jueves, 8 de agosto de 2019

Me acuerdo de tantas cosas

[Decidí retomar mi blog. Hace algunos años ―no importa cuántos exactamente―, con poco o nada de quehaceres obligatorios y nada en particular que me interesara en la red, decidí leer completo, casi de un tirón, un blog que encontré casualmente, llamado Lector Constante (en el que también aparecen referencias a Moby Dick en algún lado). Más que decidir leerlo, necesité leerlo; me pareció maravilloso, y me inspiró para llevar el mío con más rigor. Lo llevé durante un par de años y luego me distraje con otras cosas. En varios momentos quise volver a leer aquel blog, pero el enlace por el que lo había encontrado la primera vez ya no correspondía; hace unos días lo encontré de nuevo, y fui feliz, y me volví a inspirar. Ya veremos cuánto me dura el ánimo esta vez.]

Tengo en mente muchos textos, incluso algunos que podrían tener formato de video, sobre temas diversos de lenguas, lingüística y literatura. Sin embargo, para retomar este espacio con cierta contundencia, quiero hablar de otra cosa. Pero continuaré con mi modus operandi de siempre: vendrán primero unos párrafos introductorios, al parecer fuera de foco, que conducirán paso a paso al tema principal. Quien quiera ir al grano puede saltar hasta el asterisco.

Hace un par de años trabajo por mi cuenta, aprovechando cualquiera de las cosas que sé hacer. He tenido la suerte de que nunca, en toda mi vida, he tenido que buscar empleo; simplemente resulta; a veces tanto que tengo que rechazar. Salen clases de matemáticas y lenguaje, locuciones, caligrafías, traducciones, correcciones de estilo, y otras cuantas cosas. Salen proyectos de educación. Uno de ellos me hará visitar la Guajira unas cuatro veces en esta segunda mitad de 2019; es con JADA, una fundación educativa que está haciendo muy buenas cosas en varias partes del país. Diseñando un cuestionario para ese proyecto, leí una columna de Moisés Wasserman titulada La palabra nos hace humanos, en la que relata varios esfuerzos investigativos por encontrar el origen del lenguaje, pues, según muchas personas muy serias, eso es lo que nos distingue de los demás animales.

Discrepo. Estoy convencido de que lo que nos hace diferentes es otra cosa, algo que muchas personas muy serias tal vez rechazarían, pero que tiene mucha, muchísima seriedad: la imaginación. Todo acto eminentemente humano es producto de la imaginación: la literatura, el arte, la tecnología, la ciencia, los juegos, el lenguaje, todo. Lo que no proviene de la imaginación (comer, dormir, excretar, fornicar en posición de misionero) es común a todo animal. Mi convicción es tan grande que llevo la idea al extremo. Diseño dispositivos imaginarios (personajes, objetos, espacios, historias) para todo: para interpretar el mundo, para controlar mis emociones, para alterar mi percepción, para organizar mis ideas, para no perderme en los centros comerciales. Para memorizar.

Desde el año pasado tengo una fuerte afición por los sistemas mnemotécnicos. Esto va más allá de trucos simples para memorizar datos particulares, como el famoso pájaros volando igual a número de ratones trotando para la fórmula de los gases ideales, o SohCahToa para las razones trigonométricas. Se trata de técnicas complejas que permiten memorizar conjuntos enormes de datos interrelacionados. La palabra complejo, como siempre, solo indica que están compuestas de muchos elementos; son en realidad armazones muy fáciles de aprender y aplicar. Solo se necesitan dos cosas: práctica y, sobre todo, imaginación.

Ya antes había diseñado algunos trucos de memorización simples que explicaré en un momento, pero el año pasado me topé por casualidad con varias fuentes sobre el tema que me ampliaron las posibilidades: unos videos de Ramón Campayo (solo sobre memoria, que yo a la superación personal no le voy); un artículo en esperanto en una revista, y una biografía de Giordano Bruno, quien resultó ser un viejo experto en el tema; y este año me topé además con un artículo de Martin Gardner que tocaba el asunto. (¿No os pasa que estáis leyendo o haciendo cosas diversas y resultan, inesperadamente, compartir todas un tema que parece perseguiros? Me pasó con la epistemología de la ciencia, con la teología cristiana, con esto...)

* Va un ejemplo simple: para memorizar listas cortas, relacionas sus elementos con los elementos de una lista conocida, como los libros de Harry Potter, los colores de las bolas de pool o los quince tíos por parte de mamá, si los tienes y sabes en qué orden van. Luego creas imágenes que relacionen las listas según su orden. Yo utilizo, entre otras, una versión alterada y extendida de los colores de las regletas de Cuisenaire, esas piezas de madera para enseñar aritmética a los niños. La correspondencia está en la tabla que sigue.

Con este sistema memoricé las comisiones del Senado colombiano: la quinta, por ejemplo, es la de medio ambiente, y me basta imaginar un paisaje frondoso de plantas amarillas en una sala del Capitolio. De vez en cuando lo uso para listas rápidas; lo utilizo también para un dígito adicional de las poblaciones del mundo. Podría decirse que tiene la dificultad de incluir colores muy similares, pero se sabe que llamar a las cosas por su nombre permite distinguirlas mejor, así que otra cosa que me preocupo por memorizar muy bien son los nombres de los colores. Este código también forma parte del sistema que armé para memorizar la clasificación decimal Dewey, en el que asigno además un animal y un espacio a cada dígito.

Sin ser músico, memoricé con facilidad los modos musicales clásicos con un sistema que inventé para el caso. Por un lado, cada modo es una sucesión de tonos (T) y semitonos (S); por otro, las vocales se clasifican como abiertas (a, e, o) y cerradas (i, u). La correspondencia es tal cual: tono con vocal abierta, semitono con vocal cerrada, y luego es cosa de hacer palabras y con ellas imágenes. Ante todo, entro a un espacio: una sala de música, con varios instrumentos y una hilera de puertas a la derecha; tras cada puerta hay un peligro, y las palabras clave asociadas al peligro y a la manera de sortearlo mientras suena música de suspenso revelan la sucesión. Por ejemplo, la puerta para el modo frigio me lleva a un congelador industrial (obviamente) infestado de cucarachas, a las que mato con una pistola antes de salir. Me deshago de las consonantes y queda uaaaioa, o sea, STTTSTT. La lista completa de las imágenes aparece en mi cuenta de Instagram (con un pequeño error en la decodificación del modo jónico).

Este ejemplo ayuda a entender en qué consiste cualquier sistema mnemotécnico complejo. Para memorizar una lista de datos crudos, como números, intervalos musicales, puntos y rayas o alguna de esas contraseñas superseguras hechas con caracteres aleatorios, primero hay que codificarlos de algún modo que permita transformarlos en algo imaginable. Un aspecto fundamental en estas técnicas, que parece contradictorio, es que cuanto más detallada sea una imagen, más fácil es memorizarla. Si hay todo un trasfondo narrativo, habrá más información que memorizar, pero se quedará impresa con más fuerza. En serio.

Como una forma de mantener la atención y el interés de mis estudiantes en mis clases (y tengo estudiantes nuevos casi cada semana, así que esto nunca caduca), les muestro algunas cosas que almaceno en mi memoria. A veces son los números atómicos de los elementos químicos, que aprendí en un par de días, pero lo que más les sorprende son dos cosas: muchos dígitos de la expansión decimal de algunos números irracionales y los prefijos telefónicos de todos los países del mundo. También me sé las capitales, banderas, escudos y unidades monetarias, casi todos a fuerza bruta. Y con el mismo sistema que uso para los prefijos telefónicos memorizo poblaciones, superficies y alturas máximas sobre el nivel del mar. Con una pequeña variación planeo almacenar los prefijos de códigos GS1, que me permitirán saber por su código de barras de qué país viene cualquier producto.

Aquí va. La estrategia que usan muchos memorizadores para almacenar números, y que yo adapté de la que usa Ramón Campayo, consiste de nuevo en convertir la información cruda en palabras y luego estas en imágenes e historias. Así como en el sistema para los modos musicales las consonantes eran de relleno, en este caso el relleno son las vocales. Cada dígito se corresponde con algunos fonemas consonánticos, según como se muestra a continuación.

Nota técnica: cada fonema, representado por su símbolo en el Alfabeto Fonético Internacional y neutralizado para el idioma español, viene acompañado por una palabra de ejemplo que lo incluye como única consonante pura; se tiene en cuenta ceceo y se asume yeísmo.

0: /ɾ/ (oro), /r/ (hierro)
1: /t/ (té), /d/ (odio)
2: /n/ (no), /ɲ/ (uña)
3: /m/ (humo)
4: /k/ (eco), /x/ (ojo)
5: /l/ (ala)
6: /s/ (hueso), /θ/ (hoz)
7: /p/ (hipo), /f/ (fe)
8: /tʃ/ (hecho), /ɡ/ (higo), /ɟ/ (olla, hoyo)
9: /b/ (huevo)

Como ejemplo, van unos prefijos telefónicos, tomados al azar con un generador aleatorio de países. Como conozco a fuerza bruta la ubicación de cada país en el globo, lo primero que hago es imaginar el mapa, y en el lugar correspondiente se desarrolla la imagen. De todos modos, cada imagen trae alguna cosa asociada al país.
  • Etiopía: +251. Un niño etíope está triste porque le acaban de anunciar que su examen fue anulado.
  • Luxemburgo: +352. Un león se pasea muy contento luciendo su melena recién teñida con los colores de la bandera de Luxemburgo. Para mayor facilidad, resulta que el escudo de armas de Luxemburgo tiene tres leones, dos de soporte y uno en el campo.
  • Irán: +98. Las figuras hacia el centro de la bandera de Irán resultan ser un montón de bichos caminando en todas direcciones.
  • Dinamarca: +45. La gente va a ver la estatua de la sirenita, que es una mujer con cola de pez.
Gracias a esto retengo de inmediato números de teléfono, de cuenta, de envío, de reserva, de identificación (mostrarle a alguien que te sabes de memoria sus datos personales es muy divertido), y estoy lleno de datos científicos como valores de constantes universales y medidas astronómicas. Una que resultó cómoda es «el diámetro de la Tierra es tan pequeño»: 12 742 km.

Un último sistema que mostraré por ahora es el que uso para ampliar mi vocabulario en alemán. Llevo ya un buen tiempo aprendiendo esta lengua y en gramática parece que estoy mejor de lo que yo mismo creo, pero me faltan muchas palabras. Lo que hago es memorizar sustantivos, con su género. El espacio es una cueva (el prefijo telefónico de Alemania es +49); los sustantivos masculinos van asociados con tierra, los neutros con agua y los femeninos con fuego. Por ejemplo, para recordar que cuchillo es Messer y de género neutro, imagino un cuchillo dentro de la cueva cortando una mesa hecha de agua.

Conozco algunos otros sistemas clásicos, como el famoso palacio de la memoria, y existen muchísimos otros que desconozco. Pero más importantes que los que ya existen son los que están por inventarse; lo ideal, creo yo, es que cada quien cree sus propios códigos y con ellos sus propias imágenes; al fin y al cabo, cada quien tiene conocimientos diferentes a partir de los cuales codificar, y experiencias (o fetiches) diferentes a partir de las cuales imaginar. Para muchas personas, como médicos, archivadores o actores, resulta supremamente útil. Por otro lado, el ejercicio mental siempre es bueno para combatir enfermedades (¿en serio estoy tan viejo que hablo de esto?). Además, es muy divertido. No dejéis de intentarlo con alguna cosa.

Pronto hablaré de otros trucos, algunos sorprendentemente sencillos, y los traeré con ejercicios de calentamiento y todo. Por ahora, dormid bien, y soñad con leones peliteñidos.


REFERENCIAS

  • WHITE, Michael. Giordano Bruno: el hereje impenitente. Javier Vergara Editor. Barcelona, 2002. Traducción del inglés por Albert Solé.
  • Los videos de Ramón ya no están disponibles; eran una oferta gratuita limitada como promoción de un curso que ofrecía la plataforma Lectura Ágil.
  • No sería fácil encontrar el artículo en esperanto; lo abrí al azar de una de varias revistas El Popola Ĉinio que tengo en casa. Si lo llego a encontrar pondré la referencia.
  • GARDNER, Martin. "Los trucos de los calculistas ultrarrápidos", en Carnaval matemático. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1983. Traducción del inglés por Andrés Muñoz Machado.
  • Otros tantos videos y lecturas sueltos por la red.
  • Las únicas dos imágenes que aparecen acá son hechas por mí, una en PowerPoint y otra dibujada a partir de una fotografía de un león que encontré en la red. La fotografía tiene derechos de autor, pero el león no, así que puedo dibujarlo.

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