[La larga ausencia carece de excusa por un tiempo. Luego llega una excusa: un rayo partió la board de mi computador de escritorio, en el que tengo los borradores; regresó hace un par de días, con los borradores intactos.]
Agradezco y dedico a Carlos Fernando Rivera esta entrada. Haberle ayudado como monitor en sus clases y haber escuchado sus observaciones sobre los temas aquí tratados es lo que más le da contenido al artículo.
Aforismos
Oscar Wilde me parece un escritor de maravilla. Me encantó El retrato de Dorian Grey; El cumpleaños de la infanta me dejó pasmado; estallé de risa con El fantasma de Canterville; La balada de la cárcel de Reading, cada vez que la ojeo, me arremolina por dentro… Se suele hablar de su estilo aforístico, de la naturalidad con la que emite frases cortas y profundas. Verbigracia: «El deber es lo que esperamos que hagan los demás.» «Cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo de estar equivocado.» «La belleza es muy superior al genio. No necesita explicación.» «Mentir, decir cosas inciertas maravillosamente, es la finalidad adecuada del arte.» Y muchas más.
Durante algún tiempo me dio por hacer eso de condensar ideas en frases cortas. No era por copiarme de Wilde, al que entonces conocía todavía menos. Lo consideré un símbolo de tener ideas claras, y una muestra de ingenio. Emití, por ejemplo: «La vergüenza es la consecuencia de la inconsecuencia.», que suena un poco rimbombante pero me pareció una buena definición. Estoy escribiendo un ensayo cuya tesis es otra de esas frases que hice: «La vida social no es compartir lo personal; es compartir lo propio.» Hay otra, como la anterior, que habla de mi forma de relacionarme con las personas: «Buscar defectos en los hombres es un defecto de los hombres.» (Ahora uso Twitter, como se puede ver a la derecha.)
Existen los dendrólogos, expertos en árboles; los nefrólogos, expertos en anomalías del riñón. Cosas así rebuscadas. Como los paremiólogos, expertos en frases cortas. Son esa gente que recoge, estudia y clasifica los refranes, los aforismos, los epitafios, los dichos… A esas frases se les llama paremias. Y esos estudios se usan en historia, en antropología, en sociología, en psicología, en lingüística… Yo no soy paremiólogo ni mucho menos, pero quiero hacer una inusual clasificación para una usual aplicación de las paremias: me voy a fijar en aquellas que incluyen deícticos, y las voy a aplicar a la correcta escritura de la lengua española. Antes de explicar qué es un deíctico, confieso el objetivo de este artículo.
Tengo un amigo que tiene como uno de sus sueños construir una casa para encerrar a sus amistades en sendas habitaciones, de modo que todos quedemos expuestos ante nuestra mayor fobia. Se había preguntado qué poner en mi cuarto, hasta que un día lo descubrió y me hizo descubrirlo: tapizaría los muros con faltas ortográficas y sintácticas. Estallaría en alaridos ante ello. Casi de seguro lloraría. Es que soy algo compulsivo con el uso del correcto español. Veo un cartel en la calle con una tilde de menos o una coma de más, y saco bolígrafo. Y tras tantas revisiones gramaticales contratadas (pagas y no pagas), he decidido cuáles son los tres errores más generales que comenten los estudiantes al escribir textos académicos. El primero es de carácter estilístico, el segundo de carácter sintáctico, y el tercero, el más interesante, de carácter filosófico. Y ahí vamos.
1. Falsa compacidad
Conocí la palabra deíctico gracias a Carlos Jacobo (sí, Jacobo es el apellido), director de la Sala de Invidentes de la Universidad Nacional de Colombia, ciego por un balazo, filólogo, o algo parecido; hablábamos de cosas varias, y un día me habló de pedagogía, y de los profesores que abusan de los deícticos, creyendo que el tablero lo soluciona:
—Entonces ustedes cogen esto de aquí y lo relacionan con esto otro, y por medio de este proceso de acá llegan a esto.
—Disculpe, profesor —pregunta el ciego—. ¿Qué quiere decir “esto de aquí”? ¿A qué se refiere con “esto otro”? ¿Cuál es “este proceso de acá”? ¿Llegamos a qué?
La mayoría de los profesores, según me contaba Carlos, se molestan ante estas preguntas y exclaman para sus adentros «Qué cieguito tan cansón.» (pero lo revelan en los gestos), y, a veces, de mala gana, responden. Claro, no son todos. Desde entonces decidí que, dado que ser un gran maestro es mi principal sueño, jamás me excederé con los deícticos y por el contrario procuraré evitarlos del todo, por repetitivo que pueda llegar a sonar.
Los bachilleres acostumbran usar muchísimos deícticos, y acostumbran, al mismo tiempo, no saber usarlos. Es como si usted se bañara todos los días, pero sin jabón. Existen tres tipos de deícticos: los deícticos anafóricos, los deícticos catafóricos y los deícticos exofóricos. Retomemos a Wilde para el caso anafórico: «Cualquiera puede hacer historia; pero sólo un gran hombre puede escribirla.» La partícula -la al final de todo se refiere a la historia, que fue mencionada antes. La catafórica se da cuando el referente es mencionado después, como el referente de cosa en «No hay cosa más difícil, bien mirado, que conocer a un necio si es callado.» de Alonso de Ercilla. En la exofórica, no se menciona el referente, está afuera: «¡Si será modesto que se cree inferior a sí mismo!», dice Álvaro de Figueroa y Torres de alguien indefinido.
Pero obsérvese el siguiente caso, tomado de Defensa apasionada del idioma español [1]; en realidad el autor usa el extracto como ejemplo de mala escritura y está plagadísimo de errores (sí, ese par de renglones), pero yo me permito corregir lo que no concierna a nuestra charla sobre deixis: «El servicio de televisión satelital estará suspendido alrededor de cuatro días, durante los cuales se harán impermeables las mismas.» ¿A qué hace referencia ese “las mismas”? Sí, a unas antenas, pero no son “las mismas” antenas.
Pero el primer error común de la lista va más allá de los solos deícticos. En un intento por decirlo todo en pocas palabras, la gente suele abusar de los conectores y sacar cosas como esta:
“El hombre es considerado como el máximo exponente evolutivo dentro de las diferentes especies vivas del planeta, pero después de innumerables estudios, se ha concluido q’ el diseño inteligente de este, no es perfecto, puesto q’ sufrimos de variadas limitaciones físicas y capacidades, vulneración a enfermedades, etc, dadas como consecuencia del proceso evolutivo; q’ en otras especies son inexistentes tales como la vena várice en algunos mamíferos, visuales en aves y peces) o superables como la pérdida de extremidades q’ en algunos reptiles pueden ser regenerados.” [sic] [2]
A eso me refiero con la falsa compacidad. Todo eso, dicho en cuatro frases cortas, habría estado mucho mejor expresado (si bien el contenido tampoco es el correcto).
Mi pelea, más que con la deixis mal usada, es con los conectores en general: “puesto que, ya que, por lo tanto, por ende (especialmente feo), pues,…” Exagerar en su uso equivale a decirle al lector: «Es usted un tonto al que debo decirle qué relación causal tienen estas frases.» Y bueno, si la relación causal quedara bien expresada, me estremezco callado; pero muchas veces el conector es usado a modo de comodín para ensartar otra idea, sin importar el significado mismo del conector. En tales casos, me estremezco a gritos (en vez de “en tales casos”, podría haberse visto ahí un despistado “por lo tanto”).
Recomiendo observar la concreción de las frases de Daniel Coronell o la contundencia de Marguerite Duras, de quien hablaré a continuación. El segundo error común está bilateralmente relacionado con este primero.
2. puntuación improvisada
Tengo una lista jerárquica de cuatro textos encabezada por la puntuación más clásica y culminada por la más revolucionaria:
- Ursúa de William Ospina
- El mal de la muerte de Marguerite Duras
- La tejedora de coronas de Germán Espinosa
- El cuento de la isla desconocida de José Saramago
(En todos los casos, salvo el de Espinosa y levemente el de Saramago, es posible sustituir el título por cualquier otro del mismo autor.) También me mantengo pendiente de coleccionar fragmentos destacados por la forma en que muestran el buen uso de la puntuación. Quiero conseguir todo el material posible, y el mejor posible, para elaborar un curso completo sobre puntuación, lleno de lecturas y talleres; uno que tenga tal rigor y exija tal dedicación que me consideren loco por proponerlo para un semestre. Que sea un curso obligatorio para todo el que quiera ser bachiller, como lo es ese curso de paremias para regañar que reciben la madres. Porque puntuar no es fácil.
Puntuar no se limita a saber la lista de funciones de cada uno de los signos de puntuación. Eso no hay que aprenderlo como un analfabeto se aprende la lista de compras. Se aprende al ver el buen uso y aplicarlo. El problema de fondo con la puntuación no es, entonces, de memoria; es de estilo. El de fondo es de estilo. Pero aquí en la superficie, en muchos de los estudiantes que me cruzo a diario, está el problema de atención. En la misma búsqueda por decirlo todo en una sola frase quilométrica, olvidan para qué sirve cada signo.
Y si escribirlo todo en una sola frase es elegante, atravesar en ella comas y punto y comas lo es todavía más. Indica que la persona no sólo está redactando sus ideas, sino que de una vez le está indicando a su lector dónde van las pausas y dónde los énfasis. Pues no. Los énfasis y las pausas han de verse en lo escrito en sí mismo, no en una puntuación inventada; la puntuación se lee con pausa, pero no es para pausar. (Y no sobra comentar que los énfasis se evitan, pero si hay que ponerlos, se usa cursiva. O se subraya, si su letra de puño no incluye bastardillas.)
¿Veis que no es fácil puntuar? En este artículo, por ejemplo, aparece siempre bien usado el punto y coma; pero aparece tantas veces que aburre. Eso se arregla aprendiendo a puntuar.
3. Demasiada obediencia
Descubrí la razón por la cual muchos jóvenes no gustan de los libros Ética para Amador y Política para Amador de Fernando Savater. Tiene que ver con los aforismos también; es decir, esto sí tiene que ver con los aforismos. Son jóvenes que están acostumbrados a que les digan cómo ser y qué hacer No necesariamente sus padres, ni sus maestros. Pero sí les dice cómo ser el parche de metaleros del barrio, o la manada de poquemones del centro comercial, o el orientador vocacional de su colegio, si bien este último puede no estarlo haciendo a propósito. El problema es del muchacho. Antes que la literatura ensayística de los trabajos de Savater, prefieren la sentencia fácil de los libros de Coelho, o de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Voy a explicarlo mejor:
Los libros mencionados de Savater (de los cuales he leído solo el primero, así que hablaré únicamente de él) son muestras ejemplificadas de una estructura de pensamiento; se presenta en qué consiste la ética, qué fenómenos estudia, en qué ramas se divide, y da ejemplos basados en sus propias reflexiones al respecto; dice: esto es lo que yo he pensado y lo que yo he concluido frente a estos temas (el respeto, la compasión, la piedad…); pero en ningún momento sugiere siquiera al lector obedecer los preceptos que él ha construido para sí mismo. Al contrario: invita al lector a reflexionar por su cuenta sobre esos temas y tomar sus propias decisiones.
Por otro lado, los textos de Sánchez, por ejemplo, lanzan verdades aforísticas sobre la moral cristiana: le dicen al lector cómo es el mundo y cómo debe comportarse respecto de él. No invitan a la reflexión. Imponen la verdad. Están construidos de modo que quien los lea concluya lo mismo que concluyó el autor, no importa si con los mismos argumentos. Esbozan un hilillo que culmina en frases rimbombantes de poco significado.
En eso consiste el tercer problema. Al estudiante le dicen el aforismo: «Joven, no se dice “habemos”, se dice “hay conmigo”.», y el estudiante repite obediente: «Hay conmigo dos mil personas en la protesta.», en vez de pensar: «Hey, eso suena muy feo. ¿No sería mejor “estamos, somos, participamos” o alguna otra expresión bonita que se ajuste al contexto? ¿Qué tal “En la protesta nos hicimos sentir dos mil personas.”?» Se le advierte: «No se dice “hubieron”.», y el estudiante trata de tonto al que escribe un correcto «Hubieron de llamar a la policía, porque el asunto se estaba complicando.» Se le enseña (erróneamente): «La coma representa una pausa.», y el estudiante, queriendo introducir la entonación desde el papel, escribe: «Romeo, se ha, suicidado. Yo, no podré, vivir más.», cuando existe una norma que prohíbe separar el verbo de sus acompañantes directos (sujeto y objeto) con una coma. Porque la coma no es para detenerse.
Ni los aforismos para seguirse al pie de la letra. Todas esas frases tienen una reflexión de fondo; no se valen por sí mismas. Hay que conocer, para entenderlas bien, los conceptos que a su alrededor construye el autor; los que lo llevan a formularlas. Y hay que conocerlos no para hacerles caso, sino para ver ejemplos de cómo se construye un hilo argumental, de modo que el estudiante construya el propio y “haga su propia frase”: llegue a su propia conclusión.
Pero me desvío del tema. Quiero decir que las fórmulas preceptuadas no tienen por qué ser las mejores. Por ejemplo, comenzar un comunicado con «Por medio de la presente…» me parece grotesco: da la imagen de una persona que, a falta de la capacidad para redactar sus ideas, las pone en un formato en el que sólo con mucha suerte encajarán; y tampoco se preocupa por que encajen.
Hasta aquí la crítica ejemplificada. Antes de las recomendaciones, me atrevo a prometer que traeré más ejemplos sacados de estudiantes. Eso para próximas entradas, o para Twitter.
Respectivas recomendaciones
1. No intente condensarlo todo en una sola frase. Utilice frases cortas. El lector es lo suficientemente inteligente para entender la conexión entre ellas.
2. Sólo ponga signos de puntuación donde esté seguro de que no hacen daño. Antes de apostarse a escribir, apóstese a leer un rato.
3. No me haga caso. Escriba como le plazca.
Nota bene. El libre albedrío debe ser interpretado, y sólo se adquiere tras el conocimiento del terreno en el que de él se disfruta.
Notas bibliográficas
1. GRIJELMO, Álex. Defensa apasionada del idioma español. Punto de Lectura. Madrid, 2004.
2. Como parte de un examen parcial, los estudiantes del curso Metodología de la Investigación I de la Universidad Nacional de Colombia (período 2010 – II), del cual yo era el monitor, debían identificar el argumento del artículo “El diseño inteligente: Voltaire y las hemorroides” de Héctor Abad Faciolince. El enlace oficial en la página de la revista Semana está roto.
3. Un montón de citas sacadas de Wikiquote y con sus respectivos créditos.
4. Un montón de textos mal escritos a los que por decencia no pongo créditos.
Adrian.
ResponderEliminarMe agrada este texto.
Cuando leí el fragmento en Fb me pregunte por Twitter...
Hay relación en la importancia de entender esto y la finalidad de los creadores del Twitter?
Saludos.
PTR
♫
Apenas hoy descubrí este blog y al parecer seguiré leyéndolo. A pesar de ser bachiller hace un buen tiempo me interesa mucho el curso que quiere abrir sobre puntuación, esto claro si algún día nace.
ResponderEliminarEs un gusto leerlo.