sábado, 15 de agosto de 2009

Puertas, ¡abríos!

Explicar lo que es un imperativo es fácil: “cállate, muere, corred, no habléis, salgamos”. Ya no tan fácil es explicar lo que es un imperativo en tercera persona. ¿Cómo se le ordena a alguien que haga algo tratándole como a un “él” y no como a un “tú”? ¿O a varios que hagan algo tratándoles como “ellos” y no como “vosotros”? Los que nos dedicamos a la matemática lo hacemos todo el tiempo: «Sea f una función de B en los reales tal que…»; no pedimos permiso, sólo «¡Hágase la luz!», and there was light. En inglés sí se pide permiso: «Let f be a function…» (literalmente, «Dejad a f ser una función…») o «Let there be light!» (literalmente, «¡Dejad que haya luz!»); ¿a quién le pide Dios permiso para que haya luz? Obviamente a un ser (o a unos seres) superior a él. Conclusión: en inglés hay por lo menos un ser superior a Dios. (Y yo me salvo del pecado de blasfemia por ser ateo.) Claro, estoy comparando una entidad lingüística con una entidad teológica: es como decir que la felicidad es más inteligente que un jabalí; o cerrándonos a las entidades mencionadas, como decir que un lexema le da órdenes a Visnú. Porque, aclaro, esa figura de «let be» es efectivamente un imperativo en inglés, como «Let us go!» para decir «¡Vamos!»

SúcuboÍncuboEn esperanto –por poner alguna otra cosa pedagógica al respecto– los imperativos  se forman con la terminación “~u”; usando el mismo ejemplo inicial: “silentu, mortu, kuru, ne parolu, ni eliru”. Cuando comencé a aprender esperanto descubrí que existe una película llamada Incubus (distinta de la Incubus de Jesús Franco, 2002) que se rodó en blanco y negro y en esperanto, con William Shatner (el capitán Kirk de Star Trek) como protagonista, y su temática era del tipo mágico, así que me puse a jugar a que el idioma servía para crear conjuros, y usando imperativos las cosas y las personas hacían caso de lo que se les ordenaba. Voy a dar de paso dos definiciones importantes en la magia: las de íncubo y conjuro, que muchas veces no se conocen. Un íncubo es la excusa perfecta para coartar un embarazo accidental; se trata de un demonio varón que tiene por actividad primordial violar mujeres en las noches y es común que de sus actuaciones resulten embarazos; y para que no digan que sólo los varones poseemos tal lujuria, existe también el súcubo, que es lo mismo pero mujer a varones, succionándoles su energía; claro, los afectados no suelen resultar embarazados, pero sí condenados a una muerte pronta y a la insatisfacción sexual por parte de cualquier otra mujer. La imagen de la izquierda muestra un íncubo, se llama Incubus y es un cuadro de Warren Criswell; la imagen de la derecha muestra un súcubo, y me perdonará el autor pero no sé quién es y asumiré que su obra es de dominio público; lástima porque le quedó bien buena, y la imagen en su totalidad también. Un conjuro es un hechizo que va acompañado de un enunciado, y sólo funciona si se coordinan adecuadamente la ejecución y la pronunciación, según lo especificado para cada caso; es decir, conjuro es la tripla ordenada (H,E,C) con H el hechizo, E el enunciado y C una norma de coordinación entre H y E, que resulta ser a su vez un hechizo sobre ellos; pero valiéndose de una sinécdoque se le puede llamar también conjuro al enunciado solo. Obsérvese que el enunciado puede no estar relacionado en su contenido con el contenido del hechizo y puede incluso no tener sentido, ser una sarta de sonidos ininteligibles. Y por extensión también se le llama conjuro a un hechizo que funciona sólo si va acompañado bien de un canto, o de unos movimientos con el cuerpo, o del trazado de un dibujo, o de una coreografía,…

Continuando con mis conjuros en esperanto, por ejemplo si decía «Mi flugu laŭ mia volo!» [«¡Vuele yo como yo quiera!»] al ejecutar el hechizo, efectivamente volaba a mi antojo; o si decía «Haltu!» [«¡Detente!»] a alguien, la persona se detenía. Lo usaba sobre todo con imperativos de tercera persona, del tipo «¡Venga a mi mano el marcador!» o «¡Ábrase la puerta!» En esperanto es posible incluso usar imperativos en primera persona, cosa sintácticamente inconcebible en español; el primer ejemplo de este párrafo es una excelente muestra: para decirlo en español es necesario considerarse a sí mismo como una tercera persona y usar ese imperativo. Y de todo esto me voy a quedar con dos cosas: con la «equidad de género» que se genera con el íncubo y el súcubo, que de todas formas tendré que extender con “la íncuba” y “la súcuba”, y especialmente con lo de las puertas: «Malfermiĝu la pordo!»

Lo que sigue es un texto escrito por Santiago Sepúlveda, un amigo de la universidad que estudia Cine y Televisión y gusta de escribir relatos fantásticos en marcos inicialmente realistas: cosas como una ciudad común y corriente que comienza a hundirse toda en el agua (o en algo que lo parece) y lo que se hunde desaparece para siempre. Hace poco me mostró una de sus creaciones recientes, un texto titulado Se abren las puertas que él calificó de cuento y yo no sé de qué calificar; no voy a decir más sobre él, salvo que hay un momento en el que introduce el juego de la equidad de género y de golpe parece atravesado, pero luego parece regular; es un efecto curioso. El texto me gustó bastante, y en cuanto lo leí pensé en que podría publicarlo aquí; no me dispuse a hacerlo, ni consulté a Santiago, pero al día siguiente él mismo me preguntó si lo publicaría, entonces quedamos de acuerdo en que yo le haría un artículo a su escrito y lo pondría en KREVERK después de dejárselo ver. Así que con su aprobación vino todo lo demás, y ante todos vosotros:

Se abren las puertas

Hay que fijarse, a veces, porque por la puerta puede cruzar una calle
por la calle puede cruzar una puerta, a veces, y hay que fijarse.
Tristes cerraduras giran sus llaves en cualquier esquina;
esto les genera un sentimiento de humilde cosquilleo, apenas ríen.
Juegan a no dejar pasar aves, que presurosas deben torcer su vuelo cuando encuentran que les cierran la puerta en las narices. Juegan a desviar a un caminante distraído, sea cerrándose o abriéndose hacia otro lugar, juguetonas, románticas, atrevidas.
Se abren las puertas al cielo, al metro, al bosque, al parque donde usted y ella se besaron por primera vez, al bar en que nunca pasó algo que nadie vio ni nadie supo porque usted así lo quiso.
Desde las ventanas más altas las puertas se ven como rayitas pequeñas, tiernas ellas jugando a la vida, jugando a ser diosas, dioses, las puertas y los puertos si respetamos su feminismo, señorita de Brigard, señorita Schlenker, señorita Lozano.
Las puertas dicen haber tenido las aventuras más ataviadas y narran al más mínimo mosquito con una grandilocuencia inigualable. Cualquiera diría que hacen carrera de política.
Señorita de Brigard, siga usted si se atreve por esa puerta, tenga cuidado.
Las puertas juegan con todo. Señorita Schlenker, sepa usted lo anterior, y téngalo muy en cuenta.
Señorita Lozano. Usted y yo conocemos la gran dificultad que se presenta al encontrarse con una puerta. Las hay de todo tipo, ¿le molestaría discutirlo por un momento?
Puertas pequeñas, dignas de Alicia y el conejo.
Puertas medianas.
Puertas grandes, las menos serias e interesantes.
Iglesias, casas, museos. Las puertas saben que lo controlan todo. Así que se dan el lujo de bromear, ya sea con usted o con una paloma descuidada, o con los hombres de las altas ventanas que creen controlarlo todo, pero no, y usted lo sabe, y usted también, y usted. Incluso a veces creo que yo lo sé. Pero las puertas son bromistas y se abren, últimamente lo hemos visto camino a la oficina, a un café o a un lugar de mutuo parloteo coherente, ciertamente incoherente, donde discutimos acerca de a quién abrimos las puertas de nuestros corazones. Qué cinismo. Puertas de humor negro desgraciadas.
Puertas sinvergüenzas. ¡Me encantaría arrancarles sin piedad el Hale, el Empuje! Disfrutaría morbosamente diseccionar sus cerraduras para que no rían más a costa nuestra.
Creo que lo he logrado un poco, gracias a usted. A usted también, y a usted... sobre todo a usted.
Santiago José Sepúlveda Montenegro, puerto.
El artículo, hasta el final del texto de Santiago, estaba completo hace un par de días, pero como necesitaba el consentimiento del susodicho y no lo había localizado, no había publicado todavía. Ahora está hecha esa última tarea, así que publico dejando dos puertas abiertas: la de los comentarios, siempre bienvenidos y a veces fervorosamente solicitados, y la de Tequia, donde hay textos de éstos, y de esos otros, y de aquéllos… Sí, de esos también.

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