martes, 14 de febrero de 2012

Catorce

Es increíble cómo dejo borradores acumulados y publico textos escritos de un tirón. Pero la universidad me tenía ocupado, luego las vacaciones me tenían ocupado, las lecturas me mantienen ocupado, estoy saliendo con una chica que me mantiene ocupado… Sobre todo es pereza, y exceso de facilidad para la distracción.

Basta con leer el soneto que hay al final para tener el núcleo del artículo. La primera sección presume de una lectura que estoy haciendo, y la segunda profundiza algunas pistas sobre el soneto, y explica cómo llegué a él.

 

Esbozo del sueño de Borges

Debo presumir: estoy leyendo con juicio Gödel, Escher, Bach: an Eternal Golden Braid, el famoso libro de Douglas R. Hofstadter del que no se pude decir de qué habla porque habla de todo. Debo presumir aún más: aunque me doy cuenta de que es un libro difícil de leer, no me lo ha parecido tanto; requiere ciertos conocimientos básicos de matemática, música, lógica, computación, lingüística, literatura y otras tantas cosas; requiere un gusto, incluso una pasión, por los juegos de lenguaje y los prodigios estructurales de la naturaleza; es como si lo hubieran escrito para mí; siento que he sido criado para leerlo (sonaría más exacto en inglés: I think I have been raised to read it).

Por el lado editorial, he de decir que tengo la edición de Vintage Books en el original inglés publicada en Nueva York en 1980. Que la primera publicación fue hecha el año anterior por Basic Books, allá mismo. Que el libro ganó un premio Pulitzer. Y que tengo una edición en español de Tusquets Editores impresa en Barcelona en 1987 en traducción de Mario Usabiaga y Alejandro López Rousseau que consulto de vez en cuando. También hay que agregar que se trata de un libro intraducible.

En cuanto al contenido cometeré el pecado de decir pocas cosas. Cada uno de los veinte capítulos va precedido por un «diálogo entre Aquiles y la Tortuga»; ellos dos, y a veces más personajes, resultan envueltos en situaciones o conversaciones que van dando a entender el contenido filosófico del capítulo que viene; incluso, la forma misma del diálogo es a menudo reflejo de su contenido, como en el divertido Crab Canon, en el que hablan de una obra de Bach y una de Escher que son iguales cuando se interpretan en sentido contrario; lo mismo sucede con el diálogo mismo. El autor confiesa que su intención es acercarse poco a poco a conceptos complejos que permitan describir al menos algunas características formales del pensamiento humano. Lo hace aprovechando los derroches de inteligencia en que consisten los trabajos de Gödel, Escher y Bach. El texto toca tantos temas que podría ser el primer esbozo del Libro Total con el que soñaba Borges.

Hay otro diálogo en el que forma un acróstico que es a su vez un acróstico. Hay otro en el que juega con los nombres de Bach y Cage, para mostrar unas relaciones musicales. Enfatizo en los juegos de palabras porque, como dije, lo de que estoy leyendo a Hofstadter es para presumir (y, desde luego, para recomendar: ¡leedlo!). En realidad quiero hablar es de unos juegos de lenguaje hechos por Edgar Allan Poe.

 

Superar la mala suerte

Me gustaría decir que no tengo nada de supersticioso, pero debo admitir que acostumbro confiar más en las personas que cumplen en la segunda mitad del año, o en mayo o en enero; es un prejuicio del que deseo deshacerme. En todo caso, me gusta jugar a que soy supersticioso: me visto de verde los viernes que van después de un jueves 12, no paso bajo escaleras, nunca abro un paraguas bajo techo y evito a toda costa el número que sigue al doce. Pero no es en serio, lo juro. Por ejemplo, me gustan mucho los gatos, y me encanta cuando me cruzo con alguno en la calle, sin importar el color.

Si el número que sigue al doce es de mala suerte, el que sigue es el que marca la superación de la mala suerte. Me encanta el número 14, por lo bonito que suena en español, porque suena a buena suerte, porque es el número de versos de un soneto. Sí, por eso último. Poe, un tipo que prefería cruzarse con gatos negros, escribió una vez un soneto que parecía no tener mayor sentido:
An Enigma
"Seldom we find," says Solomon Don Dunce,
"Half an idea in the profoundest sonnet.
Through all the flimsy things we see at once
As easily as through a Naples bonnet-
Trash of all trash!- how can a lady don it?
Yet heavier far than your Petrarchan stuff-
Owl-downy nonsense that the faintest puff
Twirls into trunk-paper the while you con it."
And, veritably, Sol is right enough.
The general tuckermanities are arrant
Bubbles- ephemeral and so transparent-
But this is, now- you may depend upon it-
Stable, opaque, immortal- all by dint
Of the dear names that he concealed within 't.
En realidad, el único verso que importa realmente es el último. Pero todos los versos tienen una parte indispensable. Poe jugó el mismo truco en otra ocasión, usando veinte versos agrupados en cuartetas consonantes del tipo ABAB: era una carta de San Valentín, que se celebra hoy en los países en los que se celebra. No dijo para quién era, pero lo dijo.

Yo me copié, como siempre; tengo la pasión por los juegos de lenguaje avivada por el texto de Hofstadter. Sin referencia alguna al pop sueco, escribí un soneto endecasílabo bajo la clásica forma ABBA-CDDC-EFG-EFG, que titulé Enigma de San Valentín. El texto no parece tener mucho sentido, y puede llegar a sonar poco armonioso, pero la estructura es perfecta a fuerza de sinéresis y sinalefas, y me jacto de haber logrado el truco.

 

Enigma de San Valentín

Medita Edgar Poe en su recinto;
calibra las palabras, las provoca,
para un par de poesías donde invoca
aquí al Rey Salomón, en otra a Pinto.
Buscadlas y encontrad el truco oculto
que un Allan dedicaba a dos amadas.
Mirad el descender de las cascadas:
decir que caen recto es un insulto.
La cuenta junta sílabas: son once
las letras al sumar los apellidos,
que dicen: «renacido de los muertos».
Enigma, un prodigio escrito en bronce,
y Valentín habrán de ser leídos.
«¡Es ella!», vociferan los expertos.