martes, 20 de octubre de 2009

Caminando con los dedos


Salvo, por supuesto, si se trata de cosas como volverse vegetariano u homosexual –o como el chillón calzado naranja de los cuarentones en el centro de la cuidad–, considero que seguir la moda está bien. En muchas ocasiones, incluso, es necesario: por ejemplo, por muy “su estilo” que le resulte a alguien vestirse a lo Mozart, sólo se verá normal el último día de octubre, y sólo si tiene menos de doce años, o si se encuentra dentro de la Universidad Nacional de Colombia. Ya casi es la fecha del Aquelarre, fiesta báquica que se celebra el viernes más cercano a la víspera de los santos; ese día cualquier pinta es normal; y bueno, dentro de la Universidad Nacional cualquier día casi cualquier pinta es normal. Pero ahora hablo de otra moda, y mejor paso al tema importante antes de que piensen que estoy evadiendo, o persuadiendo de evadir, el asunto primordial de movimiento en el campus por estos días.  La moda a la que me pego es la de habar sobre el paro. Hay paro. La culpa la desglosaré más tarde. El polvo primordial, base de esta masa de estudiantes sin clase, es –además de una historia de cese frecuente de actividades académicas– un problema grande que atañe económicamente, y en consecuencia también en cuanto a calidad, a toda universidad colombiana sostenida por el Estado.

A rasgos generales, y como por no extenderme en lo que quienes con más probabilidad lean esto ya saben, se trata de una ley reciente que postula que las universidades públicas colombianas recibirán menos dinero del Estado del que reciben ahora, que no es suficiente, y gran parte de sus gastos tendrá que pagárselos solita (esto sin contar el no pequeño déficit que ya se tiene). ¿Cómo? Cobrando matrículas altas, recortando carreras “inútiles” (como Matemáticas, ¡oh! desgracia, o Cine, según me cuentan), menguando en investigación,… y, finalmente, vendiendo de a poquitos la universidad. Con ese cuento de la privatización, y lo sé porque mi padre, de setenta y cuatro años, entró allí a los dieciocho y fue miembro de la Juventud Comunista, los estudiantes han justificado movilizaciones (y más que todo inmovilizaciones) durante las décadas de las décadas amén. Eso hace que me preocupe yo un poco menos, pero sin embargo la cosa se ve bien seria en esta ocasión. Otrosí, la Universidad Nacional acaba de alterar sus estatutos académicos de una forma que, de golpe, ha dejado a muchos estudiantes sin cupo. Personalmente estos estatutos me parecen bien armados, pero dejan en desventaja a los estudiantes recientes, tratándoles como antiguos, y, por otro lado, tienen una acción retroactiva que cambia la situación de muchos estudiantes antiguos. Esto a pesar de los nuevos cursos de nivelación y el programa de adaptación (que al fin y al cabo se discutió harto). Tampoco es excusa el decir que en los primeros semestres siempre se ha ido más gente; ahora es más; y el mal menor no justifica el grande, en especial si son disyuntos.

Yo todavía tengo clase. Hoy, martes, mi día pesado, tuve seis de las once horas que tengo usualmente. Y, claro, fueron precisamente seis de las siete horas que no corresponden a los contenidos de mi carrera. En la mañana debía tener cuatro: dos de Teoría de Grupos y dos de Análisis Matemático; incluso, las dos de Análisis suponíanse de examen. Ahora, mirando el Facebook, encuentro un video en el que quien preside una asamblea triestamentaria en el Auditorio León de Greiff dice literalmente: «… Y lo más importante: ¡ratificar que la Universidad Nacional se encuentra en paro…!» Más no pude escuchar bien porque los asistentes comenzaron a gritar como si de la resurrección de Michael Jackson se tratase. Y no es que me moleste del todo que la universidad esté en paro. Lo fastidioso es que se diga con aceptación que eso es lo más importante. El paro es un medio para tener tiempo, pero no tiempo para salir a caminar; hoy, por ejemplo, había una marcha contra la estigmatización, impelida por un suceso del viernes pasado al que remito en el blog de un amigo: “¡vamos a bloquear las calles para que después no digan que somos unos revoltosos que andan bloqueando las calles!”; no para caminar, decía, sino para proponer, discutir y redactar. (Pablo Torres, otro publicador frecuente, tiene enlaces a algunos videos al respecto.)

Esto se lo he comentado a algunos amigos, y, desde luego, me dicen que se han redactado pliegos de peticiones: listas de laŭstudentaj farendaĵoj (“cosas que, a criterio de los estudiantes, deben ser hechas”; el esperanto es más preciso para estas cosas, y para casi todo) que se pasan a las directivas para que las miren. Bien, eso está bien, pero es una lista: no hay retórica, no hay oratoria, y eso hasta pasa; lo peor es que no hay dialéctica, no aparecen en el texto los argumentos que se han utilizado para construirlo. Claro, no es lo que debe aparecer en una lista. Y es que lo que debe aparecer no es una lista. Es un proyecto. Una propuesta, por lo menos, de contrarreforma. Para reparar tu reloj no le das machetazos: o vas a donde el relojero, o aprendes relojería. Es decir, o buscas a quien está en el sistema, o te adaptas al sistema. Nosotros, estudiantes, conocedores del problema y de la historia del problema, conocemos asimismo el sistema; pero nos estamos rehusando a adaptarnos a él. Sabemos que no contamos con el relojero (quien elabora las leyes), sabemos de relojería (las leyes concernientes a este lío), ¡pero le damos machetazos al reloj! Por pura terquedad.

Me comprometo a esto: Cargaré con una libreta todo el tiempo; asistiré a algunas asambleas de facultad (que de las triestamentarias los apuntes serían arengas, y ya bastante tengo memorizando poesía); participaré en ellas, claro; anotaré propuestas de los compañeros; organizaré un poco las ideas; redactaré algo corto con ello, y lo presentaré con su inevitable subjetividad a algunos líderes estudiantiles oficiales acompañado de una nota introductoria, ojalá de uno o dos párrafos nomás. No sé qué tanto tiempo tenga para hacerlo, así que actuaré desde mañana mismo si es que encuentro reuniones además de bloqueos en la mañana. Mientras unos marchan, yo escribo; mi caminata es con los dedos, como cuando subo escaleras con baranda.

Y yo no debería ser el único con esta clase de tarea. Las marchas de algo sirven: mostrar cantidad de opositores. Las camisetas monocromas y las pancartas llaman la atención del curioso (i.e., del que no sabe lo que pasa). Los pliegos son listas de objetivos: bases de proyecto. Los paros permiten las reuniones. Pero todos son, dentro de lo suyo, símbolos. Los símbolos invitan, y si son masivos más; pero yo invito a participar también de una manera menos simbólica. El reloj de manecillas no tiene gnomon.

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