martes, 10 de mayo de 2011

Rareza de rarezas

Las tiendas

Cierto jueves (8 de julio de 2010, lo recuerdo bien) iba yo caminando hacia el centro de Bogotá, subiendo por la avenida calle 19. A la altura de la carrera 15 ó 16, encontré el almacén más extraño que he visto: no vendían nada. Sin embargo, estaba abierto, exhibido, como si esperara la llegada de cualquier cliente; y era grande, bastante grande. Sucedió de esta forma: Iba yo, desde luego, de occidente a oriente, y de repente vi a mi derecha una fachada de portones de vidrio, puertas corredizas abiertas, tras la cual se veía un mostrador; era uno de esos mostradores de tienda cuyo diseño favorece confusiones: vidrio por ambos lados, cerrado al frente, puertecillas deslizantes atrás y el diálogo:

—Yo quiero de estas galletas.

—¿De cuáles?

—Éstas, las que están aquí —el cliente las indica golpeando con un dedo el vidrio que de ellas lo separa. Entonces el vendedor se ve en un dilema. Si se asoma por encima del mostrador para intentar ver qué galletas golpea el cliente, va a parecer una persona tosca y de mal gusto; pero si no se asoma e intenta adivinar por el sonido, o por la distribución, o por el tipo de vibraciones que se producen en el escaparate, muy probablemente tendrá que hacer varios intentos, mostrándose como un desconocedor de su negocio. Al fin resuelve:

—¿Cómo se llaman?

—Ay, no sé, la etiqueta está del otro lado —«¡Carajo!», piensa el vendedor. Y de alguna forma termina resolviéndose el problema.

—¿Éstas?

—No, más a la derecha… Ay, perdón, a la izquierda… Sí, ésas. Gracias.

Este mostrador que vi escapaba de esos problemas. Estaba vacío. Me extrañé, pero noté que el almacén era más grande; entonces observé la siguiente vitrina. También estaba vacía. Enfoqué, para ahorrarme pasos, un plano general. El almacén era realmente grande, y tenía, ordenadas en filitas y columnas en toda su extensión, con pasillos intermedios para el tránsito, por lo menos unas cuarenta vitrinas de diversas formas y colores. ¡Pero todas estaban vacías! Es la tienda más rara que he visto…

Y mi hermana menor me cuenta que una vez vio otra tienda en la que no vendían nada. Había un montón de maniquíes, todos desnudos. Algo pasa con el comercio en este país…

El libro

Y si estas dos tercas tiendas no son suficientemente extrañas, veamos qué sucede con esta otra anécdota, que ya no tiene que ver conmigo ni con mi familia. Tiene que ver, digamos, con las bocas de los tuáregs (un pueblo nómada africano, según Google); y si es incómodo en occidente que las musulmanas tengan que taparse la cara, he aquí la contraparte:
«397. Los tuáregs (…) consideran tabú la boca, pero solo la de los hombres. De ahí el velo, el litham, que éstos llevan siempre delante de la boca y que no se quitan ni aun para comer en presencia de su esposa.»
¿Y qué tal esta inverosimilitud, que muestra que además de estancar a la física por siglos, muchas otras cosas se pueden lograr con el solo renombre?:
«1108. Aristóteles, uno de los grandes sabios que han existido, afirmaba que la mosca doméstica común tiene cuatro patas. Este hecho, de por sí, carece de importancia, pero la afirmación de Aristóteles fue repitiéndose libro tras libro hasta mediados del siglo pasado [s. XVIII], a pesar de lo fácil que es para cualquiera comprobar que dicha mosca tiene seis patas.»
Un día, organizando libros en la sala, más específicamente la sección de diccionarios, mi padre me mostró un libro del que yo nunca me había percatado: el Diccionario ilustrado de Rarezas, Inverosimilitudes y Curiosidades (DRIC), que es, en sí mismo, toda una rareza, una inverosimilitud y, sobre todo, toda una curiosidad.

Ese mismo día lo ojeé divertido un rato. Desde entonces, lo saco y lo miro de vez en cuando. Sobre todo cuando quiero buscar algo corto e interesante para este artículo, que está en proyecto desde hace mucho tiempo. Ahora mismo lo tengo abierto sobre el escritorio, y tras la infructuosa búsqueda de un colofón, me dispongo a dar sus referencias:

La recopilación de datos, su organización y su redacción en estilo decimonónico tardío fueron labor de Vicente Vega. Debajo de “Editorial Gustavo Gili, S. A.”, pone “Barcelona (15) - Rosellón, 87-89” (la dirección, adivino), y más abajo, “MCMLXII”; así de viejo será el libro que está fechado en números romanos. Esta que tengo es la segunda edición, cuya portada presento:

DRIC portada

Las anécdotas

En un curioso orden alfabético, las anécdotas están organizadas según el tema del que tratan, y van numeradas de corrido, desde 1 hasta 3208; aquellas que provienen de otra publicación están acompañadas de la respectiva referencia (a veces más larga que la anécdota misma). Por ejemplo, la de los tuáregs está en el apartado Boca, y la de Aristóteles en Error. Y digo que es un orden curioso porque la primera pudo bien haber estado en Censura como la segunda en Mosca, y acabo de corroborar que ambos apartados existen. En Censura aparecen contradicciones como ésta:
«602. No obstante que Méhul habíase convertido en el músico oficial de la Revolución francesa, le fue prohibida su ópera Mélidore et Phrosine, que tiene por tema un incesto, alegando que el texto «no era de tendencia netamente republicana», que «la palabra libertad no aparecía ni una sola vez». Acto seguido el sagrado vocablo fue insertado a intervalos en el texto, los censores se calmaron, la obra fue estrenada y la cabeza de Méhul quedó a salvo.»
Y en Mosca, desgracias como ésta:
«1970. (…) a 15 de septiembre de 1956 (…) en la prueba Marathon de los Juegos Olímpicos, celebrada en Coventry, la esperanza británica para dicha prueba, Ron Clark, en una carrera en ruta, se tragó una mosca. Esto le hizo detenerse algún tiempo, siendo rebasado por Basil Heathley, que así consiguió clasificarse el primero. Clark llegó a la meta 53 segundos después del vencedor.»
Obsérvese el anticuado uso del gerundio en “siendo rebasado”; en un texto actual eso se considera chocante, de mal gusto, incluso incorrecto. Voy a poner unas cortas.

Esta no me la creo. En Cerdo: «611. Todos los cerdos que hay actualmente en América son los descendientes de ocho cochinos que Cristóbal Colón llevó al nuevo mundo, sin duda compadecido al observar que los indígenas desconocían el jamón…»

La del año de mi luz, por dármelas de egocéntrico. En Muerte (pena de): «1989. La última ejecución pública en Inglaterra fue el 28 de marzo de 1866.»

La del fin del mundo, en Museos: «2012. En todos los museos de Nueva York es gratuita la entrada.»

Una por encima del tres mil, en Vals: «3131. Ante la loca pasión de la sociedad vienesa por el vals, un edicto imperial, publicado el 18 de marzo de 1785, prohibió en la Corte esta clase de baile.»

Y una al azar, escogida por medio de la opción Página aleatoria de Wikipedia; me llevó al artículo Isla Gezira, y del apartado Isla traigo esta curiosidad: «1666. A lo largo de la costa escocesa de Fife, hacia Kirkcaldy, se halla la estación balnearia de Burntisland, cuyo nombre significa «isla quemada», y que no tiene nada de quemada, ni es una isla.»

La promesa

No puedo, desde luego, copiar acá todas las entradas del DRIC —ni tendría sentido—. Pero sí puedo prometer que a cualquiera que pida una curiosidad sobre algún tema (o la egocéntrica de la fecha de nacimiento, ¿por qué no?) se la serviré con prontitud y con criterio de escogencia. Es decir, voy a leer todas las que coincidan con la solicitud, a ver cuál me parece a mí más interesante (si no le gusta, pida otra, cómo no). Nomás ponga usted el comentario allí abajito.

En la parte final hay tres índices: uno de “voces y materias”, en el que se busca por temas, y que no se limita a los apartados alfabéticos; uno “patronímico”, en el que se pueden buscar las anécdotas relacionadas con personajes famosos (de la época, claro, y anteriores), y uno de ilustraciones, para ver dibujitos y fotografías ligadas a las anécdotas, como éstas:

DRIC ilustración

También prometo, y eso es de siempre, que sois bienvenidos a Tequia a leer. Declaro permanentemente aquí y en todas partes y a todo el mundo, desde que tengo consciencia del tamaño de la biblioteca, en que esto es público mientras los libros se mantengan adentro.

Y a propósito de Libros, ¿sabíais que «1756. En la India se escribieron libros enteros en hojas de palmera. Las cortaban por igual, y para unirlas se servían de un hilo. Los cantos los doraban o los pintaban, resultando un hermoso libro, aunque hay que reconocer que se parecía más a unos visillos que a un libro de los actuales.»? De esos no tengo acá.