falsas son “vividas” por compañeros, que al padecer juntos sus sufrimientos irreales anudan sus relaciones de compañerismo y se convierten, psicológicamente, en “hermanos”; unos hermanos que no sólo se aprecian y se ayudan, que hasta ahí estaría bien; hermanos que, además, coinciden en exceso respecto de sus formas de pensar; como en las dictaduras. No puedo negar que yo mismo tengo ahora, y he tenido siempre, vidas imaginarias y me comporto como si fueran reales; pero éstas son vidas que invento, que yo invento, para tener en efecto experiencias falsas, que me permiten pensar en asuntos que no he vivido pero que podría llegar a vivir, y así estar preparado, y sobre todo me divierten, me quitan las posibles monotonías: ése es su principal cometido, y supongo que es algo que hacemos todos, imaginando nuestros sueños cumplidos y efectuados nuestros caprichos más irracionales.

El capricho como salvación
Otros caprichos más mundanos nos indican cuál de las tantas conclusiones que hemos obtenido al reflexionar sobre nuestras costumbres y nuestro entorno hemos de tomar como principio mientras alguna alteración no nos obligue a cambiar también nosotros; tales caprichos habrán de llegar en algún momento, bien sea apenas comenzando nuestras inquisiciones o luego de haberlas desarrollado con paciencia. Aquel que, a pesar de tener la sed de conocimiento característica de personas propias, no conlleva aquella capacidad de decisión repentina, se quedará siempre en duda sobre si alguna reflexión más profunda le traerá una conclusión más adoptable; de esta forma se verá, y con razón, como una persona en extremo indecisa. Así, el capricho con mesura ya no es sólo la fuente del regocijo, sino también de una vida propia, regida por decretos de asaz fuerza y a la vez susceptibles a los cambios que se hagan necesarios.[3]

La reacción del propio
Divididas las personas en dos clases referentes a sus costumbres y a sus determinaciones, resultarán también divididas en cuanto a sus reacciones. Ya he mencionado los dos posibles caminos que tomará una persona impropia luego de ser sometida a una actividad de experiencias falsas y abruptas. Una persona propia, en cambio, sólo pensará que intentan hacerla inquietarse respecto de algo frente a lo que ya ha tomado una decisión por medio de experiencias verdaderas, propias; y tanto montaje se le figurará ridículo y hasta despreciable. Es por ello que, por regla general, todos aquellos que poseen algún aire de intelectuales, es decir, que tienen un buen grado de curiosidad y capricho, tarde o temprano se retiran de estas comunidades, bien sea porque cada vez les han parecido más ridículas o porque alguna idea similar los hace sentir incomodidad en medio de esas vidas inventadas por otros. Y bien es sabido que estas experiencias falsas intentan precisamente perturbar las mentes de quienes en ellas son incluidos, pero una mente ocupada es muy difícil de perturbar, porque ya se ha encargado de ello el proceso que la ha llevado a ocuparse; en tanto que una mente con pocas decisiones, encontrada de repente ante la necesidad de reflexión, sufrirá con sus mentes hermanas las mentiras que para ella han sido inventadas. Pondré a disposición uno o dos ejemplos para no abandonar mi discurso en el dominio de lo abstruso.

Ejemplos
No os voy a pedir que comparéis vuestra vida con el navegar de un barco, pero sí que imaginéis a alguien que lo hace. Y bien pueda hacerlo si a ello lo ha conducido su propia razón y le ha parecido la analogía adecuada; pero ahora imaginad que no es una sola persona, sino quince o dieciséis, todas con el cometido de hacer tal comparación porque les fue solicitado hacerlo. ¿Qué sucede si alguno de los presentes es absolutamente ignorante respecto a asuntos de marina, como es bastante común y respetable en estos tiempos? ¿Si no sabe diferenciar una fragata de una corbeta, o una nao de un galeón? ¿Si cree que la quilla es un plato argentino o la verga el miembro viril? Esto pasa y se le explica. ¿Y si alguien tiene una vida para la que tal analogía resulta inadecuada o pobre? Incluso hay quienes no tienen por costumbre establecer proporciones entre su vida y el transcurrir de algo más, y esto está también fuera de crítica. Un segundo ejemplo: Existe para la preparación de los actores de teatro un ejercicio que recibe el nombre de campo minado: sobre un espacio delimitado, de un tamaño tal que podría allí edificarse una habitación personal, pequeña o grande, se ubican objetos de manera que resulte posible, pero no sencillo, atravesar el espacio sin tocarlos. Los actores han de organizarse por parejas e inventar, cada una, un sistema de comandos sonoros distinto al tradicional para dirigir sus movimientos en el espacio, en lo que concierne a las direcciones cardinales, o a los movimientos posibles de la torre del ajedrez, más la longitud de los pasos y otros giros que se consideren necesarios. Cada uno de los actores se cubre a su vez la vista y se deja guiar por el otro a través del campo minado recibiendo las indicaciones convenidas. En tanto esta actividad desarrolle habilidades corporales, comunicativas e histriónicas es tan válida como el juego de las escondidas o la improvisación teatral; pero orientarla para que el guía de turno sienta la plena responsabilidad de la vida de su compañero es condenar a un sufrimiento inútil a los participantes, que para el caso ya no serán actores en formación sino corderos en altar de un sacrificio inventado para retar el alcance de su sistema nervioso. Dada la dificultad del ejercicio, no será difícil encontrar llanto y aullido en quienes se convencen de haber llevado a sus compañeros a la muerte. Yo lo considero un acto muy cruel; en especial cuando, seguidamente, el director del ejercicio trae una reflexión personal que conduce al lamento y a la uniformidad. Y no es que tales reflexiones sean innecesarias; por el contrario, se precisan para vivir. Pero la persona propia las planteará por sí misma, sin tener que uniformarse con aquellos a quienes la falta de curiosidad y capricho ha hecho seguidores de un guión ya preparado.

Las decisiones de tipo continuo
Así como existen decisiones inmediatas, como la de comprar un helado o lanzarse de un trampolín, y entre las cuales doy prelación a los caprichos inocentes, existen otras decisiones que son de carácter continuo, en tanto que se toman como principios personales y, por lo tanto, como aquellas pautas según las cuales se tomarán, más adelante, otras decisiones. Considero buena una decisión de tipo continuo en tanto permita liberar ulteriores decisiones de la mayor cantidad posible de condicionamientos; así, el agnosticismo prima sobre el teísmo, pues las decisiones tomadas bajo el supuesto del primero están exentas de un condicionamiento referente a la posible intervención de un ser superior que observe nuestras acciones, mientras que en el segundo caso tal observación y juicio privarán a quien decide de tomar los caminos que lo conduzcan al "castigo divino". Y a pesar de ser yo ateo, declaro que me encuentro en este sentido en la misma posición que el agnóstico, pues actúo sin importarme la existencia de un creador o un juez supremo. Bajo este mismo criterio de buena decisión, resulta evidente que decidir por sí mismo es menos condicionante que dejar a otro —enfatizo aquí el singular del sujeto— orientar cual si fuere libro sagrado en la asunción de los principios personales, que han de ser tan individuales como la cantidad de vecinos permita; es decir, estos principios deben estar orientados por las experiencias sociales, por la influencia de todos aquellos con quienes se comparte la vida, y no por la de uno solo o unos pocos que han decidido imponentemente tomarse ese trabajo. Además, cuando digo "unos pocos" no me refiero a un grupo diverso en forma de pensar, pues esto podría llegar a ser favorable, sino a una comunión de pocas personas que, orientadas en principio por una sola, han llegado a pensar de manera tan similar como si formaran un cerebro y nada más que uno. O también podría darse, cosa todavía más terrible, que ese solo cerebro sea compartido por muchas personas; como en una dictadura.

Frente a las réplicas
Como digo, éstas son mis opiniones y a nadie obligo ni impelo a seguirlas al pie de la letra, ni en parte, pues estaría, precisamente, traicionando mi crítica. Abandonaré ahora la modestia, regresando así al estado que en este sentido es natural en mí, para advertir de la única clase de réplica que aceptaré contra los argumentos que he expuesto, a saber, aquella que esté fundada tras la lectura de todo el texto, y que lo iguale o supere en calidad de redacción (sin la necesidad de llevar el mismo estilo, naturalmente). Cualquier réplica que no cumpla con estos dos parámetros será considerada como hecha por alguien incapaz de organizar sus pensamientos clara y completamente, y por lo tanto pasará por vana y sin respuesta. Y antes responderé algunas acusaciones de las que posiblemente llegaren a surgir.

Réplicas: individualismo y tradiciones
Podría criticarse que mi posición es, además de individual, individualista, en tanto que propende por que cada quien actúe como lo decide por sí solo. Ante esto respondo que aunque es cierto que propendo por ello, no lo es que de allí se extraiga una sociedad individualista, pues estas conclusiones a las que cada quien debe llegar no tienen otra opción que estar fundadas en la experiencia personal, que se vive en comunidad, y por lo tanto estarán sujetas al entorno social. Es decir, tendrán, necesariamente, que armonizar en buena medida con la forma de vivir de los demás. Y en tanto más experiencias reales se tengan, más cerca estarán estas decisiones de tal armonía. Otra objeción que preveo es que mi posición está en contra de la preservación de las tradiciones, pues concedo a cada quien la libertad de abandonarlas a su criterio. Tal vez sea cierto, en parte. Defiendo la preservación de las tradiciones, pero sólo mientras esté en manos de aquellos que realmente desean hacerlo, y no de sujetos que las han heredado y han sido forzados a aceptarlas aun en contra de su voluntad. De la misma forma en que un turista holandés puede llegar a sentirse atraído por la vida de alguna comunidad indígena al grado de decidir quedarse allí y considerarse parte de ella, así un indígena puede optar por la vida en la ciudad, o un nómada por establecerse permanentemente en algún sitio. Y considero de esclavizadores y racistas el pensamiento de que los nacidos en ciertos pueblos indígenas y comunidades nómadas, o en cualquiera de aquellos grupos que se conservan por la imposición hereditaria de sus costumbres, estén obligados por algún insensato designio moral a ser por siempre aquello que nacieron siendo, sin importar que sus sueños no puedan hacerse reales más que alejándose de lo que, con negligencia, les hacen llamar “su pueblo” o “su tierra”.

Réplicas: psicología y propuesta
También podría parecer, por rechazar yo la guía de vida por parte de una sola persona, que repudio el oficio de los psicólogos. Esto es falso. Por un lado, existen los psicólogos teóricos, quienes en lugar de atender pacientes particulares se ocupan de realizar investigaciones y formular teorías sobre el funcionamiento de lo que podríamos entender con el desusado término mente. Por otro lado, confío en que existen psicólogos que no inventan experiencias para sus pacientes, sino que, muy conscientes de que los problemas individuales son individuales, brindan su ayuda utilizando fórmulas genéricas, o ingenios intelectuales, para que sea a partir de las propias experiencias del yaciente como se resuelvan estos trastornos. Vislumbro asimismo la pregunta de cuál es entonces mi recomendación para quienes tengan pocas posibilidades de vivir experiencias. Primero, declaro que tales personas no existen y que las experiencias hay que buscarlas, sobre todo para evitar la monotonía. Además, si se me permite traicionarme sólo un poco y aventurar una sugerencia, leer relatos, ver películas, escuchar historias, jugar con juguetes son actividades sencillas que alimentan de experiencias ajenas y, lo más importante, de diversa fuente a aquel que desea una vida propia.

El asesino propio y el bonachón impropio
Finalmente, requiero aclarar que lo enunciado en el primer párrafo no significa que defienda o admire yo a los asesinos. Imagino la situación en la que me son presentados un asesino y un bonachón como los descritos, y se me pide decidir quién de los dos debe sobrevivir. Elegiría la supervivencia del bonachón, pero lo escarmentaría de inmediato diciendo: «La vida de ese hombre que acaba de morir era muchísimo más valiosa que la suya, porque era propia; pero era peligrosa. Usted, que no representa mayor peligro en tanto no continúe impartiendo lo que le han implantado como cierto, puede seguir viviendo, pues poco importará su existencia. Pero si comienza a esparcir como verdaderas las razones que, fuera de su comprensión, lo han convertido en el pelele que es, entonces será usted un peligro mayor que el que hubiese representado el muerto.» En un acto de culminación con diversidad de medios, presento un inocente video sin intenciones comerciales y el afiche de una fuerte película que os recomiendo como ejemplo negativo, y sobre la cual, eventualmente, emitiré algún comentario. Presérvese la diversidad.




 Notas bibliográficas
1. A saber:
  • BACON, Francis. Novum Organum. Editorial Porrúa. México, 1975. Traducción del latín de Cristóbal Litran.
  • DESCARTES, René. Discurso del método. Editorial Norma. Bogotá, 1992. Traducción del francés por Jorge Aurelio Díaz.

        • Meditaciones metafísicas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1967. Traducción del francés por Ezequiel de Olaso y Tomás Zwanck.

  • HUME, David. Investigación sobre el entendimiento humano. Editorial Norma. Bogotá, 1995. Traducción del inglés por Magdalena Holguín.
2.  Este pequeño diálogo lo inventé como parte de una colección de relatos que estoy escribiendo. Crímenes, se llama.

3. En un artículo anterior he escrito algo al respecto de la necesidad de estos cambios.

4. Los últimos textos de Jiddu Krishnamurti apoyan mi posición de negar la asunción de una persona modelo. En la versión francesa de la página se puede ver un texto muy corto de él al respecto.