jueves, 11 de junio de 2009

Bienvenidos a Tequia

Cuando a mi padre, a sus ocho años, el cura de Pacho (su pueblo de nacimiento, en Cundinamarca), le hizo la extraña pregunta «¿Y cuándo grande, qué es lo que más te gustaría tener?», él respondió de inmediato, como acto reflejo: «Una biblioteca.»

Esto hay que verlo teniendo en cuenta que su madre era analfabeta y su padre un barbero tosco que apenas si leía un poco del periódico. Tampoco quiero pintar el cuadro del conmovedor niño pobre, que ya bastante gastado está y feo se ve. La cuestión es que este hombre decidió desde muy pequeño, y con gran convicción, que cuando grande tendría una biblioteca. Y vaya que lo logró. Si en español hubiera gerundivo, se lo aplicaría a “loar” con esta colección como sujeto. Esta colección que me rodea: un poco más de cinco mil volúmenes repartidos ordenadamente en los muros de este apartamento. Por ejemplo, a mi izquierda está una estantería, del piso al techo, dedicada a la ciencia y a la filosofía de la ciencia, y un poco más hacia atrás la estantería de filosofía política y filosofía a secas. Otro poco más atrás, lógica y libros generales de filosofía. Y enfrente de ello, esta belleza:

Colecciones

El estante de colecciones, acompañado de un equipo de sonido; hay ahí también diccionarios, libros de arte y otros libros grandes que no quedan bien en otra parte. Por ejemplo, está el DRIC (Diccionario de Rarezas, Inverosimilitudes y Curiosidades), al que al fin le he dedicado una entrada completa —es ese cafecito justo a la derecha de las mecedoras—. O está, como puede verse, la Historia Universal del Arte; ese grupito de libros blancos con imágenes coloridas y bandas doradas en los lomos. Opuesto a la colección blanca, ese libro negro con letras brillantes es una Biblia: la Biblia que ha de tener una casa de ateos. La colección roja de la derecha, la que va con dorado, es una colección de literatura universal distribuida por países. Y arriba, a diestra y siniestra, esos libros azules son la colección editada por Orbis de los premios Nobel de Literatura, que no cabe toda ahí y se termina en otro rincón.

También existe un apacible rincón, perfecto para balancearse durante horas, rodeado de literatura originalmente escrita en: griego, latín, y lenguas romances: italiano, francés, español, portugués y rumano (y en mi cuarto hay una buena cantidad de libros en rumano, que aún no puedo leer, pero lo lograré pronto), todo organizado según el apellido del autor. Además de la vista. Os muestro:

Columpio

A la izquierda, al pie de la lámpara, hay dos ediciones de Rojo y negro; lo terminé de leer hace unas pocas semanas. Sobre la mesita hay: unos prismáticos (la cajita roja) con los que jamás he podido encontrar a la vecina sexy desvistiéndose, un tablero de ajedrez, los Cuentos completos de Germán Espinosa y ese arrume de recortes de periódicos, que es una colección de caricaturas de Quino. La fotografía es obra de mi hermana Laurita. Ahora, ahí detrás del sofá, junto al columpio, hay una hamaca.

Ya en el pasillo de las habitaciones, aparecen cuatro estanterías del piso al techo dedicadas a:

La primera, otro bloque de ciencia, éste con cosas más específicas, que el anterior es sobre cuestiones más filosóficas o históricas (verbigracia Los elementos de Euclides o los Principia Mathematica); en esta misma estantería sigue un bloque de psicología y psicoanálisis, después educación, y luego antropología (entre la que hay otras cuatro Biblias, en español, inglés, francés e italiano, además de El Corán, El libro de los muertos y similares), para terminar con unos pocos libros (creo que todos de este mismo grupo) que falta organizar.

La segunda, economía, política, sociología, libros sobre Colombia, historia (organizada cronológicamente), lingüística, y al final un bloque dedicado a novelas policíacas y de ciencia ficción (que, como sabemos, debería ser “ficción científica”).

La tercera, literatura originalmente escrita en lengua inglesa, en orden alfabético, que ocupa casi todo, más unos cuantos libros de música y unas cuantas biografías.

La cuarta, finalmente, literatura originalmente escrita en alemán y lenguas eslavas: checo, serbio, polaco y ruso. Aquí mismo, antes de la literatura en lenguas orientales, hay unos cuantos libros que son antologías de diferentes autores de diferentes partes del mundo y algunos libros originalmente escritos en otras lenguas occidentales, como las urálicas (finés, noruego,…). Y después de la literatura en lenguas orientales –chino, árabe, bengalí, japonés, y otros, creo– se completa lo de música y se completan las biografías (ordenadas según protagonista).

En la mayoría de los bloques de “escrito originalmente en lengua x” hay también, comenzando o cerrando, algunos libros “sobre la lengua x”, generalmente cursillos.

Hay un estante de libros infantiles, que yo considero que deberían ser puestos en su lugar según autor y lengua de origen, como lo están, por ejemplo, Los mejores cuentos de Michael Ende, a los cuales les dedicaré también una entrada exclusiva. Hay además paquetes de revistas y otras cosillas por ahí. No puedo decir todo lo que hay porque yo mismo no lo conozco y hasta me he levantado varias veces a mirar en qué orden debía escribir lo que he enlistado ahora. A veces voy simplemente caminando por ahí, algún título que nunca había visto me llama la atención, ¡y a leer!

Al parecer ninguno de los libros aquí presentes es de mala calidad en cuanto al contenido, salvo, debo confesarlo, un Maktub de Paulo Coelho que salió en pareja con El alquimista (que me pareció algo aceptable) cuando lo compramos porque yo lo necesitaba para el colegio. Y prácticamente todos los ejemplares llevan la firma de mi padre. Cuando alguno no la lleva, yo rubrico.

Además de libros, hay una buena colección de música organizada en un bonito mueble producto del bricolaje comercial, un mueble dedicado a óperas, hay buenas películas, y, teneos fuerte, dos carriles de casi metro y medio con discos de acetato, un total de setecientos sesenta y siete elepés. Para reproducirlos, hay ahora en la sala un equipo de sonido con tocadiscos... al que le falta la aguja.

Bienvenidos, cómo no, a Tequia, que es el nombre que le doy a esta colección de colecciones, por deducibles razones helénicas. Muchos ya sabéis donde se encuentra, y los que no (por cuestiones de seguridad), preguntad a quien creáis que sepa, que muy seguramente lo sabrá. Aquí os espero. No hay catálogo, no hay plazo límite para préstamos, ni hay multas. Pero cuidado con incitarme a comenzar a tomar esas medidas. Y, desde luego, hay libros que no deben salir de este lugar: la biblioteca es completamente pública mientras los libros se mantengan adentro; si salen, pasan a ser propiedad privada y han de ser devueltos a la brevedad de su lectura.

Hay otro libro fuera del puesto: Banderas y escudos del mundo; se encuentra frente a mí, listo para continuar conmigo la entrada anterior, que quedó a medias. Tendréis lo que sigue para la próxima ocasión. Y de nuevo, aquí os espero, con todas las ganas de leer que podáis traer.

2 comentarios:

  1. Genial, yo quisiera tener una así el profe si nos comentó que tenía una biblioteca.
    Aun no me quedo claro el ¿por qué? del tequia en el blog. Pero bueno si llegas a tener información de mi apellido comunícamela porque no tengo idea de donde salió.
    att: A. Tequia

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